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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Aribau, 1939

En el verano de 1982 Carmen Laforet creyó que podría dar la conferencia Barcelona como autobiografía que le habían propuesto. Tenía la convicción de que el único elemento autobiográfico de Nada eran, precisamente, las descripciones de la ciudad. Abrió la novela y buscó lo que había. No encontró la ciudad en ningún párrafo. Sólo "un telón de fondo en el que tintinean tranvías y pasan las luces y colores de las estaciones del año". Así lo explicó en el artículo Barcelona, un fantasma literario, que publicó en EL PAÍS el 27 de marzo de 1983.

Es probable que así fuera. La ciudad, como esos libros que parecen íntegros y que al abrirlos se deshacen. Barcelona pudo ser un fantasma literario. Pero respecto a su vida no fue un paisaje evanescente. La joven llegó en el verano de 1939, sin haber cumplido los 18 años. Traía pendiente el latín para acabar el bachillerato. Aunque nació en Barcelona, siempre había vivido en Canarias. Desde el 26 de enero Barcelona estaba en manos de las tropas franquistas. Es decir que había habido una guerra. No dejó de sorprenderla. Su guerra, en Canarias, había sido un eco de guerra. Por el contrario, aquí seguía oyéndose, preferentemente por las madrugadas, la versión original de las descargas. La sorpresa fue considerable. Mucho más cuando en la casa de los abuelos de la calle de Aribau donde acabó instalándose empezó a comprobar que algunas cosas esenciales, como los alimentos y la higiene, no estaban siempre aseguradas.

Tras escribir 'Nada', Laforet se fue pareciendo cada vez más a su libro. Hasta fundirse materialmente con su niebla, antes de morir

Aunque si afrontó mejor el rastro de la guerra fue porque venía de otra. Era cierto que su infancia en Canarias había tenido una luz fascinante. Puede seguirse su rastro en Mujeres de posguerra, el libro de Inmaculada de la Fuente. Pero luego la isla se transformó en La isla de los demonios (novela). Fue a partir de los 13 años, con la muerte de su madre. El padre, Eduardo Laforet Altolaguirre, se casó con otra. La señora Blasa la Chica, que en el año 1940 le dio un hijo varón. Laforet era un hombre muy atractivo, arquitecto del cabildo y director de la Escuela Politécnica de Las Palmas. En el parque de Sant Telmo de Las Palmas hay un quiosco suyo, de una decantación neomudéjar, hoy dedicado a los trámites de Turismo. "La Barcelona modernista", escribió Carmen Laforet en el citado artículo, "no tenía cabida en mis itinerarios. La eflorescencia misteriosa de las piedras de Gaudí (que hoy me parecen consustanciales al amplio espíritu de Barcelona) no sólo no llamaba mi atención, sino que quizá, por rebeldía contra mi abuelo (pintor) y mi padre (arquitecto), que lo admiraban, borraba esa arquitectura de un plumazo. Me parecía horrorosa, de mal gusto anticuado. No la veía...". La joven Laforet contaba que llegó a Barcelona huyendo de la madrastra y de sus celos terribles: había llegado a impedir que el padre y la hija estuvieran en algún momento a solas.

A la guerra y a la huida se sumó Linka Babecka, una adolescente polaca. Otro hallazgo. Se hicieron inseparables. Aunque no la cita por su nombre ahí va, de noche franca, en el artículo: "Entré en el barrio chino una sola noche de diablura. Fui con una amiga de mi edad y su hermano quinceañero (respetuoso caballero y guardián de damas en peligro)... Con aire natural, de conocedores del mundo, entramos en un local donde un espectáculo -creo que de travestidos- era la máxima atracción". Travestidos de 1939. Linka Babecka acabó enamorándose de un pintor catalán y seguramente la circunstancia contribuyó a que la joven Laforet frecuentara el estudio de Ramon Rogent en el palacio de la Virreina y las tertulias que en él eran habituales.

La vida entonces tenía tres escenarios principales. El primero, la universidad ("mala estudiante, vagabunda de clase en clase", escribiría en 1949 en Destino), luego la Virreina y, por último, el ateneo. En el mismo artículo de Destino contaba graciosamente cómo escapaba despavorida de Guillermo Díaz Plaja cuando se cruzaba en el ateneo con él. Nada demasiado picante. Sólo que a Díaz Plaja le habían enviado una carta diciéndole que iría a verle la joven Laforet con algo que había escrito, y que la atendiese, y la joven lo sabía, y no sólo le daba pánico hablarle, sino también que Díaz Plaja supiera quién era ella y le preguntara por sus inéditos. Fue en la ciudad donde parece que escribió su primer cuento. Al menos con tal anuncio llegó un día a la Virreina, diciendo que se titulaba Primavera en el ascensor.

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Marchó de Barcelona en 1941. Una de las razones fue que Linka Babecka también se marchaba. Las dos se instalaron en Madrid. Al poco tiempo empezó con su obra maestra. "Cuando escribí Nada, en Madrid, pocos años más tarde, no hay duda de que palpitaban en mi interior los recuerdos escritos, los nombres de las calles, la plaza del Pino, el misterio de la capilla de los Templarios, la plaza del Rey". En 1944 Nada ganó el Premio Nadal. El premio estuvo a punto de acabar con la vida de César González-Ruano, finalista. Cuando le dijeron que la votación había sido democrática, parece que bramó: "¡Pero no habíamos hecho una guerra para acabar con la democracia?".

La joven Laforet nunca volvió a vivir en Barcelona. Es cierto que en el momento de escribirla Nada tenía poco de autobiografía. Sin embargo, a partir de ser escrita, y como sucede con todos los libros importantes, su autora se fue pareciendo cada vez más a su libro. Hasta fundirse materialmente con su niebla, mucho antes de morir.

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