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Columna
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Suspense

El inicio de una campaña electoral siempre es inquietante. Por mucho que se presuma de datos y encuestas, nadie puede dar un avance fiable de resultados electorales para la próxima convocatoria del 25 de mayo. Lo que estuvo claro, dejó de estarlo y lo que otros creyeron como probable, ya no lo es tanto. El veredicto final está en manos de los indecisos y de los nuevos votantes.

En el panorama empresarial, siempre ha existido una notable tentación política. Hay empresarios valencianos que han desembarcado directamente en la vida política y otros que se han limitado a intervenir desde las bambalinas. Aún así ha existido un constante cruce de envites entre la orilla empresarial y la política.

Sociológicamente el sustrato empresarial es -o algunos pretenden que sea- eminentemente conservador. Vigilante defensor de sus intereses que, en ocasiones, no coinciden con los políticos. La Administración pública de cualquier signo es la primera empresa del territorio, y se sitúa a la cabeza de quienes generan negocio, riqueza y puestos de trabajo.

Sabiendo que la política vincula y configura extraños compañeros de viaje, las alternativas políticas no se diferencian tanto por su composición ideológica, como por la configuración de grupos de presión y de intereses. El poder termina entendiéndose con el poder. Por tanto, el poder económico y el político acaban encontrándose. En la Comunidad Valenciana las cúpulas empresariales y políticas han pasado por todo tipo de vicisitudes. Agrios enfrentamientos, posiciones encontradas, aproximaciones, concordancias, paces pactadas y campos de confrontación de los que, a menudo, y es justo reconocerlo, han surgido épocas de esplendor y operaciones de gran impulso para la sociedad valenciana.

La Comunidad Valenciana todavía está por reafirmar y sigue teniendo cuestiones vitales pendientes de reconocimiento y solución. El marco de afirmación autonómica, el valor de la historia y la cultura comunes, la defensa abierta de la lengua como factor diferencial, las relaciones envenenadas entre los ámbitos interprovinciales (Alicante, Castellón y Valencia), la invertebración del territorio, la frustrada división comarcal, el fenómeno de las comarcas centrales, las relaciones con otras zonas de España (Madrid, Cataluña, Murcia, Castilla-La Mancha, Aragón, País Vasco), la marcada personalidad europea, la conversión de la economía valenciana en un paraíso de los servicios, la coordinación de los puertos comerciales y la configuración de un auténtico poder valenciano que mire a largo plazo y no se limite al negociete de pasado mañana.

Los empresarios tienen la obligación de situarse en todos los escenarios posibles y han de saber convivir en cualquier situación. Los políticos saben que necesitan a los empresarios. Unos y otros pueden acabar condicionados por los conflictos personales y por las revanchas.

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Es cierto que hemos vivido épocas de mayorías absolutas. Es una fórmula válida, pero también es posible que nos veamos ante alternativas de gobierno en las que las minorías (Bloc, Izquierda Unida o Unión Valenciana) tengan la última palabra. En nuestro marco democrático todo es posible y en cualquier caso es respetable. De momento tenemos varias incógnitas por desvelar y nos embarga una atmósfera de suspense. Es la grandeza del sistema.

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