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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Antonio Roda, pintor español y colombiano

Acaba de morir en Bogotá Antonio Roda, uno de los grandes pintores colombianos, a pesar de ser de Valencia y más español que nadie. Llegó a Colombia en 1955 con su mujer catalano-colombiana, María Fornaguera. Se habían conocido en París, por allá a principios de los cincuenta, cuando él era todavía Juan Antonio Rodríguez-Roda, un aprendiz de pintor al que el Gobierno francés había dado una beca.

Roda ha sido uno de los padres de la pintura moderna en Colombia, parte de esa generación heroica, la de Marta Traba, Alejandro Obregón, Ramírez Villamizar, Edgar Negret, la revista Mito... que le dio un vuelco al arte tradicional y lo sacó de su marasmo costumbrista.

Este año, por fin, la galería madrileña Fernando Pradilla iba a exponer su pintura por primera vez en España. En su estudio de Suba han quedado muchos de los cuadros que habían de componer la serie que venía a Madrid, grandes cuadros abstractos, repletos de color, de trazo enérgico y a la vez delicados grafismos de un lirismo conmovedor. Abstractos pero con la fuerza de lo expresionista y el cierto misterio de lo simbolista. Roda pintaba por el placer de pintar y de coger el pincel y empezar a llenar el lienzo, y hacer un fondo y rellenarlo, y transmutarlo, y dibujar, trazar, escribir, retocar, cubrir de nuevo, matizar, envolver... hasta que de pronto sentía que ya estaba, que así quedaba, que ahí estaba el cuadro, y entonces lo firmaba, lo apartaba, ponía otro lienzo en el caballete y empezaba de nuevo. Todo, solamente, por el placer, y la necesidad, de pintar.

Roda era abstracto cuando pintaba, pero figurativo, aunque tampoco realista, cuando hacía grabados. Era un maestro del aguafuerte y la aguatinta, siempre en blanco y negro. Durante años, allá por los setenta y hasta mediados de los ochenta, prácticamente se dedicó sólo a ellos. De entonces son series excelentes, y perturbadoras, como La risa (1972), El delirio de las monjas muertas (1973-1974) o La tauromaquia (1980-1981).

Hasta que por ahí en 1985 retomó la pintura. Sus series de los últimos años, Montañas (1989), Ciudades perdidas (1991), Tierra de nadie (1993), La lógica del trópico (1997)... iban siendo cada una mejor que la anterior. A los 81 años que tenía era asombrosa la belleza y la fuerza de los cuadros que andaba pintando antes de morir.

En lo uno y en lo otro, sobre lienzo o sobre papel, fue maestro de varias generaciones de pintores colombianos. Entre ellos, de algunos de los mejores, Beatriz González, Luis Caballero, Lorenzo Jaramillo... En lo que no pudo serlo, porque eso no se enseña y porque ahí sí que nadie podía alcanzarlo, fue como retratista. Sus retratos, casi siempre a lápiz y nunca decorativos, lograban extraer esos dos o tres rasgos que definen un carácter y dejan al retratado como con el alma expuesta. Como era disciplinado, a Roda parecía fluirle el tiempo para hilvanar cada día todas esas cosas que durante tantos y tantos años hacía siempre y que hacía tan bien, pintar, dibujar, leer, conversar, cocinar... Excepto, claro, cuando viajaba, y venía a Madrid a ver Las Meninas o iba a Nueva York a ver un Rembrandt. O volvía a Barcelona o a París, sus otras ciudades. En Barcelona, por cierto, fue durante unos años cónsul general, cónsul en su propio país, porque desde 1970 tenía también ya nacionalidad colombiana. Sospecho que era ya entonces tan colombiano en España como español en Colombia.

Antonio Roda era vehemente, inteligente, culto, de mirada imponente. Tenía porte de aristócrata recio a la antigua, y la fuerza española, el bravío en la pintura y la honestidad artística de su admirado Velázquez. Algún día en España tendremos que darnos cuenta de quién era Roda, uno de nuestros mejores pintores.

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