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Tribuna
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Rabo de nube

Tras los fríos de días pasados, ha vuelto el viento. Un viento fuerte, sin llegar a bruto. Un viento alegre, que no brusco. Un viento vivo, un viento sostenido, que, al menos por el momento, está dando que hablar, pero no que lamentar. Un viento que trae consigo cambios en la temperatura y, cuando se amansa, lluvia. Estoy recordando estos días de viento una conocida canción del trovador cubano Silvio Rodríguez, en la que dice lo siguiente: "Si me dijeran pide un deseo preferiría un rabo de nube, un torbellino en el suelo y una gran ira que sube, un barredor de tristezas, un aguacero en venganza que cuando escampe parezca nuestra esperanza". Un rabo de nube; así es como llaman en Cuba a los tornados. Un tornado bueno y justo es, si tal cosa fuera posible, lo que el cantor reclama.

Soplan vientos de cambio en la política española. Actos de autobombo aparte, el PP asiste estremecido al más que probable agotamiento de su etapa de gobierno. Probable agotamiento, digo, que la política no es una ciencia exacta. Unas inundaciones fueron la salvación de Schröeder y un brutal atentado terrorista la de Bush. De aquí a las elecciones generales pueden pasar muchas cosas y el cuerpo electoral, sometido en gran parte en estas sociedades post-ideológicas a los flujos opináticos generados y sostenidos por instancias mediáticas capaces de fijar la agenda política en cada momento, puede modificar su orientación casi de un día para otro: no hay más que ver la actualmente crítica situación del citado Schröeder. Así pues, no hay nada escrito. Pero hay suficientes indicadores, indicadores diversos (desde la boda escorial hasta la ausencia de Estado en la crisis del Prestige) que empujan en la misma dirección deslegitimadora de un Gobierno al que sólo le queda el recurso a gestos vacíos y a la gestión demagógica de la política antiterrorista. Vientos de cambio, pues, que empujan las velas de la nave comandada por un Rodríguez Zapatero que hace ya tiempo ha dejado de parecerse a sus guiñoles.

De igual modo, por primera vez parece creible la posibilidad de que Galicia y Cataluña experimenten un cambio en sus respectivos liderazgos políticos. En apenas unos pocos días un Fraga tronante, que se burlaba en el Parlamento gallego de quienes, según él, pretendían convertirlo en cazador cazado, ha dado paso a un Fraga que implora a Dios no dejar en herencia una derrota electoral mientras su delfín político fenece entre el chapapote de la corrupción. Al mismo tiempo, en Cataluña parece confirmarse la paradoja que sostiene que, en muchas ocasiones, más es menos, y las encuestas de intención de voto señalan que el pospujolismo puede tener bigote y llamarse Maragall.

¿Y en Euskadi? Euskadi sigue siendo mayormente encrucijada donde vientos que soplan desde direcciones distintas generan remolinos feroces que giran y giran sobre sí mismos, que todo lo mueven y agitan para al final dejarlo todo en el mismo lugar. También los vientos juegan a la soka tira, se enfrentan y, al tiempo, se anulan. Son vientos que agitan y desbaratan, que empujan y descomponen, pero nada más. Vientos que, a pesar de su naturaleza huracanada, acaban produciendo los efectos de las calmas chichas.

Mayormente es así; pero de vez en cuando también en Euskadi se hace notar un viento distinto, un viento que nos permite hacer volar nuestras cometas sin que estas nos sean arrebatadas de entre las manos y arrastradas sin control hasta estrellarse contra el suelo o enredarse en los cables eléctricos. Fijaos con atención: ¿no percibís un cambio en la dirección de viento? ¿no escucháis el susurro de un mensaje nuevo, que dice que las cosas pueden ser de otra manera, qué está situación de enquistamiento no ha de durar siempre? Aquí un constitucionalismo más útil y menos amurallante; allá un viejo liderazgo carismático destronado; acullá un nuevo debilitamiento del lado oscuro de la fuerza. Fijaos bien: las velas empiezan a hincharse y el cielo empieza a poblarse de cometas de colores. Es un rabo de nube.

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