Una página brillante de Claudio Prieto
La clausura del IV Estío Musical no ha tenido estentoreidades orfeónicas ni se ha dedicado a ninguna obra-acontecimiento (Novena, Réquiem, etcétera). Los organizadores con Frühbeck como asesor han preferido dar paso a una orquesta de la Comunidad, tal es la de Castilla y León, cuyos avances y demás aventuras seguimos con interés. En cuanto al programa, cuya primera mitad se dedicaba a dos autores de la mal llamada generación del 52 -García Abril y Claudio Prieto-, con estreno del encargo hecho a Prieto por el Estío, Escala dorada, para orquesta. Además, escuchamos a un pianista joven e inteligente, excelentemente dotado para un piano que atiende a la sustancia musical a través de un virtuosismo preciosista, en la búsqueda del siempre mágico mundo de Chopin y su Segundo concierto en fa menor. Borís Giltburg (Moscú, 1984) ya ha acumulado unos cuantos galardones internacionales; el último, el segundo premio del Concurso Paloma O'Shea 2002. El éxito le acompañó en grado de suceso pese a que la batuta rectora no llegó a identificarse con su pensamiento y estilo.
Se trataba del maestro napolitano Guido Mancusi (Portici, 1966), de gran actividad coral desde la infancia, quien esta vez, para empezar, dirigió sin particular intención expresiva las Canciones y danzas para Dulcinea, de García Abril, en tono de pura amabilidad. La obra procede de la partitura cinematográfica sobre Monseñor Quixote y se estrenó, en su adaptación concertística, en 1993. Fue aplaudida con moderación.
La nueva creación de Prieto, Escala dorada, me parece una de sus páginas brillantes, atractivas y bien realizadas. Palentino, siente admiración y cariño entrañable por todo lo burgalés en arte o historia, y quiso dar con una versión musical de una de las joyas más hermosas de la catedral: la escalera dorada de Diego de Siloe, terminada en 1523. Realmente, el plan paralelo de Claudio Prieto -a veces con leves alusiones directas a la campana, el órgano, el lirismo severo o la especialidad mística- está muy conseguido, por lo escuchado y más, por el conocimiento de la partitura. La forma y el movimiento evoca la escalera o en música escala, en su ir y venir convergente, envolvente y evocativo. Pero ahora el maestro Mancusi no ha llegado, a mi juicio, a penetrar en un contenido de gran calado. El público numeroso del Teatro Principal ovacionó a intérpretes y al autor. El acto de clausura se cerró con Los preludios, el admirable poema de Liszt, expuesto con mucha más brillantez que hondura poética.