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Columna
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Fotografía

TRAS LA lectura de Ante el dolor de los demás (Alfaguara), el ensayo de Susan Sontag sobre la fotografía documental de guerra, se tiene la sensación de que este medio de comunicación tan directo e inmediato puede registrarlo todo menos la verdad, quizá porque ésta no cabe jamás en una simple imagen. Así parece reconocerlo la escritora estadounidense cuando, ante lo que afirmó Virginia Woolf sobre que una fotografía es "la burda expresión de un hecho dirigida a la vista", replica que ésta, en el fondo, es "simplemente nada", o, en cualquier caso, que nunca representa hechos, sino sólo a sí misma.

A lo largo de su libro, Sontag no se limita a prevenirnos acerca de la obvia manipulación que supone "componer" o, en su caso, si se quiere, "encuadrar" una determinada visión de la realidad, aportándonos un amplio elenco histórico de ejemplos de cómo las fotografías más conmovedoramente verídicas fueron, de alguna manera, fruto de un montaje, sino que también explora la morbosa fascinación de nuestra época por la contemplación de lo cruento. En este sentido, aunque es cierto que gran parte del contenido del arte plástico tradicional representó masivamente escenas truculentas de violencia, como se puede comprobar en el recorrido de cualquier museo, nunca como en nuestro mundo contemporáneo se ha puesto de manifiesto que semejante espectáculo sangriento pudiera ser asimismo una oscura fuente de paradójico placer humano.

De todas formas, el principal equívoco de lo captado a través de los llamados nuevos medios visuales, fotografía, cine o vídeo, procede de su pretensión de reflejar hechos y aportar, por tanto, "información objetiva", frente a la "artificiosa invención" del arte y la literatura, que se dedican a "recrear" la realidad en vez de a "copiarla". No obstante, si resulta imposible embutir en una imagen instantánea toda la complejidad visual que hay en cualquier acontecimiento traumático, por no hablar ya de las invisibles razones que lo explican, ¿cómo entonces conceder un valor probatorio definitivo a lo que así nos es mostrado? A pesar de sus muchas argumentaciones contradictorias, Sontag parece finalmente decantarse más por la mayor capacidad de persuasión moral de los Desastres de la guerra, de Francisco de Goya, a pesar de que no fue testigo presencial de los hechos por él representados, o, ya en la actualidad, por la artificialmente dramatizada composición que realizó, en 1992, Jeff Wall a partir de una por él trucada fotografía de la guerra rusa en Afganistán, donde varios soldados siguen conversando entre ellos, como si nada, aunque estén ya muertos.

¿No nos indicará, así, pues, tal circunstancia que ese fiasco informativo del reportaje gráfico no cobra la universal validación de la verdad sino exactamente cuando deviene arte, el único medio que el hombre dispone para indagar, más allá de lo que vemos, la profunda complejidad que se esconde siempre en cualquier imagen vista o entrevista?

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