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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Bartís & Cabaret

Marcos Ordóñez

Uno. El héroe de las mujeres. Creía no conocer a Bartís, pero recordé que había visto un espectáculo suyo, Postales argentinas, en 1989, con el desmesurado Pompeyo Audivert, así que fui a Salt/Temporada Alta para atrapar su último trabajo, Donde más duele, un texto y un montaje cocinados a fuego lento, durante casi un año, en su teatro-taller de Palermo, en Buenos Aires; una incursión alucinada y nocturna en el "universo femenino". Tres mujeres, tres hermanas en torno a un viejo Don Juan, vencido y enfermo (Fernando Llosa) que riega las plantas y recita fragmentos del Rey Lear y apenas recuerda sus hazañas amatorias. Son ellas tres quienes evocan y representan desde el deseo inextinguido. Haydée, la hermana mayor (la gran María Onetto) es una perra que gime con los acentos de Doña Elvira, mientras acciona una máquina oxidada que destila savia vegetal, convencida de que esa baba verde "atempera la concupiscencia". La siguiente hermana es Nenucha (Analía Couceyro), que una noche se perdió en la fronda con el héroe y habla con la locura poética de Clarice Lispector. La pequeña, Bettina (Gabriela Ditishein), es un ángel turbio a la caza de una iluminación. Pero en la casa sólo hay espacio para la sombra y las representaciones exasperadas: "Pelucas, polvos, telones, pavadas que sostienen un ritual vacío", dice Bartís. Ceremonias secretas, máquinas oxidadas, voces de radioteatro, ecos: si estuviéramos en Andalucía La Baja, esta obra podría llevar el sello de La Zaranda. Si la imaginásemos en Bélgica, la casa sería la mansión de Maupertuis que soñó Jean Ray, donde Zeus era un anciano ciego y Venus una puta sifilítica. Pero estamos en Buenos Aires y se impone el Gótico Porteño de Torre Nilsson y Bioy: la Casa del Ángel, en Belgrano; el onirismo de El perjurio de la nieve. En manos de cualquier otro autor con menos talento que Ricardo Bartís, Donde más duele sería un guiso indigerible, con exceso de simbología psicoanalítica y quincallería culterana. O, simplemente, un plato previsible y aburrido. Pero Bartís es un gran escritor, y su lenguaje sabe volar con las alas ceremoniales de Genet, y luego prenderles fuego con un sarcasmo buñuelesco ("esta chica tiene el himen calcáreo"). Y es también un gran director. La prueba del nueve del talento es su carácter contagioso: todo juega a su favor, texto, intérpretes, decorados, sintaxis escénica. Los fundidos súbitos, como si la corriente se asfixiase ("¿es de día o es de noche?"). La escenografía, ese laberinto de telones púrpura con un jardín umbrío y carnívoro al fondo: el jardín de Suddenly Last Summer, donde se entrecruzan las encarnaciones argentinas de Mrs. Venable, Baby Doll y Maxine Faulk. Sí: ese texto, ese mundo y esas actrices habitan, definitivamente, en el País del Dragón, el país del último y enloquecido Tennessee.

Dos. Maybe Tomorrow. Extracto del programa de Cabaret, en el Nuevo Teatro Alcalá: "La representación cuenta con los mismos recursos escenográficos y ambientación con los que ha triunfado en Studio 54 de Nueva York, donde fue estrenada en 1998 bajo la dirección de Sam Mendes". Es exacto: parece que lo único que importa aquí es lo que los americanos llaman production values. Tenemos un espacio espléndido, con mesas negras y lamparitas rojas donde antes estaba el patio de butacas, y dos barras laterales, para sumergir al público en la atmósfera del Kit Kat Club: muy bien, enhorabuena, misión cumplida. La música, "supervisada" por Alberto Favero, suena aceptablemente. Las coreografías, dirigidas por Susan Taylor, funcionan a secas. En cuanto a la adaptación de Jaime Azpilicueta, es más soportable que los disléxicos cantables de Eduardo Galán para El fantasma de la ópera: algo es algo. Por lo que respecta al montaje, el director asociado de la producción neoyorquina, B. T. McNicholls, parece haberse ocupado exclusivamente de que cada intérprete tenga el aspecto que le corresponde y de que se muevan por el escenario sin chocar entre ellos. Desde luego, yo podría pedir ahora una verdadera dirección. Y un reparto con auténtica fuerza. Pero, la verdad, no sé si valdría la pena. En el programa que entregan a la entrada encontrarán los precios, los horarios, y las críticas (de Nueva York, por supuesto), pero ni el nombre de un solo intérprete. Ni Natalia Millán (Sally Bowles), ni Manuel Bandera (Cliff Bradshaw), ni Patricia Clark (Fraulein Schneider), ni Emilio Alonso (Herr Schultz), ni Marta Valverde (Fraulein Kost), ni Manuel Rodríguez. Ni, desde luego, el del único actor cuyo trabajo justificaría el sueldo del señor McNicholls: Asier Etxeandia en el rol de Emcee, el Maestro de Ceremonias; un cómico notable, tal vez elegido por su semejanza, física e interpretativa, con Alan Cumming, que estrenó el mismo papel en la producción original del Donmar Warehouse. Otro musical, pues, en el que los actores son tan "lo de menos" que ni siquiera figuran en el programa. Por lo visto, lo que vende es el "concepto". Nadie dice "vamos a ver a Natalia Millán y Manuel Bandera en Cabaret". Dicen "vamos a ver Cabaret en el Nuevo Alcalá". Y van. Y llenan el teatro, según me dicen, cada noche. Disculparán que yo abandonase el barco en el intermedio: no es ése el musical con el que crecí, el musical en el que creo, en el que sigo creyendo. No es el musical, cosido a mano, que estrenó Sam Mendes en Londres. Ni, por lo que parece, maldita falta le hace. Esperaremos al siguiente barco. Maybe Tomorrow.

Tres. Glengarry, al fin. No se pierdan Glengarry Glen Ross, dirigida por Álex Rigola, en el Lliure: gran espectáculo, con un arrasador Joel Joan. Se lo cuento la próxima semana.

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