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Columna
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Trío

Hace cosa de tres años un amigo mío, José Antonio Romero, pasó como todos los otoños unas pequeñas vacaciones en Almería. Acababa de dejar su trabajo en un laboratorio cinematográfico, había fundado una productora cinematográfica, y estaba dándole vueltas a la idea de poner en marcha un largometraje de ficción. No era la primera vez que se metía en un fregado semejante; Romero es un veterano de la industria. De hecho, su amor por Almería le viene de aquellos tiempos dorados en los que muchas películas se rodaban en Tabernas. En esta ocasión tenía lo que los productores consideran principal: ganas de levantar una película y algunos contactos financieros para poder hacerlo. Pero le faltaba una historia.

Yo acababa de leer entonces La flaqueza del bolchevique, de Lorenzo Silva, que había sido finalista del Premio Nadal. Utilizando como hilo argumental la fascinación de un descreído ejecutivo cuarentón por una colegiala de dieciséis años, esta extraordinaria novela trata nada menos que del bien y del mal, de la belleza y de la fealdad. De la irrupción -grotesca, ridícula, pero muy dañina- del mal y de su manifestación estética, la fealdad, en la belleza, en el bien. Romero leyó La flaqueza del bolchevique en un par de horas y esa misma mañana decidió que haría la película de ese libro. Metió sus cosas en la maleta, tomó los datos de Silva y regresó a Madrid con el propósito de llamarlo cuanto antes para conocerlo personalmente y proponerle que escribiera el guión. Si le parecía bien y la novela no estaba comprometida, el siguiente paso sería encontrar un director adecuado que aceptara el encargo.

Por esas mismas fechas, el realizador Felipe Vega, muy vinculado también a Almería, mantenía una conversación semejante con un joven cineasta de El Ejido, Manuel Martín Cuenca, que hasta entonces había dirigido un par de buenos documentales, que había ganado algún premio en algún certamen de cortometrajes, y que llevaba tiempo buscando una buena historia para convertirla en un largometraje de ficción. Su amigo Felipe Vega, que también acababa de leer entonces La flaqueza del bolchevique, le sugirió la posibilidad de adaptarla al cine. Manuel Martín Cuenca también leyó la obra de Silva en un par de horas y cerró el libro con el convencimiento de que su primer largometraje tenía que ser la adaptación cinematográfica de aquella novela. El problema era encontrar un productor a quien la espinosa y tierna historia de Pablo y María le fascinara tanto como a él.

Cuando, una vez en Madrid, el productor José Antonio Romero llamó al escritor Lorenzo Silva, éste, que se encontraba en Almería dando una charla a estudiantes de bachillerato, le dijo que acababa de colgar al director Manuel Martín Cuenca. Fue Silva quien a su regreso los presentó. A las pocas semanas ya estaban trabajando en el proyecto. Y esta historia, la de un productor y un director que se buscan sin conocerse y que se encuentran finalmente gracias al texto de un novelista, termina bien. El guión de La flaqueza se escribió, se rodó, y el miércoles pasado se estrenó muy emotivamente en el Teatro Cervantes. En Almería, por supuesto.

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