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SAQUE DE ESQUINA | FÚTBOL | La jornada de Liga
Columna
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Juicio final

La taquicardia ha llegado al vestuario. Algo le dice a los chicos que el valor de los puntos se dispara en la bolsa del Campeonato. No importa si quien se los juega está arriba o abajo; sólo quedan puntos de oro y puntos de sutura.

En estos meses de máxima ansiedad, la tabla clasificatoria no es un escenario único: es, por el contrario, un territorio dividido y cuadriculado según intereses y aspiraciones. Aún más: en la fiebre de la competencia, el torneo se convierte en una verdadera alegoría de la vida diaria, de modo que en su escala podemos encontrar los mismos tipos y figuras que en una abigarrada comunidad de vecinos. Así, en la Liga hay propietarios obsesionados por las apariencias, inquilinos con doble identidad, transeúntes que quieren pasar de largo y seres sin futuro que, atrapados en el molino de los días, luchan sencillamente por la supervivencia.

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En Huelva, atento como todos los linces de las marismas, Raúl Molina visita regularmente el Rocío para pedir que le sea devuelto su olfato goleador. Como Viqueira y los otros paladines del Recreativo, es un providencialista decidido; cree que los equipos de fútbol, como los jugadores empedernidos, son la víctima irremediable de las maquinaciones del azar. Perdido entre la resignación y la rebeldía se encomienda a San Lucas, San Lucas Alcaraz, mira con recelo a sus colegas del Rayo, el Alavés, el Racing, el Osasuna y el Espanyol, y conjura ese capricho de los dioses que solemos llamar la racha.

Por delante, el Villarreal, el Valladolid y el Málaga, los equipos de la clase media, buscan desesperadamente una causa. Saben que en la dura contienda del deporte profesional no se permiten evasiones ni desmayos; por eso deben mantener la tensión muscular y la tensión nerviosa. Modifican sus planes con cada uno de los cambios de suerte y, a falta de un objetivo claro, deben elegir entre luchar por Europa o luchar por la comida: comparten el confuso destino de quienes ocupan la tierra de nadie.

Luego están el Athletic, el Mallorca, el Barcelona, el Betis, el Sevilla y el Atlético, los frágiles candidatos del segundo nivel. Sus ventajas coinciden con sus desventajas: equidistan de los extremos, pero un soplo de inspiración puede ponerlos en órbita y una mala gripe puede llevarlos al vertedero. Arriba, en las alturas de la clasificación, el Real Madrid, la Real Sociedad, el Deportivo, el Valencia y el Celta, los más fuertes, participan de la misma ambivalencia que sus compañeros de viaje: disfrutan y sufren el vértigo del candidato. Para ellos, los reyes del límite, toda victoria es una obligación y todo error es una catástrofe.

Al final, la consabida ecuación se encargará del reparto: uno alcanzará la gloria del ganador; el siguiente sólo será el primero de los perdedores.

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