Una liga bateada de esteroides
Un muestreo oficial entre los jugadores profesionales de béisbol en Estados Unidos confirma su uso generalizado de sustancias prohibidas
Que los jugadores de la Liga Profesional de Béisbol norteamericana toman algo más que vitaminas para es más que un lugar común. Ya es un dato empírico. Un muestreo oficial y anónimo, entre los 1.200 miembros de esos 30 equipos, ha ratificado un resultado positivo en el uso de esteroides de entre el 5% y 7% de los 1.438 exámenes de orina realizados. 240 jugadores fueron chequeados dos veces. Como los afectados, además, estaban avisados, los expertos elevan mucho la cifra de los que abusan de las drogas. La próxima temporada empezarán al fin las pruebas periódicas.
Casi nada conmociona ya en el mundo muchas veces asociado al escándalo que rodea la liga de béisbol, la más permisiva hasta ahora de las competiciones profesionales. Las acusaciones y confesiones de connivencia con sustancias estimulantes son frecuentes. Jugadores tan adulados como Barry Bonds o Jason Giambi, han sido llamados a declarar ante un gran jurado en California tras el descubrimiento de la nueva droga de diseño, THG, al parecer habitual en la dieta de docenas de atletas.
La atención sobre este problema bastante extendido en el deporte norteamericano se focalizó aún más en el béisbol cuando en 2002, dos de los candidatos para asumir el título de mejor jugador del año, Ken Caminiti y Jose Canseco, admitieron públicamente que habían usado esteroides para mejorar sus actuaciones y cifraron entre el 50% y el 85% el porcentaje de compañeros que les secundaban. Ya era algo más que sospechoso que desde 1993 se batiera cada año el récord de home runs, y que uno de los récordmen, Mark McGwire, admitiera el recurso a un precursor de la nandrolona, y otro, Barry Bonds, esté implicado en el caso THG. La dinámica se rompió justo el curso pasado, cuando se anunció este examen y varios lanzadores aparecieron en la pretemporada menos poderosos.
Los representantes de la liga y de los sindicatos de jugadores acordaron antes de que comenzara la última temporada la realización de una muestra para sondear la situación. Los jugadores, por tanto, estaban advertidos. Aún así, el resultado del trabajo es revelador. Lo inconcreto del porcentaje de positivos hallados, el secretismo sobre esas sustancias y el carácter anónimo de los escrutados no permite ser preciso en el balance, lo que arroja más incógnitas y dudas. Pero aún así, entre 70 y 100 jugadores tocados son algo más que una alarma.
Como el examen superó el mínimo del 5% que los jugadores y ejecutivos se habían concedido como plausible, la próxima temporada, que arranca con los entrenamientos el 2 de marzo, las pruebas serán obligatorias y generalizadas. Para entonces, además, se han fijado leves castigos y penas: el jugador que sea descubierto tras haber ingerido alguna de esas sustancias tendrá que recibir un tratamiento clínico la primera vez; la segunda será identificado públicamente, estará 15 días expulsado y deberá abonar 10.000 dólares. Las penas pueden llegar hasta un año de suspensión y 100.000 dólares para el quinto tropiezo.
Las reacciones a este descubrimiento han sido variadas. Los ejecutivos de la liga y los sindicatos de jugadores, obviamente, han preferido la cautela.
Un representante sindical admitió que si los jugadores no hubieran estado avisados la extrapolación habría alcanzado a 790. Los científicos y expertos consultados han aprovechado estos relevadores registros para constatar que el método no fue muy riguroso y para advertir que a partir de ahora se buscarán otros caminos para sortear estas nuevas barreras, como ha pasado con el diseño de la desde ahora también prohibida THG.
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