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Impresiones de campaña | ELECCIONES 2004
Columna
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Todo el mundo gana

Salvo casos clamorosos de quiebra del sistema político vigente, los ciudadanos del ancho mundo propenden a la estabilidad electoral. Lo contrario conlleva necesariamente la liquidación de la Democracia Cristiana, como sucedió en Italia, el advenimiento de la perestroika rusa y la subsiguiente caída del Muro de Berlín o el vendaval Hugo Chávez que acabó en Venezuela con el apaño bipartidista entre ADECO y COPEI.

En cambio, cuando el sistema aguanta, el elector prefiere huir de cualquier riesgo. En el caso español, a tenor de la encuesta del CIS, los ciudadanos somos de lo más conservador. Y no me refiero con ello a la posible mayoría absoluta del PP que vaticina el sondeo, sino a la estabilidad general en su voto, sea del signo que fuere, que manifiestan los encuestados.

En ello coinciden las tres últimas encuestas hechas públicas. En la de Demoscopia, el Partido Popular obtendría de 174 a 177 diputados, con una ventaja de 5 puntos sobre el PSOE. La de Sigma Dos da al PP entre 172 y 177 escaños, 6,2 puntos por encima de los socialistas. En la ya citada del CIS, los datos son más precisos: 176 de los 350 escaños del Congreso para el PP y una diferencia entre el 42,2% de votos y el 35,5% del PSOE. O sea, que Mariano Rajoy tiene su puesto en La Moncloa al alcance de la mano.

En términos generales, el Parlamento que viene se parecería al saliente, de creer la última encuesta. La única excepción notoria es el espectacular crecimiento del partido de Carod Rovira, que pasaría de un solitario diputado -Joan Puigcercós- a seis, con los que podría formar grupo parlamentario propio, y ello a costa de Convergència i Unió. Pero ese llamativo salto electoral no constituye propiamente una novedad, porque la tendencia se había mostrado ya en las elecciones autonómicas catalanas del 16 de noviembre.

Al margen de esta tediosa reiteración de cifras, da la impresión que, salvo la coalición que encabeza en Barcelona Josep Antoni Duran i Lleida, todo el mundo se daría por satisfecho de producirse estos resultados el próximo día 14. Para empezar, el PP, por supuesto. Repetir mayoría absoluta tras ocho años de Gobierno, con cambio de líder y tras lo que ha llovido, sería un éxito mayúsculo, aunque se baje del 44,5% de votos obtenido hace cuatro años al 42,2% pronosticado ahora. También habría de estar contento Llamazares, que en vez de quedarse fuera del mapa vería a su formación pasar de 8 a 10 diputados.

¿Y Rodríguez Zapatero? ¿Qué emociones debería experimentar ZP de cumplirse la estimación electoral? Debería estar más que satisfecho: subiría un 1,4% respecto a 2000 y conseguiría seis escaños más de los que obtuvo entonces Joaquín Almunia. ¿Es eso suficiente? No lo es, obviamente, pero sí que resulta absolutamente imprescindible para cimentar sobre ello un liderazgo siempre puesto en entredicho y aspirar a La Moncloa en 2008, tal como era su diseño inicial antes de que el Prestige, la guerra de Irak y los interesados cantos de sirena de unos y otros le convencieran de que su plazo había sido anticipado por los dioses o por el espíritu del mismísimo Pablo Iglesias, vaya uno a saber. Hasta Bono estará contento: no porque aumenten sus posibilidades de reemplazar a Rodríguez Zapatero -algo que a estas alturas ya no debe pretender-, sino por ahorrarle el trago de rechazar el envenenado Ministerio de Interior que públicamente le ha ofrecido su jefe de filas.

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A nivel más doméstico, ¿qué puede pasar en la Comunidad Valenciana? Eso requerirá un análisis monográfico tras las elecciones. Pero debo enfriar las expectativas de que todo va a cambiar después del 14-M. Aquí también van a ganar todos: Gobierno y oposición, es decir, el Gobierno del PP y la oposición del PP, porque la otra, la del PSPV, brilla por su ausencia en una territorio en la que los populares van tan sobrados que pueden hacerse la oposición a sí mismos.

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