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Columna
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Regreso al 93

Se anunciaba en los carteles del Congreso de los Diputados el debate sobre el estado de la nación. Quienes pensaban que se abría una oportunidad para el esclarecimiento quedaron defraudados. El presidente del Gobierno, José María Aznar, en su primera intervención comprometía la convocatoria electoral para marzo de 2004 y reproducía aquel aforismo de Elías Canetti según el cual no se puede respirar cuando todo está lleno de victoria. Otra cosa es el análisis de en qué consiste esa victoria. Hablaba con tono cansino, pero estaba henchido de autosatisfacción y contaba los folios por éxitos sin concederse flaqueza alguna. Guardaba la pólvora para las réplicas pero avanzaba algunos desplantes en la línea dialéctica habitual para dar satisfacción a su hueste.

Por la tarde abría turno el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, y centraba su discurso en la enumeración de los desastres y de las mentiras del Gobierno. Luego, lanzaba propuestas de regeneración encaminadas a dar más poder a los ciudadanos, desbloquear las listas electorales, sanear el modelo de televisión pública, levantar el sometimiento del Parlamento al Gobierno, establecer un efectivo control del Ejecutivo, fijar un estatuto de imparcialidad de la presidencia de la Cámara, crear una Oficina Presupuestaria en el Congreso y recordaba que todas ellas figuraban en el programa electoral con el que el PP se presentó a las últimas elecciones generales del 2000. Enseguida brindaba excusas por los errores imputables al incluir dos indignos en sus listas y pasaba a distinguir entre el proceder del PSOE, que expulsó a los corruptos de sus filas, y el del PP, que nada ha tenido que reprocharse pese a los militantes enredados en la trama que van sacando a la luz los medios informativos.

A partir de ahí, el presidente tachaba a su antagonista de todos los catastrofismos imaginables, desgranaba toda una catarata de cifras en favor de su gestión y se regodeaba en mortificar a Zapatero poniendo en duda que pudiera aguantar hasta ser el candidato socialista en pugna con el que resulte agraciado en el PP. Aquello parecía una discusión de contables y toda la esgrima parlamentaria iba dirigida a esquivar las respuestas a las cuestiones planteadas sobre Perejil, Gibraltar, Irak, las armas de destrucción masiva, el Prestige, la inseguridad ciudadana, el precio de la vivienda, las traviesas del AVE, los contratos con la empresa Ansaldo negociados por el yernísimo Agag, el accidente del Yakovlev con 62 militares muertos, la colisión ferroviaria de Chinchilla con 19 víctimas. Continuaba Zapatero su particular rosario con la modernización fallida de la economía, la concentración del poder económico financiero y mediático resultante de la privatización de las empresas públicas entregadas en manos de los amiguetes, el intervencionismo, el retroceso en los índices de productividad, el retraso en cuanto se refiere a investigación y desarrollo, el fracaso de los planes de innovación tecnológica, la gestión del compañero de pupitre en Telefónica con apropiación de 80.000 millones de pesetas en indemnizaciones, el despilfarro de un billón de pesetas en plataformas inviables y fútbol de interés general mientras se planea despedir a 15.000 empleados, los apagones eléctricos, la precariedad y temporalidad del empleo y las necesidades sin cobertura de los ancianos necesitados de asistencia domiciliaria, por ejemplo.

Por parte alguna asomaba el propósito de recuperar el consenso ni siquiera en aquellos asuntos como los de política exterior considerados como cuestión de Estado. Aznar volvía a exhibir sus limitaciones pero también sus destrezas. De ninguna manera parecía dispuesto a ofrecer un terreno para el acuerdo. Como sucedió desde el principio de la crisis de Irak sigue considerando que es mucho más favorable quedarse solo y excluir al PSOE, al que prefiere emparejar de modo permanente con los de IU, mencionados siempre como compañeros de pancarta de un Zapatero imaginario vestido de unos radicalismos a los que siempre ha sido refractario. Estamos, pues, en pleno proceso de construcción del adversario ideal. Pero, atención, considérese si un PSOE desalentado, sin esperanzas razonables para 2004 no tendería a instalarse en la rabia clarificadora, de modo que cunda el muera Sansón y los especuladores con el consiguiente derrumbe de muchos prestigios hasta ahora intangibles. Un PSOE descartado podría emprender una catarsis con repercusiones graves más allá de sus filas. Podríamos estar en vísperas de uno de esos conflictos luminosos y esclarecedores, de regreso a las exasperaciones del 93.

Rodrigo Rato habla con José Blanco, de espaldas.
Rodrigo Rato habla con José Blanco, de espaldas.LUIS MAGÁN
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