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País desigual

Del presidente del Gobierno José María Aznar se dice que es un neocentralista a machamartillo. Es bien cierto, no obstante, que durante su mandato la Administración central no ha dejado de perder plantilla, recursos económicos y competencias. Aunque tampoco éste es un dato decisivamente significativo, pues habría que estudiar la calidad de las transferencias y calibrar los recursos políticos que se reserva el Estado. Todos los Estados, dicho sea de paso. El país federal por excelencia, Estados Unidos, paraíso de alcaldes y gobernadores, es, en realidad, una república fuertemente presidencialista: fuera y dentro de la nación, el poder de Bush es abrumador. Centralización y descentralización no son conceptos que tengan una equivalencia exacta con el grado de poder político real.

Con todo, y en términos generales, si Aznar es centralista en la esfera política, no lo es en la esfera económica, por más que se diga que sus privatizaciones son "virtuales". A la larga, las grandes empresas privatizadas actúan con entera independencia y sólo vuelven sus ojos al Estado para recibir, nunca para dar. Al neoliberalismo, el poder político concentrado en un foco puede irle bien en ciertas circunstancias, pero no como principio general. Divide y vencerás. Es uno de los grandes problemas europeos. La UE no siguió los pasos del Jospin y cuando Schröder quiso hacerlo se encontró con que ya no hay Jospin sino Chirac más Berlusconi y con un Blair que está donde está. A Europa le pasa lo que a los niños, que entre hueso y hueso no tienen hueso sino cartílago. Pero Europa no está precisamente en su niñez, aunque líbrenos Dios de decir que es demasiado vieja.

El centralismo sin cohesión social es un sueño vano que sólo puede traer consigo un despertar agónico. El Estado unitario, tal como lo diseñó Platón en La República, sería hermoso de ser posible. A mi modesto entender, esa unidad a través de la justicia (la armonía) y esa justicia a través del la unidad, fue más bien el manual político indispensable para todo el futuro del hombre. "Ahí está el modelo, id aproximándoos al mismo tanto como podáis", pensaría el incomparable filósofo. Pero cuando la pluralidad es tanta como la deseada por el discípulo, Aristóteles, adiós a la necesaria cohesión social. La cual peligra más cuanto más sancionada por la ley. Eso ocurre en España y no es invento de Aznar, pero tampoco puede decirse que bajo su mandato la tendencia haya cambiado de signo. En España existen, crecientemente, un "norte" y un "sur", y entrecomillo porque estos conceptos no siempre coinciden, económica y socialmente, con la ubicación geográfica. No siempre tampoco, todo el sur es pobre y todo el norte rico. Galicia es un ejemplo de esto último.

A este respecto, nuestro Estado democrático y autonómico no ha sabido superar los desmanes y la arbitrariedad del centralismo; y a algunos, aún nos zumba en los oídos un nombre: Intelhorce. La dictadura levantó esta gigantesca empresa textil en el campo de Gibraltar, por razones obvias. Así se consiguió... hacerle la competencia, sobre todo, al textil catalán, que se resintió lo suyo; mientras tanto, Intelhorce acumuló pérdidas año tras año hasta el cierre. Mal negocio económico, mal negocio político y mal negocio social. Hermosa manera de cohesionar la sociedad española.

La intervención del Estado en la cultura es asunto polémico. Personalmente, pero sin hacer de ello un dogma rígido, me inclino por la "intromisión" del Gobierno central en la preservación y creación de infraestructuras, pero no en los contenidos. La "excepción cultural" francesa inspira a la vez simpatía y miedo. No hay necesidad de razonar la simpatía, el temor, sí. Pues so pretexto de defender la diversidad se infiltran a menudo intereses económicos y de poder que, a la postre, desvirtúan lo que dicen querer preservar. Es asunto arduo y, por ende, discutible. Pero el Estado, sea centralista, autonómico o federal, deberá asumir a conciencia una de sus principales misiones: la redistributiva. A esto se le llama solidaridad y no está mal; pero la solidaridad no debe confundirse con la caridad. Caridad sería dar más al que menos contribuye así por las buenas, porque es más pobre. ¿Es eso lo que está ocurriendo aquí? Así lo parece. Lo mejor que podemos decir es que las medidas complementarias que deben acompañar la redistribución no se cumplen unas, se cumplen mal otras y unas terceras ni siquiera se plantean. Que la renta per cápita de la Comunidad de Madrid sea algo más del doble que la extremeña y ésta la mitad que la catalana; es incomprensible; sobre todo habida cuenta de que las diferencias tienden a ensancharse, en lugar de lo contrario. El Anuario Social de España 2000, registró diferencias casi abismales entre provincias y entre autonomías en todas las variables estudiadas. (Riqueza, sanidad, educación-cultura-ocio, empleo, calidad de trabajo, vivienda-equipamiento del hogar, seguridad-justicia, entorno-clima).

La solidaridad que debe promover el Estado debe abarcar la doble vertiente social y económica. Incluso en países muy descentralizados, pero a la vez fuertemente cohesionados (lo que no es el caso de España), molesta al vecindario que un paquete de cigarrillos tenga un precio en un lugar y otro mucho más bajo en el condado vecino, en virtud de un abanico de gravámenes. Aquí, "el sistema de rentas mínimas sigue careciendo de coordinación suficiente y está generando desigualdades en función de su territorio de aplicación", dice el CES. Habría que añadir servicios tales como el cuidado del cáncer (los oncólogos reclaman un Plan Nacional) y hasta conatos de diferencias en el impuesto de sociedades. ¡Ha tenido que abortarlos la UE! En la vertiente económica, el Estado español no ha sabido encauzar la creación de riqueza en las autonomías netamente receptoras de dinero público. Solidaridad es pagar más, pero no siempre a fondo perdido sino como inversión a largo plazo. Se trata, no sólo, pero sí sobre todo, de la creación de una clientela. En esto, el fracaso de nuestros gobiernos centrales ha sido estrepitoso. Un fracaso que en Italia ha producido a Bossi.

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La defensa de las peculiaridades culturales autonómicas es un hecho positivo y no pone per se en peligro al conjunto que, a la postre, es la suma. El peligro procede del descuido del equilibrio. Iguales y distintos, no iguales pero distintos.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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