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LANCE ARMSTRONG | Mejor deportista extranjero | ENCUESTA ANUAL DE EL PAÍS

No hay límites para un superviviente

Carlos Arribas

"Cuando eres Lance Armstrong y has sobrevivido a 12 tumores en los pulmones, dos en el cerebro y a un testículo machacado por el cáncer del tamaño de un limón, los Alpes son como un bache en la carretera", escribió Rick Reilly, el columnista de Sports Illustrated.

A lo que se podría añadir: cuando eres Lance Armstrong, y has sobrevivido un cáncer llevando la contraria al 80% de posibilidades de morir que te daban los médicos; y no sólo eso, cuando después has vuelto a ser ciclista, y más fuerte que antes de la enfermedad todavía; y no sólo eso, cuando has ganado cuatro Tours consecutivos, has aniquilado a la oposición, te has convertido en el más fuerte de tu deporte en términos absolutos; y no sólo eso, que mientras tanto has aprovechado el proceso para transformar el deporte que dominas, o, si no tanto, al menos sí la percepción del deporte en el que eres el rey; y no sólo eso, has vivido y has crecido y has formado una familia; y no sólo eso, cuando has logrado multiplicar tus ingresos, hacerte millonario; y no sólo eso, que te has convertido en una figura que trasciende los límites de tu deporte y de todos los deportes, que te has convertido en una máquina de esperanza para millones de enfermos de cáncer, que leen el libro que has escrito, Mi vuelta a la vida, y creen leer la biblia, y se aferran a tu experiencia como última medicina; y si todo ello es así, que lo es, entonces tienes derecho a buscar sin cesar los límites a la vida, buscarlos sin miedo, y a no encontrarlos: tendrás derecho a pensar que tu vida no tiene límites. Te sentirás dios.

Se sabe desde hace mucho que Armstrong es un talento único con una capacidad extraordinaria
Ha reducido el ciclismo al Tour, la única carrera capaz de generar leyendas perdurables
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Algunos hablarán de milagro. Creerán en ello, creerán en él y se convertirán en sus profetas. Otros dirán: Armstrong no es humano.

Lance Armstrong es un talento deportivo único con una capacidad extraordinaria. Se sabe desde hace mucho. A los 16 años se hizo profesional del triatlón. Era el mejor. Las pruebas de esfuerzo dejaban alucinados a los médicos y científicos. Después se limitó al ciclismo y siguió asombrando. Tenía cuerpo de clasicomano. Musculoso y fuerte. Pesado. Pura potencia. Y carácter también. El punto justo de ambición y de agresividad. Un día de agosto de 1993, cuando aún no había cumplido los 22, un día de lluvia fría en Oslo, Armstrong, insolente, barras y estrellas empapadas en el pecho, ganó el Mundial. Segundo quedó un tal Miguel Indurain. Lance Armstrong es un cuerpo reconstruido.

Pocos meses después de ganar otra gran clásica, la Flecha Valona de 1996, durante los Juegos de Atlanta, Armstrong comenzó a sentir los primeros síntomas del cáncer. Se lo detectaron. Le trataron con quimioterapia. Le operaron. A los cinco meses volvía a subirse a una bicicleta. Volvía a entrenarse. Se había quedado sin músculos. Atrofiado. Tenía que salir de cero. Hacerse de nuevo. Renació convertido en un hombre Tour. En un escalador que subía como nadie, ni Bahamontes, ni Gaul, ni Perico, un hombre capaz de desarrollar, por ejemplo, subiendo el Alpe d'Huez, una potencia superior a los 450 vatios, un rendimiento que los fisiólogos creían imposible. Y que algunos aún no se creen. Convertido en un contrarrelojista como pocos se han visto antes, como Indurain o como Merckx o como Anquetil, capaz de romper los usos y las tendencias, capaz de frenar el desaforado crecimiento de los desarrollos para volver al molinillo. a los desarrollos de pocos metros, a la alta frecuencia de pedaleo.

Lance Armstrong, nacido en Dallas, (Tejas, Estados Unidos) hace 31 años, no tiene muchos amigos en el pelotón. Tampoco los busca. El pelotón, el Tour, es simplemente su territorio de expresión, la geografía variable de sus hazañas. El Tour es el único espacio ciclista capaz de generar leyendas de largo alcance. Lo sabe bien Armstrong, que ha reducido el ciclismo al Tour, desdeñando todos los meses que no sean julio. El Tour es, para él, 21 etapas que se conoce de memoria desde meses antes de disputarse; contrarrelojs en las que mide el viento, su dirección, su fuerza, sus obtáculos; subidas, ascensiones que hay que conocer metro a metro, curvas, baches, desniveles. El Tour es un plan diseñado semanas antes, trabajado por un equipo, su equipo, el US Postal, que es un equipo como los equipos de antes: un líder, solo y único, y ocho gregarios, elegidos por el líder en persona, que sólo existen en función de su líder: sin voluntad, sin libertad, sin capacidad de elegir o de decidir. El Tour es, para Armstrong, un guardaespaldas y un autobús que le lleva a la salida de las etapas. Dos conferencias de prensa más varias confidencias personales a personas debidamente elegidas. El Tour es un juego táctico y estratégico y varios días de exhibición. El Tour es, para el americano increíble, unos rivales sometidos desde el primer día, o casi.

El Tour es, sigue siendo, un desafío histórico, y varios escalones aún por ascender para que su hazaña esté a la altura de su grandeza única. Armstrong ha anunciado que, posiblemente, se retirará en diciembre de 2004. No es una fecha cualquiera. Si todo va bien, y siete meses antes no hay ningún motivo para dudar, el Tour del centenario, el que comienza y termina en París, le permitirá al tejano conseguir su quinta victoria consecutiva, alcanzar el tope que nadie ha superado y que sólo uno ha tocado hasta ahora. Anquetil, Merckx e Hinault han ganado cinco Tours, pero sólo Indurain ha ganado cinco seguidos. Pero igualarlo, si lo consigue, no le valdrá a Armstrong, el hombre sin límites. Para superarlo, para convertirse en el único que ha ganado seis Tours deberá esperar un año más, deberá esperar al Tour de 2004. Tendrá 32 años ya, la edad a la que ni Merckx ni Anquetil ni Indurain ni Hinault fueron capaces de ganar el Tour.

Pero para Armstrong, el hombre que no es humano, no hay imposibles. Cuando llega su momento, cuando Armstrong decide marcar diferencias, ganar una etapa, ganar el Tour, los rivales le ven partir desde lejos y resoplan. Algún valiente intenta seguirle. Después se arrepiente.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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