_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Imagineros

José Luis Ferris

Rafaela García Tolosa enviudó prematuramente en plena sanjurjada, un día de aguacero y ventisca que arrojó de un mal golpe al bueno de José María Ferris a las aguas embravecidas del Júcar mientras supervisaba las obras de la presa de Alcalá, sin tiempo a nada, corriente abajo entre violentos remolinos oscuros que lo engulleron para siempre en las entrañas del río. Y así, sin más futuro que la tierra baldía, el esposo muerto que arrastró tras su estela el sueño de una República hecha pedazos, y tres hijas de corta edad, Rafaela dejó la aldea manchega y emigró a Alicante por puro instinto de supervivencia. Allí le esperaban algunos parientes y jornadas infinitas de trabajo, día y noche, para llevar a las niñas mendrugos de maíz y dignidad a espuertas. La posguerra fue dura, pero más aún tener que repartir a sus tres criaturas por hogares distintos debido al trabajo y a la ausencia obligada. Una de esas niñas pasó aquellos años en la casa de los Blanco Cantó, una familia singular que, en aquellas fechas, trasladó su domicilio al popular barrio de Benalúa. Rafael Blanco y su esposa Anita, así como Fulgencio, hermano del aquél, trataron a la inquilina como a hija propia y le procuraron un tiempo feliz. El oficio de los hermanos Blanco llenaría de fascinación los ojos de Remedios, ya que ambos eran imagineros, escultores que transformaban la madera y la piedra en figuras heridas de emoción. En aquella casa, en el espacio deslumbrante del taller, la niña se desenvolvía entre imágenes devocionales, tronos, pasos de procesión y bustos de Dolorosas en madera policromada. Puede que nadie sepa nunca si el bellísimo rostro de aquella criatura inspiró a Rafael o a Fulgencio en el momento de tallar alguna de esas Purísima que hoy presiden iglesias y escuelas. El primero murió en 1984, el mismo año en que se marchó de este mundo Rafaela García Tolosa. Fulgencio Blanco López nos dejó la pasada semana, según pude leer en una breve esquela en la prensa local. No ha habido más recuerdo para él que el de los íntimos y el de la niña de esta historia. Me lo dijo conmovida desde el otro lado del teléfono. Mi madre es así y me gusta que aún conserve el calor de esos años, que los comparta conmigo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_