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VISTO / OÍDO
Columna
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La pobreza y la deuda

Hemos pasado de ser pobres a estar endeudados: una fórmula del sistema al que votamos. El país con más endeudados de Europa, y probablemente del mundo, tiene un 53% de familias endeudadas. Es feliz. Como ya usa lo que quería, se cree rico: coche y secadora, casa y tierrecitas. Es una cuestión psicológica: los verdaderos ricos, en cambio, se imaginan continuamente pobres porque lo que pagan es de su dinero, o de su enorme calidad de crédito: sólo los ricos tratan de reducir sus gastos, y esa angustia en algunos casos se refleja en los productos que fabrican o en la calidad de los servicios que prestan y son los que se empobrecen.

En tiempos de mis mayores tener deudas era un agobio y hasta una vergüenza. Mis mayores eran santones laicos, y creían en el ahorro y no en la compra a plazos: cuando Franco les quitó todos sus ahorros, y hasta la casa, tuvieron que contraer deudas para ir comiendo; éramos los parientes pobres de los que se dice al ama de llaves: "Da un duro a doña María y dile que ahora estoy con la peinadora y no puedo atenderla. Si viene con Eduardito, dale una peseta al niño para que se compre chucherías." Pero por una peseta de almendras o de avellanas llenaba el bolsillo de la gabardina prestada (yo llevaba una que me dio don Juan Catena, rico caído en la miseria por republicano federal), y la verdad es que alimentaban mucho. Cuando Joaquín Calvo Sotelo se burlaba de mí llamándome "esqueleto de vizconde"; es que los frutos secos sólo daban para tener en pie al esqueleto. Los parientes ricos nos querían; éramos buenas personas, pero Dios castigaba a los rojos.

Es una historia común: y otros no tenían ni parientes ricos, y recuerdo alguno (Alfonso Sastre) que decía "Si esto sigue así tendremos que pedir limosna, pero ¿a quién?': imaginaba un país donde todos serían pobres pidiéndose unos a otros. Con el tiempo cambió todo y llegamos a lo que somos, un país de deudores, que vamos a la compra con la tarjeta de El Corte Inglés. Casta de hidalgos, de aquéllos de la picaresca que se espolvoreaban la barba de migajas para que se creyera que habían comido, y cuando les invitaban decían: "No, gracias, no puedo comer tanto": inteligente casta que por fin ha convertido la deuda en honor.

(El hidalgo Catena, propietario antes de la guerra de El País, no comprendió nada: cuando no tuvo y tuvo que pedir, se suicidó).

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