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La escultora Dora Salazar libera en Pamplona a sus criaturas antropomórficas

En el juego antropomórfico de Dora Salazar se ha instalado el poder de la sombra. La escultora navarra (Alsasua, 1963) expone en el Pabellón de Mixtos de la Ciudadela de Pamplona la muestra Soliloquios.

En el monólogo interior de la artista con sus ondulantes criaturas femeninas, los corsés materiales que imponían coercitivamente las formas a sus figuras han dado paso a la libertad. Además está la luz. "Fue un encuentro fortuito", asegura Dora Salazar. "De esos que surgen espontáneamente en el proceso escultórico".

Y de esa manera sus trabajos más recientes, las series Soliloquio I y II y Angelito I y II trasladan su liviana corporeidad metálica a las sombras proyectadas en lienzos por los focos que iluminan cuerpos transparentes de alambre.

La escultora afincada en Bilbao también se ha abierto al espacio poblando el techo de la sala con la serie de sus corsés alados Artilugio, criaturas móviles que la imaginación de Leonardo da Vinci ya ideó siglos atrás en el humano intento de surcar los cielos con medios mecánicos. "Tener alas no implica necesariamente poder volar", explica la artista.

El aura espectral de su figura Sobrevolar (hilo de cobre) sobrecoge. La sorprendente figuración de Molde modelo (tela metálica, escayola y cuero) nos retrotrae a la deformación de maniquí de yelmo del cuerpo femenino, alegorías de la constricción de la imagen social y cultural de la mujer, hasta desembocar en el desmembramiento total del cuerpo, pies, manos, codos, transformados en puntos de apoyo de un carnal Rocódromo.

El zapato de la cenicienta I y II, Canoa, Prótesis y El guante de Gilda constituyen expresiones a medio camino entre lo humano y lo animal. Advocaciones en el espacio a la transformación humana que alcanza evocación arquitectónica en el conjunto Ciudad de hilo. Pero Salazar aporta más a esta exposición pamplonesa. Incluye algunos de sus elaborados dibujos y bocetos o el conjunto llamado El vestidor de la reina, en el que combina elementos como la pasta de papel, los clavos, la piel o el alambre para formar un inquietante interior poblado por un hombre-alfombra y la elegante textura de dos metálicos vestidos de fiesta cuyas sombras entrelazan hilos espectrales de luz.

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"Todo mi trabajo tiene una única lectura que es estética", señala Dora Salazar, aunque la escultora reconoce que ha realizado últimamente secuencias discursivas. "La edad te cambia la mirada, la hace más etérea", confiesa la artista, que ha realizado en Soliloquios un verdadero canto a la creación pura, aquella en la que el creador es poseído por el propio lenguaje y por las formas a través de las que surge al mundo, sin exigir para ese proceso la participación de ningún interlocutor.

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