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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El camino que empieza en Damasco

Jacinto Antón

El camino a Siberia comienza en Damasco. La publicación de Entre árabes, que reúne los dos primeros libros de viajes de Colin Thubron (Londres, 1939), el aclamado autor de En Siberia y considerado uno de los grandes autores de literatura de viajes de la actualidad, permite contemplar desde sus inicios el trayecto de este sensacional nómada contemporáneo. Ahí, en Entre árabes, en esos dos viajes a Damasco y Líbano en los años sesenta, están ya el estilo, la sensibilidad y la mirada que, depurados por la experiencia y la madurez, alcanzarán el grado de excelencia en los libros posteriores. Están también un cierto abuso del excurso histórico, un sobreinterés en lo arquitectónico -herencia sin duda del venerado Robert Byron- y, en ocasiones, un impudor emocional y una ebriedad poética, que no pueden sino resultar entrañables y que constituyen el brote primero del sobrio lirismo que baña los libros siguientes del autor.

ENTRE ÁRABES

Colin Thubron Traducción de Concha Cardeñoso Península. Barcelona, 2002 494 páginas. 20 euros

El Thubron de Entre árabes es un viajero juvenil, veinteañero, en el que él mismo dice no reconocerse hoy demasiado ("era más inocente, o al menos tenía menos capacidad crítica", señala; "por otro lado, lamento no tener ya esa energía, esa plenitud juvenil; eso sólo puede plasmarse así en un primer libro"). Pero desde los compases iniciales de Semblanza de Damasco, el primero de los dos libros que componen -con Las montañas de Adonis- Entre árabes, Thubron hace gala, al visitar la aldea de Burzé, donde la tradición sitúa la gruta en que Caín escondió el cadáver de Abel, de una perspicacia natural digna de los más veteranos viajeros clásicos: "Un gato se frotó contra mis zapatos; como los gatos huyen normalmente, pensé que aquel lugar era bueno".

Sorprenden especialmente en el gran viajero Thubron, desde estos sus inicios, la altura poética y el valor con que se adentra en todos los lugares, incluso los menos recomendables, y se pone en manos de desconocidos. Lo primero es, probablemente, algo que lleva en la sangre, no en balde desciende, por parte de madre, del poeta laureado John Dryden. Lo segundo podría achacarse a la herencia de su padre, el general Gerald Ernest Thubron, que ganó una medalla al valor durante la II Guerra Mundial por su comportamiento en África del Norte y luego en Anzio, aunque Colin Thubron está de acuerdo con la apreciación de que es precisamente la falta de la experiencia bélica una de las características que distingue a los escritores de literatura de viajes de su generación -Chatwin, Theroux, Raban, él mismo- de los de la de Thesiger, Leigh Fermor, Newby o Norman Lewis. "No sé si eso es una carencia", me dijo recientemente, "a ellos les apasionaba la aventura, nosotros somos escritores de profesión. Antes eran viajeros que escribían, ahora somos escritores que viajan".

La educación en Eton, segu

ramente, también ayuda a guardar las formas y dominarse en situaciones difíciles: en Trípoli, cuando se encontró frente a un grupo de musulmanes furiosos contra los occidentales al inicio de la Guerra de los Seis Días, Thubron explica que temía sobre todo, más que a la muerte, "perder la dignidad y hacer el ridículo". En otra ocasión, obligado a defenderse en Sidón con las manos de un refugiado palestino borracho que le atacó, dice que sintió luego vergüenza porque el agresor -con el que después se reconcilió- era menos corpulento que él y entrado en años. Ambos episodios se narran en Entre árabes.

En todo caso, la aparente inconsciencia que muestra el viajero en sus periplos se basa en última instancia en el irreductible convencimiento de que el ser humano es esencialmente bueno y que las personas no son muy distintas en ningún sitio. Una actitud hacia la gente ejemplar, con los tiempos que corren, y que debe ser la clave de que se le abran las puertas a Thubron en todas partes. "No hay que tener miedo a lo árabe", subraya a raíz del 11-S, "hay que huir de los clichés que se están tratando de imponer, y para ello es muy importante seguir viajando".

Los viajes de Thubron a Damasco y Líbano, realizado el primero en 1962-1963 (vivió varios meses en la ciudad y recorrió incansablemente sus calles y sus alrededores, en parte en bicicleta) y el segundo en 1967 (una caminata de cuatro meses por las costas y montañas del país), muestran realidades que quedan hoy muy lejos. Son libros históricamente desfasados y nadie debería utilizarlos, a no ser con una mentalidad en verdad muy romántica, como guías de viajes. El propio Thubron reconoce esa circunstancia en el prólogo de 2002 a la edición española ""Damasco era prácticamente un arrabal y Líbano vivía en paz"). Pero es cierto que no están menos obsoletas en ese sentido otras joyas de la literatura de viajes . Y de hecho, ésa es, en opinión de Thubron, la esencia y el destino del género, ser algo de carácter efímero, "subjetivo y vulnerable", el dibujo inacabado y parcial de algo fugaz.

La lectura de Entre árabes,

en todo caso, no se empobrece con el tiempo pasado desde su escritura, sino que se tiñe doblemente de esa atmósfera melancólica, esa indefinible sensación de pérdida, que es una de las características de la prosa de Thubron, el leitmotiv de esas grandes sinfonías paisajísticas que son sus libros de viajes. No es fácil olvidar, por lo conmovedores, el adiós del autor a Damasco, o su despedida de Líbano, un Líbano en el que ya se perciben, como truenos lejanos, los primeros signos de la tragedia.

En Semblanza de Damasco, el joven Thubron se embarca en la empresa de describir a la ciudad desde sus míticos inicios. El deambular del escritor por campos, ruinas infestadas de jerbos, yacimientos, bazares, callejuelas y mezquitas, en una suerte de trayecto en espiral, deviene expresión física de un minucioso proceso de mondadura de la memoria de la urbe, capa por capa, del calcolítico al Gobierno baazista, pasando por los amorreos, San Pablo -su bíblica conversión, precisamente en el camino a Damasco-, los seleúcidas, las amazonas hamzaritas, los guerreros del desierto o los omeyas. La gran Historia -las guerras, las caravanas, los califas y bajás, Saladino, Baibars, Faysal-, pasa a través de las páginas como una enorme sombra que se desplaza y queda atrapada en una celosía de imágenes concretas, materiales, casi palpables.

Y se entrecruza con la vida actual, los colores -las anémonas escarlatas, los sauces como jirones de tela verde, la fruta escarchada-, los sabores y las gentes: los talladores de piedra que junto al viejo cementerio mameluco sacan flores del mármol; Elías Bahena, el fabricante de armarios que da cobijo al viajero, el anciano derviche que le introduce en una ceremonia clandestina de la orden...

Las montañas de Adonis es un viaje por Líbano con la excusa de la búsqueda de las huellas de la leyenda y el culto a Astarté y su malogrado amante. En el itinerario, Thubron, echando mano prolijamente de la historia y la mitología, describe Sidón, con su crujiente cementerio de múrice, la caracola de la que se extraía la imperial púrpura; Tiro, rosa y ámbar, deshaciéndose en las olas, Biblos, los cedros de Maaser al Shuf, la vida de los drusos o la majestad de Baalbek y el regalo de un cigarrillo de hachís entre las ruinas...

Después de Entre árabes ha habido media docena más de libros de viajes de Thubron -en castellano están inéditos uno sobre Jerusalén (1969), otro de Chipre (1975) y, sobre todo, Behind the wall (1987), dedicado a China (país al que ahora va a regresar), aunque permanecen también por publicar todas sus novelas, algunas de las cuales son espléndidas-. "No puedo imaginar el día en que deje de querer viajar", afirma Thubron. "No creo que haya nada peor que perder el gusto, el impulso de viajar". Siguiéndole desde Damasco hasta Siberia, una multitud de entregados lectores no podemos estar más de acuerdo.

Colin Thubron ha escrito sobre países como China o Chipre.
Colin Thubron ha escrito sobre países como China o Chipre.MARCEL.LÍ SÁENZ

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Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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