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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sobre la pérdida de olfato

José Luis Pardo

¿Qué enigma esconde el hecho de que la expresión "sociedad de consumo", en otro tiempo punta de lanza de una escuela de sociología interesada en describir lo que tantas veces se ha considerado como la fase "superior" del capitalismo, y emblema correlativo de la crítica social y política contra la misma, haya perdido hoy su efectividad, convertida en una trivialidad en cuanto descripción y en un discurso rancio y sin mordiente en cuanto a sus pretensiones críticas? En el fondo, las razones por las cuales se ha derivado semejante "despotenciación" del artilugio crítico-descriptivo, al cual no han conseguido devolverle el vigor los intentos de rebautizarle con otros rótulos, no pueden hacer mención sino al éxito incuestionable del dispositivo mismo, tanto más eficaz cuanto menos sentido como imposición. Una parte de este éxito se debe, probablemente, al modo en que estas sociedades han sabido corromper a sus críticos e incorporar a su magma ideológico una "crítica del consumismo" amansada y perfectamente compatible con lo criticado, de la cual da cuenta en especial el capítulo titulado Homo emptor del libro que comentamos. Pero sin duda la parte del león de esta derrota de la crítica se debe a su carácter omniabarcante y al papel central que en ella desempeña el concepto de manipulación: no solamente porque a todos nos cuesta aceptar la idea de que estamos siendo engañados y víctimas de una ilusión cuidadosamente elaborada (con la cual colaboramos inconscientemente), sino porque la idea misma de una sociedad en la cual todos son engañados -marxistas, liberales, cristianos y gente de a pie-, incluidos los engañadores, y que debe su propia eficacia justamente a la impotencia de los engañados para notar el engaño, provoca inmediatamente la pregunta por la posibilidad, el lugar y el sentido de la denuncia de tal engaño (que en cierto modo se auto-refuta teóricamente al formularse), tanto más cuando dicha denuncia se produce -como no puede ser de otra manera- mediante la confección de un producto-mercancía que cotiza entre los bienes culturales, y que intentará producir su consumo y a sus consumidores -por ejemplo, mediante recensiones en los suplementos culturales de los diarios (lo cual, en otro cierto modo, constituye una suerte de auto-refutación pragmática). Finalmente, un tercer factor de erosión de estos discursos se debe al reciente cambio de las circunstancias mismas de la producción, que comportan la desaparición o el declive de los objetivos tradicionales de su crítica: tanto la Iglesia Militante de la producción como la Iglesia Triunfante del consumo parecen haber dejado su lugar a un rosario de Congregaciones Evanescentes que levantan sus capillas en los templos multiculturales de las Grandes Superficies: la trinidad weberiana del Ejército, la Iglesia y la Empresa está en trance de ser sustituida por la de la guerrilla, la secta y el empleo precario, convirtiendo incluso el tan denostado "contrato de trabajo" en objeto de nostalgia.

NON OLET

Rafael Sánchez Ferlosio

Destino. Barcelona, 2003

309 páginas. 22 euros

Claro está que Rafael Sánchez Ferlosio tiene más de narrador que de sociólogo (véase la formidable trama novelesca sobre el nacimiento del "Nuevo Testamento" del consumo que construye con ayuda de Baudrillard y Jeremy Rifkin), más de moralista que de crítico cultural (léanse, a lo largo de este libro, los diversos jirones que componen un hermoso homenaje a la belleza), y más de gramático que de teórico de la clase consumidora: los títulos de sus libros nunca son azarosos, y el de éste señala desde su portada cuál es la principal virtud de su autor y el instrumento del cual se sirve para atacar al enemigo cuya victoria se da por reconocida desde el comienzo: el olfato. La anécdota de Vespasiano de la cual procede este título (a saber, la observación de que el dinero no huele aunque se haya recaudado en las letrinas) pone de relieve el método general que explica el éxito de una sociedad que hace de la producción el fin final y pone todo lo demás a su servicio: conseguir eliminar de todas las cosas el aroma, así sea el hedor de las más podridas como la fragancia de las más puras, empezando por el de la misma sociedad que así se comporta. Mientras el término producción huele a esfuerzo, a sudor y a hollín, la palabra "consumo" rezuma placer, bienestar y limpieza. Por ello, lo primero que se ha de hacer para restituirle a esta sociedad su olor es llamarla por su nombre verdadero: sociedad de producción. No sólo para notar -como ya está asumido- que en ella no se produce para satisfacer una demanda previa de consumo (pues más bien se consume para mantener en marcha la maquinaria productiva), sino para remachar que se produce el consumo mismo de lo producido y al consumidor que ha de llevar a término el ciclo, y que esa producción no es menos "sucia", esforzada y dolorosa que la minería o la fundición. Alcanzado un cierto nivel de descomposición, una sociedad no puede soportarse a sí misma si no es a condición de perder el olfato. Y, aquí, la pérdida de olfato no solamente es el símbolo de la "abstracción" que la conversión de las cosas y personas en mercancías tiene como resultado, sino de la correlativa pérdida de responsabilidad que ello acarrea: Non olet es la excusa implícita que permite al patrón y al asalariado desentenderse de los daños causados por lo que ambos producen, la que permite al publicista y al consumidor despreocuparse de lo que anuncian o consumen (pues los verbos "trabajar" y "consumir" se han convertido para todos ellos en intransitivos), y la que permite a ciertos políticos (si es que sólo son algunos) desinteresarse por el origen de los votos gracias a los cuales gobiernan, conductas todas ellas que el olor haría, si no impracticables, sí al menos más penosas y quizá algo menos probables. Así pues, el olfato que puede restituir el olor a lo que ha sido sistemáticamente rociado con desodorante ha de ser -por así decirlo, e invocando el tradicional parentesco entre el olfato y el gusto- el olfato de la lengua. Ferlosio despliega entonces el arte que maneja con más destreza: el de desmontar textos, ya sean de los periódicos diarios, de los discursos del Papa, de Simone de Beauvoir o de la Crónica de Indias, haciéndoles decir lo que en verdad dicen a menudo sin quererlo ni saberlo sus autores, mediante el único y exclusivo cedazo de la gramática: "Afortunadamente las palabras tienen un límite, que nos impide abusar de ellas haciéndoles decir lo que queramos. Se acepte o se rechace designar esa ley suya propia como 'intelecto agente', el caso es que sin ella sería imposible cualquier significar".

Si se repara en que los escritos de Ferlosio son un constante bucear en este poder anónimo de la lengua, contra el uso y abuso que una y otra vez sus usuarios hacemos de ella para nuestros fines, quizá se entienda que esta obra, desaliñada, lúcida, tozuda, llena de ingenuidad y de memoria, en la cual los argumentos más prolijos se entretejen con estampas de amor y de desdicha, que a ratos se desdice de sí misma con humor y humildad no fingida, está enteramente entregada a la confianza -seguramente excesiva- de que ese poder alcance a compensar todo el hedor del mundo.

Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927).
Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 1927).RAÚL CANCIO

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