Humor agridulce
Sevillano de 1935, fallecido en Madrid a los cincuenta y ocho años, Manuel Summers se había iniciado como dibujante humorístico (La Codorniz, Abc, Blanco y Negro...), actividad en la que ya era popular cuando ingresó en la Escuela de Cine. Tres años después se diplomó con el corto El viejecito (1960), en el que ya apuntaba cierta disposición al humor negro y buena dosis de ironía, suavizada por la ternura, es decir, elementos que fueron frecuentes en su cine posterior, aunque al tiempo se fuera abriendo a brochazos de humor grueso. "Lo que he intentado es no pintar el mismo caballo en ningún otro cuadro y hacer siempre una película distinta a la anterior, por lo que corro riesgos, ya que de esta forma es más fácil equivocarse, y de hecho, yo me equivoco con frecuencia... Es bonito estar siempre empezando, ser más amateur que profesional".
Tras el éxito de Del rosa... al amarillo (1963), dirigió La niña de luto (1964), crónica negra sobre la arraigada costumbre andaluza de sepultar en vida a cuantos familiares sobrevivieran al difunto, y Juguetes rotos (1966), que, según Rafael Utrera, "es un ejemplar docudrama sobre la vejez, la soledad y el apartamiento social de quienes en otro tiempo fueron figuras señeras del deporte y del espectáculo". A renglón seguido, Summers se adentró en fórmulas del cine comercial en boga que hacía burlas de la represión sexual (No somos de piedra,1967; ¿Por qué te engaña tu marido?, 1969), que vinculó luego al mundo de la adolescencia (Adiós, cigüeña, adiós, 1971; El niño es nuestro, 1972; Ya soy mujer, 1975...), títulos con los que obtuvo grandes éxitos de taquilla. Más tarde, entre 1980 y 1984, realizó varias películas con el sistema de cámara oculta (To er mundo e güeno, To er mundo e ¡mejó! y To er mundo e ¡demasiao!), dejando espaciados en el recuerdo algunos empeños peculiares, como el retrato de Urtain, el rey de la selva... o así (1969) o Ángeles gordos (1980), una mirada tierna a los obesos norteamericanos.
Babelia
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