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IDA y VUELTA
Columna
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Feliz

Enrique Vila-Matas

El hombre del que voy a hablarles es un clochard que está sentado en el suelo todos los días, en la puerta de la librería La Hune de París, en el bulevar Saint-Germain, frente a un quiosco de revistas. No todo el mundo sabe que es un hombre muy refinado, no sólo por su exquisito comportamiento (da los buenos días muy educadamente a los transeúntes que se detienen frente al quiosco o entran en la librería), sino porque se dedica a leer a los clásicos, sentado ahí sobre los cartones que ha dispuesto en el suelo y desde donde contempla de vez en cuando el mundo. En ocasiones, se pone de repente de pie y fuma, con notable satisfacción, grandes y costosos puros habanos y desconcierta a los paseantes.

Siempre me ha parecido una suerte -para poder saber más cosas de él- que este hombre sea amigo del escritor italiano Antonio Tabucchi. Anteayer, en Utrecht, me encontré con Tabucchi y decidí dar el paso que llevaba meses meditando, le pedí que me dijera de qué suele hablar con el clochard de la librería de París. Se lo pedí caminando sobre la nieve, y la historia que Tabucchi me contó sucedía en un atardecer en el que nevaba mucho en París y él estaba solo en esa ciudad y, sintiéndose angustiado en su apartamento, decidió salir a dar una vuelta y no encontró a nadie, hasta que por fin tropezó con su amigo el clochard, al que le comunicó su desasosiego de aquel día de invierno. El hombre, por toda respuesta, le invitó a sentarse a su lado y ver el mundo desde su modesta posición a ras de suelo. Y el escritor no dudó en aceptar la invitación. Estuvieron los dos largo rato en silencio, allí en la entrada de la librería, contemplando desde abajo el paso apresurado o errante, pero siempre indiferente, de los transeúntes invernales, hasta que el clochard rompió el silencio para decirle: "¿Lo ves, amigo? Pasan los hombres y no son felices".

Ayer, a la vuelta de Utrecht, me acordé de todas esas dolientes vidas mortecinas que, con paso apresurado o errante, cruzan por Animales tristes, el melancólico y magistral libro de cuentos que ha escrito Jordi Puntí y que recomiendo aquí con la misma felicidad con la que ahora me fumaría un puro habano. De haber sido escrito unos años antes, algún relato de este libro lo habrían seguramente incluido Augusto Monterroso y Barbara Jacobs en aquella excepcional Antología del cuento triste que apareció en 1992 y que ignoro si todavía puede encontrarse en librerías. Me acuerdo mucho del prólogo de esa antología: "La vida es triste. Si es verdad que en un buen cuento se concentra toda la vida, y si la vida es triste, un buen cuento será siempre un cuento triste". Pero también se dice en ese prólogo que la parte alegre de la vida tiene a veces su fundamento en la parte triste, y viceversa. Y eso me lleva a pensar que el clochard de París tiene algo de animal feliz y parece tener su fundamento en los animales tristes de Jordi Puntí. Es más, ese clochard tiene algo de aquellas ballenas felices que describen a los hombres en un relato de Dama de Porto Pim, el libro de Antonio Tabucchi sobre las Azores. Las ballenas, en ese breve relato, dicen, con trágica ternura, que los hombres que se les acercan "enseguida se cansan y, cuando cae la noche, se duermen o contemplan la luna. Se alejan deslizándose en silencio y es evidente que están tristes". A veces, los relatos breves son láminas de vida con una extraña adherencia a la realidad. Sobre todo si quienes los narran son personas o ballenas felices que necesitan la tristeza para vivir y morir. "Verme morir entre memorias tristes", decía Garcilaso.

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