_
_
_
_
_
EL CERVANTES DE HAROLD BLOOM

¿Qué busca don Quijote?

Cuál es el verdadero objeto de la búsqueda de don Quijote? Considero ésta una pregunta imposible de responder. ¿Cuáles son los auténticos motivos de Hamlet? No se nos permite saberlo. Dado que la magnífica búsqueda del caballero de Cervantes tiene un alcance y repercusión cosmológicas, ningún objeto parece ajeno a su interés. La frustración de Hamlet es que sólo le está permitido Elsinore y la tragedia de la venganza. Shakespeare compuso un poema ilimitado, en el que sólo el protagonista está más allá de todo límite. Cervantes y Shakespeare, que murieron casi simultáneamente, son los autores occidentales primordiales, al menos desde Dante, y ningún escritor posterior los ha igualado, ni Tolstói, ni Goethe, Dickens, Proust o Joyce. No es posible circunscribirlos en un contexto: la Edad de Oro española y la era isabelina y jacobina son secundarias cuando intentamos establecer una apreciación plena de lo que se nos ofrece.

Herman Melville mezcló a don Quijote y a Hamlet en el Capitán Ahab, con un toque del Satán de Milton
En la maravillosa interpretación de Kafka, el auténtico objeto de la búsqueda del caballero es Sancho Panza
Vladímir Nabokov es esclarecedor: "El Quijote es una enciclopedia de la crueldad. Y la crueldad es artística"
Más información
Mis pasajes favoritos

W. H. Auden descubrió en don Quijote un retrato del santo cristiano, frente a Hamlet, que "carece de fe en Dios y en sí mismo". Aunque Auden suena cruelmente irónico, lo decía muy en serio, y en mi opinión estaba equivocado. Frente a Auden, yo contrapongo a Miguel de Unamuno, mi crítico favorito de don Quijote. Para Unamuno, Alonso Quijano es el santo cristiano, mientras que don Quijote es el origen de la verdadera religión española, el quijotismo.

Herman Melville mezcló a don Quijote y a Hamlet en el Capitán Ahab (añadiendo un toque del Satán de Milton, para aderezarlo). Ahab desea vengarse de la ballena blanca, mientras que Satán destruiría a Dios si pudiese. De acuerdo con G. Wilson Knight, Hamlet es para nosotros el embajador de la muerte. Don Quijote afirma que su objetivo es destruir la injusticia. La injusticia máxima, la esclavitud suprema, es la muerte. Liberar a los cautivos es la forma pragmática que el caballero tiene de batallar contra la muerte.

Un humor triste

No es posible localizar a Shakespeare en sus propias obras, ni siquiera en los sonetos. Esta invisibilidad casi completa es la que anima a los fanáticos a creer que casi cualquiera ha escrito shakespeares, excepto el propio Shakespeare. Que yo sepa, en el mundo hispano no hay aquelarres en los que se intente demostrar que Lope de Vega o Calderón de la Barca son los autores de Don Quijote de La Mancha. Cervantes habita su gran libro de un modo tan omnipresente que nos obliga a darnos cuenta de que en él hay tres únicas personalidades: el caballero, Sancho y el propio Cervantes.

Y aun así, ¡qué taimada y sutil es la presencia de Cervantes! En su momento más hilarante, don Quijote es inmensamente sombrío. De nuevo Shakespeare constituye un análogo esclarecedor: en su momento más melancólico, Hamlet no abandona sus juegos de palabras ni su humor negro, y el ilimitado ingenio de Falstaff se ve atormentado por los amagos de rechazo. De la misma forma que Shakespeare no escribió un género determinado, Don Quijote de La Mancha es al mismo tiempo tragedia y comedia. Aunque se mantendrá para siempre como el nacimiento de la novela moderna, y sigue siendo la mejor de todas, encuentro que su tristeza aumenta cada vez que la releo, y la convierte en "la Biblia española", como Unamuno calificó al mayor de todos los relatos. Las novelas las escriben George Eliot y Henry James, Balzac y Flaubert, o el Tolstói de Anna Karenina. Don Quijote de La Mancha quizá no sea un libro sagrado, pero nos retiene tanto que, como sucede con Shakespeare, no podemos salirnos de él, con miras a obtener una perspectiva. Nos situamos en el interior del vasto libro, como seres privilegiados que escuchan las soberbias conversaciones entre el caballero y su escudero, Sancho Panza. A veces nos fundimos con Cervantes, pero más a menudo somos invisibles merodeadores que acompañan a la sublime pareja en sus aventuras y desventuras.

Si hay un tercer autor occidental que, después del Renacimiento, presente un atractivo universal, sólo podría ser Dickens. Pero, deliberadamente, Dickens no nos ofrece los "conocimientos definitivos del hombre" que Melville encontró en Shakespeare, y presumiblemente también en Cervantes. La primera representación de El rey Lear tuvo lugar al mismo tiempo que se publicaba la primera parte de Don Quijote. En contra de la opinión de Auden, Cervantes, como Shakespeare, nos ofrece una trascendencia laica. Don Quijote se considera un caballero de Dios, pero continuamente sigue su propio y caprichoso albedrío, gloriosamente idiosincrásico. El rey Lear pide ayuda a los cielos, pero sólo por la razón personal de que tanto ellos como él son viejos. Golpeado por unas realidades todavía más violentas que él, don Quijote se resiste a rendirse a la autoridad de la Iglesia y del Estado. Cuando deja de ejercer su autonomía, no queda nada más que Alonso Quijano, de nuevo el bueno, y no resta otra acción que la muerte.

Vuelvo a mi pregunta inicial: el objeto del afligido caballero. Don Quijote está en guerra con el principio de realidad de Freud, que acepta la necesidad de la muerte. Pero no es ni un tonto ni un loco, y su visión siempre es al menos doble: ve lo que nosotros vemos, pero ve también algo más, una posible gloria de la que desea apropiarse, o al menos compartir. Unamuno denomina a esta trascendencia la fama literaria, la inmortalidad de Cervantes y Shakespeare. Ciertamente, eso forma parte del objetivo del caballero; en buena medida, la segunda parte del libro gira en torno al hecho de que don Quijote y Sancho descubren complacidos que las aventuras por ellos vividas en la primera son conocidas por todos. Quizá Unamuno subestimase las complejidades que presenta tamaña alteración en la estética de la representación. De nuevo, Hamlet es el mejor análogo: desde la entrada de los actores en el acto segundo hasta el final de la actuación de la Trampa para ratones en el acto tercero, se echan abajo las reglas de la representación normativa, y todo se convierte en teatralidad. La segunda parte de Don Quijote de La Mancha es de manera similar desconcertantemente avanzada, dado que el caballero, Sancho y todos aquellos con los que se encuentran son agudamente conscientes de que la ficción ha alterado el orden de la realidad.

¿Sabemos quiénes somos?

A medida que leemos Don Quijote de La Mancha hemos de tener en cuenta que no podemos ser condescendientes con el caballero y con Sancho, ya que juntos saben más que nosotros, de la misma forma que nunca llegaremos a seguir la asombrosa velocidad de los conocimientos de Hamlet. ¿Sabemos nosotros exactamente quiénes somos? Cuanto más urgentemente buscamos nuestro auténtico yo, más tendemos a retroceder. Cuando la gran obra termina, el caballero y Sancho saben exactamente quiénes son, no tanto por sus aventuras, sino a través de sus magníficas conversaciones, ya sean disputas o intercambio de percepciones.

La poesía, en especial la de Shakespeare, nos enseña a hablar con nosotros mismos, pero no con otros. Las grandes figuras de Shakespeare son bellísimos solipsistas: Shylock, Falstaff, Hamlet, Yago, Lear, Cleopatra, siendo Rosalinda la brillante excepción. Don Quijote y Sancho se escuchan verdaderamente uno a otro, y cambian gracias a esta receptividad. Ninguno de ellos se oye excesivamente a sí mismo, al modo de Shakespeare. Cervantes o Shakespeare: son maestros rivales de cómo cambiamos, y por qué. En Shakespeare la amistad es, como mucho, irónica, más a menudo traicionera. La amistad entre Sancho Panza y su caballero supera a cualquier otra en la representación literaria.

No tenemos Cardenio, la obra que Shakespeare escribió, con John Fletcher, tras leer la traducción contemporánea que Thomas Shelton hizo de Don Quijote de La Mancha. Por tanto, no podemos saber qué pensaba Shakespeare de Cervantes, aunque podemos suponer su placer. Presumiblemente Cervantes, dramaturgo fracasado, nunca oyó hablar de Shakespeare, pero dudo de que hubiera valorado a Falstaff o a Hamlet, que prefirieron la libertad personal a las obligaciones de cualquier tipo. Sancho, señaló Kafka, es un hombre libre, pero don Quijote está metafísica y psicológicamente atado a su dedicación a la caballería andante. Podemos celebrar el infinito valor del caballero, pero no su creencia literal en el mundo de la caballería.

El éxito y la pobreza

¿Pero cree don Quijote en general en la realidad de su propia visión? Es evidente que no, especialmente cuando Cervantes lo somete a él y a Sancho a bromas sadomasoquistas, sobre todo a las crueldades despiadadas y humillantes que afligen al caballero y al escudero en la segunda parte. Nabokov es muy esclarecedor en su Lectures on Don Quixote [editada en castellano con el título Don Quijote], publicada a título póstumo en 1983:

"Ambas partes del Quijote forman una creíble enciclopedia de la crueldad. Desde ese punto de vista, es uno de los libros más amargos y bárbaros jamás escrito. Y la crueldad es artística".

Para encontrar un equivalente shakesperiano a este aspecto del Quijote, tendríamos que fundir Titus Andronicus y Las alegres comadres de Windsor en una sola obra, una lúgubre perspectiva, porque son, en mi opinión, las obras menos interesantes de Shakespeare. La aterradora humillación de Falstaff a manos de las alegres comadres es bastante inaceptable (aun cuando formase la base del sublime Falstaff de Verdi). ¿Por qué somete Cervantes a don Quijote al maltrato físico de la primera parte y a las torturas psicológicas de la segunda? La respuesta de Nabokov es estética: la crueldad es vitalizada por la capacidad artística de Cervantes. Eso me parece una evasiva. Noche de Reyes es una comedia insuperable, y en el escenario nos consume la hilaridad de las terribles humillaciones que sufre Malvolio. Cuando releemos la obra, nos hace sentirnos incómodos, porque las fantasías socioeróticas de Malvolio encuentran eco prácticamente en todos nosotros. ¿Por qué no nos hacen dudar al menos un poco los tormentos que corporal y socialmente sufren don Quijote y Sancho Panza?

La respuesta está en la presencia constante, si bien disfrazada, de Cervantes en el texto. Fue el más vapuleado de los grandes escritores eminentes. En la gran batalla naval de Lepanto resultó herido, y a los veinticuatro años perdió el uso de la mano izquierda. En 1575, fue capturado por los piratas de Berbería y pasó cinco años cautivo en Argel. Rescatado en 1580, actuó de espía al servicio de España en Portugal y Orán, y después regresó a Madrid, donde probó fortuna como dramaturgo, carrera en la que fracasó casi invariablemente tras escribir al menos veinte obras. Un tanto a la desesperada, se convirtió en recaudador de impuestos, sólo para acabar siendo juzgado y encarcelado por supuesta malversación en 1597. En 1605 fue encarcelado nuevamente; la tradición sostiene que empezó a escribir Don Quijote de La Mancha en la cárcel. La primera parte, escrita a increíble velocidad, se publicó en 1605. La segunda parte, alentada por una falsa continuación de Don Quijote por un tal Avellaneda, se publicó en 1615.

Privado de derechos de autor por el editor de la primera parte, Cervantes habría muerto en la pobreza de no ser por el tardío mecenazgo de un perspicaz noble, en los últimos tres años de su vida. Aunque Shakespeare murió con sólo cincuenta y dos años (no sabemos por qué), fue un dramaturgo con un inmenso éxito, y alcanzó una situación bastante próspera participando en los beneficios de la compañía de actores que representaba sus obras en el Globe Theater. Circunspecto, y perfectamente consciente de que el gobierno había inspirado el asesinato de Christopher Marlowe, había torturado a Thomas Kyd y había marcado a Ben Johnson, Shakespeare se mantuvo prácticamente en el anonimato, a pesar de ser el dramaturgo reinante de Londres. La violencia, la cautividad y la cárcel fueron los ingredientes básicos de la vida de Cervantes. Shakespeare, precavido hasta el final, tuvo una existencia, que sepamos, casi sin incidentes memorables hasta su muerte.

Los tormentos físicos y mentales sufridos por don Quijote y Sancho Panza habían sido fundamentales en la incesante lucha de Cervantes por mantenerse vivo y libre. Y sin embargo, las de Nabokov son unas observaciones acertadas: la crueldad es extrema en todo Don Quijote. La maravilla estética es que esta enormidad se desvanece cuando nos alejamos del libro y ponderamos su forma y su infinita gama de significados. Ninguna explicación de un crítico de la obra maestra de Cervantes coincide con las impresiones de otro crítico. Don Quijote de La Mancha es un espejo sostenido no ante la naturaleza, sino ante el lector. ¿Cómo puede este vapuleado y escarnecido caballero errante ser, como es, un paradigma universal?

Yo preferiría ser Sancho

La verdad estética de Don Quijote de La Mancha es que, de nuevo como Dante y Shakespeare, nos hace afrontar directamente la grandeza. Si tenemos dificultades para comprender plenamente cuál es la búsqueda de don Quijote, sus motivos y sus fines deseados, es porque nos enfrentamos a un espejo reflectante que nos aterroriza al tiempo que nos deleita. Cervantes va siempre por delante de nosotros, y nunca conseguimos ponernos a su altura. Fielding y Sterne, Goethe y Thomas Mann, Flaubert y Stendhal, Melville y Mark Twain, Dostoievski, todos ellos se encuentran entre los admiradores y los alumnos de Cervantes. Don Quijote de La Mancha es el único libro que el Dr. Johnson hubiera deseado que fuese aún más largo de lo que ya es.

Pero Cervantes, a pesar de constituir un placer universal, es en algunos aspectos aún más difícil que Dante y Shakespeare en su momento álgido. ¿Tenemos que creer todo lo que don Quijote nos dice? ¿Nos cree él a nosotros? Él (o Cervantes) es el inventor de un estilo ahora bastante común, en el que las figuras, dentro de una novela, leen anteriores narraciones referentes a sus propias aventuras previas, y tienen que soportar la consiguiente pérdida de su sentido de la realidad. Éste es uno de los hermosos enigmas de Don Quijote: es simultáneamente una obra cuyo auténtico tema es la literatura, pero también la crónica de una realidad dura y difícil, la España en declive de 1605-1615. El caballero es la sutil crítica que Cervantes hace a un reino que le había pagado su patriótico heroísmo en Lepanto tratándole con dureza. No se puede decir que don Quijote tenga una doble conciencia, sino más bien la múltiple conciencia del propio Cervantes, un escritor que conoce el precio de la confirmación. No creo que se pueda afirmar que el caballero cuenta mentiras, excepto en el sentido nietzscheano de mentir contra el tiempo, y lo nefasto del tiempo: el "era". Preguntar qué cree el propio don Quijote, es entrar en el centro visionario de su historia.

El soberbio descenso del caballero a la cueva de Montesinos (segunda parte, capítulos 22-24) es el punto en el que Cervantes lleva al máximo la insinuación de que el caballero de la triste figura es consciente de su encantamiento. Y, sin embargo, nunca sabremos si Hamlet llegó a rozar la locura clínica, o si don Quijote estaba convencido de las absurdas maravillas que contempló en el encantamiento de la cueva. La locura del caballero también depende de dónde sople el viento, y cuando sopla del Sur don Quijote es tan astuto como Hamlet, Shakespeare y Cervantes.

En su descenso a la cueva, don Quijote parodia el viaje al averno realizado por Odiseo y Eneas. Descendido mediante una soga atada a la cintura, al caballero lo sacan menos de una hora después, aparentemente sumido en un profundo sueño. Él insiste en que lleva varios días en la estancia, y describe un mundo surrealista, del que el malvado mago Merlín es responsable. En un palacio de cristal, el famoso caballero Durandarte yace en un estado de muerte bastante ruidoso, mientras que su amada Belerma se deshace en lágrimas, con el corazón de Durandarte en la mano. Apenas conseguimos captar esto antes de que se convierta en una escandalosa comedia. La encantada Dulcinea, supuestamente la gloria buscada por don Quijote, se manifiesta en forma de campesina, acompañada por otras dos amigas. Al ver al caballero, la inmortal Dulcinea huye, pero envía un emisario a su enamorado, solicitándole inmediata ayuda económica:

"... pero lo que más pena me dio, de las que allí vi y noté, fue que, estándome diciendo Montesinos estas razones, se llegó a mí por un lado, sin que yo la viese venir, una de las dos compañeras de la sin ventura Dulcinea, y, llenos los ojos de lágrimas, con turbada y baja voz, me dijo: 'Mi señora Dulcinea del Toboso besa a vuestra merced las manos, y suplica a vuestra merced se la haga de hacerla saber cómo está; y que, por estar en una gran necesidad, asimismo suplica a vuestra merced, cuan encarecidamente puede, sea servido de prestarle sobre este faldellín que aquí traigo, de cotonía, nuevo, media docena de reales, o los que vuestra merced tuviere, que ella da su palabra de volvérselos con mucha brevedad'. Suspendióme y admiróme el tal recado, y, volviéndome al señor Montesinos, le pregunté: '¿Es posible, señor Montesinos, que los encantados principales padecen necesidad?'. A lo que él me respondió: 'Créame vuestra merced, señor don Quijote de La Mancha, que esta que llaman necesidad adondequiera se usa, y por todo se estiende, y a todos alcanza, y aun hasta los encantados no perdona; y, pues la señora Dulcinea del Toboso envía a pedir esos seis reales, y la prenda es buena, según parece, no hay sino dárselos; que, sin duda, debe de estar puesta en algún grande aprieto'. 'Prenda, no la tomaré -yo le respondí-, ni menos le daré lo que pide, porque no tengo sino solos cuatro reales'; los cuales le di (que fueron los que tú, Sancho, me diste el otro día para dar limosna a los pobres que topase por los caminos)".

Esta curiosa mezcla de lo sublime con lo sensiblero no la volvemos a encontrar hasta que Kafka, otro alumno de Cervantes, compuso relatos como El cazador Graco y Un médico rural. Para Kafka, don Quijote era el demonio o el genio de Sancho Panza, proyectado por el sagaz Sancho en un libro de aventuras hasta la muerte:

"Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que éste se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras; las cuales, empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiera debido ser Sancho Panza, no dañaron a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin".

En la maravillosa interpretación de Kafka, el auténtico objeto de la búsqueda del caballero es el propio Sancho Panza, que como oyente se niega a creer lo que narra don Quijote sobre la cueva. Y de esa forma, yo vuelvo a mi pregunta: ¿cree el caballero su propio relato? Tiene poco sentido contestar "sí" o "no", así que la pregunta debe de estar equivocada. No podemos saber qué creen don Quijote y Hamlet, ya que ellos no comparten nuestras limitaciones. Don Quijote sabe quién es él, incluso como el Hamlet del quinto acto llega a saber todo lo que puede saberse.

Cervantes sitúa a su caballero muy cerca de nosotros, mientras que Hamlet se mantiene siempre remoto, y requiere mediación. Ortega y Gasset comenta de don Quijote: "Tal vida es un sufrimiento perpetuo", lo cual se puede decir también de Hamlet. Aunque Hamlet tiende a acusarse a sí mismo de cobardía, es tan valiente, metafísicamente y en la acción, como don Quijote: ambos compiten como ejemplos literarios de valor moral. Hamlet no cree que la voluntad y su objeto se puedan unir: "Nuestros pensamientos son nuestros, sus fines no nos importan". Es el rey actor interpretando La trampa para ratones, la revisión que Hamlet hace del (inexistente) Asesinato de Gonzago. Don Quijote, que rechaza tal desesperación, la sufre no obstante.

A Thomas Mann le encantaba Don Quijote por sus ironías, pero Mann podría haber dicho, en cualquier momento: "Ironía de ironías, todo es ironía". Observamos en el inmenso escrito de Cervantes lo que ya somos. El Dr. Samuel Johnson, que no soportaba las ironías de Jonathan Swift, aceptaba fácilmente las de Cervantes; la sátira de Swift corroe, mientras que la de Cervantes nos permite albergar cierta esperanza. Johnson consideraba que necesitábamos tener ilusiones para no volvernos locos. ¿Es ésa, en parte, la intención de Cervantes?

Mark van Doren, en un estudio muy útil, Don Quixote's Profession, está obsesionado con las analogías entre el caballero y Hamlet, lo cual a mí me parece inevitable. He aquí dos personajes, sobre todos los demás, que siempre parecen saber lo que hacen, aunque nos confunden siempre que intentamos compartir su conocimiento. Es un conocimiento diferente al de sir John Falstaff y Sancho Panza, que tan satisfechos están siendo ellos mismos que permiten que el conocimiento pase a su lado y los deje atrás. Yo preferiría ser Falstaff o Sancho, y no una versión de Hamlet o de don Quijote, porque el hacerme viejo y enfermo me enseña que es más importante ser que saber. El caballero y Hamlet son increíblemente imprudentes; Falstaff y Sancho tienen cierta conciencia de la discreción en cuestiones de valor.

No podemos conocer el objeto de la búsqueda de don Quijote a no ser que nosotros mismos seamos Quijotescos (con mayúscula). ¿Se consideraba el propio Cervantes, cuando contemplaba su propia vida, un tanto Quijotesco? El caballero de la triste figura nos contempla desde su retrato, con una expresión completamente distinta a la sutil indiferencia de Shakespeare. Son comparables en genio porque -más incluso que Chaucer antes que ellos, y que la hueste de novelistas que han mezclado la influencia de ambos desde entonces- nos dieron personalidades más vivas que nosotros mismos. Sospecho que Cervantes no habría querido que lo comparásemos con Shakespeare, ni con ningún otro. A decir de don Quijote, toda comparación es odiosa. Quizá sea cierto, pero ésta podría ser la excepción. Con Cervantes y Shakespeare, necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir respecto a los elementos primordiales, pero no necesitamos ayuda alguna para disfrutar con ellos. Cada uno es tan difícil y a un tiempo tan accesible como el otro. Para afrontarlos plenamente, no podemos sino recurrir a su mutua capacidad de aclaración.

Las citas del Quijote están tomadas de la edición de Castalia Didáctica, Madrid, 1997.
La traducción de "La verdad sobre Sancho Panza" es la de Alejandro Ruiz Guiñazú en Franz Kafka, La muralla china (Alianza).
Traducción de News Clips.

Cuando los héroes son también las víctimas

HAMLET NO necesita ni desea nuestra admiración y nuestro afecto, pero don Quijote sí, y los recibe, al igual que también los recibe Hamlet. Sancho, al igual que Falstaff, está completamente satisfecho consigo mismo, aunque el primero no provoca la ira y la desaprobación de los críticos moralizantes, como el sublime Falstaff. Se ha escrito mucho más sobre el contraste entre Hamlet y don Quijote que sobre el que se da entre Sancho y Falstaff, dos vitalistas en oposición estética en cuanto maestros de la realidad. Pero ningún crítico ha acusado a don Quijote de asesino o a Sancho de inmoral. Hamlet es responsable de ocho muertes, la suya incluida, y Falstaff es un salteador de caminos, un guerrero reacio a la batalla que despluma a todo el que se encuentra con él. Y sin embargo, Hamlet y Falstaff son quienes causan víctimas, no son ellos mismos víctimas, aun cuando Hamlet muera con razón temiendo un nombre herido, y Fasltaff sea destruido por el rechazo de Hal/Enrique V. No importa. La fascinación por el intelecto de Hamlet y por el ingenio de Falstaff es lo que perdura. Don Quijote y Sancho son víctimas, pero ambos son extraordinariamente resistentes, hasta la derrota definitiva del caballero y su muerte convertido en Quijano el bueno, a quien Sancho implora en vano que vuelvan a ponerse en camino. La fascinación por la fortaleza de don Quijote y la leal sabiduría de Sancho siempre permanecen.

Cervantes explota la necesidad humana de soportar el sufrimiento, que es una de las razones por las que nos sobrecoge el caballero. Sin embargo, por muy buen católico que pueda haber (o no haber) sido, a Cervantes le interesa el heroísmo, y no la santidad. Creo que a Shakespeare no le interesa ninguno de los dos aspectos, dado que ninguno de sus héroes, Hamlet, Otelo, Antonio o Coriolano pueden soportar un examen de cerca. Sólo Edgar, el recalcitrante superviviente que, muy a disgusto, hereda la nación en El rey Lear, tolera nuestro escepticismo, y al menos un importante crítico de Shakespeare ha calificado extrañamente a Edgar de "débil y asesino". El heroísmo de don Quijote no es en absoluto constante: es perfectamente capaz de huir, abandonando al pobre Sancho para que toda una aldea lo golpee. Cervantes, héroe de Lepanto, quiere que don Quijote sea un nuevo tipo de héroe, ni irónico ni descuidado, sino un héroe que quiere ser él mismo, como acertadamente expresó Ortega y Gasset.

Hamlet subvierte la voluntad, mientras que Falstaff la satiriza. Don Quijote y Sancho Panza la exaltan, aunque el caballero la convierte en algo trascendental y Sancho, el primer pospragmático, quiere mantenerla dentro de unos límites. Es el elemento trascendental de don Quijote el que finalmente nos persuade de la grandeza del personaje, en parte porque se presenta sobre el contexto deliberadamente burdo y frecuentemente sórdido del libro panorámico. Y de nuevo es importante señalar que esta trascendencia es laica y literaria, no católica. La búsqueda quijotesca es erótica, pero hasta el eros es literario. Enloquecido por la lectura (como seguimos estando muchos de nosotros), el caballero va en busca de un nuevo yo, uno que pueda superar la locura erótica de Orlando en el Orlando Furioso de Ariosto, o del mítico Amadís de Gaula. Al contrario que la de Orlando o la de Amadís, la locura de don Quijote es deliberada, autoinfligida, una estrategia poética tradicional. Y sin embargo, se mantiene la clara sublimación del impulso sexual en la desesperada valentía del personaje. La lucidez irrumpe una y otra vez, recordándole que Dulcinea es su propia ficción suprema, que trasciende al honesto deseo por la campesina Aldonza Lorenzo. Una ficción, creída a pesar de que uno mismo sabe que es una ficción, sólo puede estar refrendada por la pura voluntad.

Erich Auerbach hablaba de la "continua alegría" del libro, algo que yo no percibo en mi propia experiencia como lector. Pero Don Quijote de La Mancha, como lo mejor de Shakespeare, es capaz de sostener cualquier teoría que uno le imponga, tan bien o tan mal como cualquier otra. El caballero de la triste figura es más que un enigma: busca un nombre imperecedero, la inmortalidad literaria, y lo encuentra, pero sólo a costa de ser prácticamente destrozado en la primera parte y prácticamente escarnecido hasta la verdadera locura en la segunda: Cervantes obra el milagro, noblemente, al estilo de Dante, de presidir su creación como una Providencia, pero también sometiéndose él mismo a los sutiles cambios producidos tanto en el caballero como en Sancho Panza por las maravillosas conversaciones que mantienen, en las que el amor compartido se manifiesta mediante la igualdad y las malhumoradas discusiones. Son hermanos, más que padre e hijo. Describir la forma precisa en que Cervantes los considera, ya sea con amor irónico o con amante ironía, es una tarea imposible para la crítica.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_