La última patada a Jimmy Johnstone
A sus 58 años, el célebre extremo del Celtic, protagonista de la batalla del 74 contra el Atlético, encara una degenerativa enfermedad neuromotora
Todo empezó de verdad en una rancia letrina con olor a linimento. El técnico escocés Jock Stein, que había vuelto al banquillo del Celtic, acudió por sorpresa a un partido del equipo de los reservas de los católicos de Glasgow frente al Hibernians. Al descanso, Stein bajó al vestuario, donde su aire de generalísimo anudó la nuez a más de un jovenzuelo. Sobre todo, a un extremo pulgoso de pelo rojizo que no levantaba dos palmos del suelo y que en aquel marzo de 1965 tenía 21 años. Jimmy Johnstone sintió un escalofrío seguido de un insoportable apretón. En presencia del mariscal, no tuvo más remedio que salir pitando hacia el cuarto de baño. "Para mi sorpresa, Jock me siguió hasta el lavabo y, una vez allí, mientras yo hacía mis cosas, me espetó: '¿Se puede saber qué hace usted con los reservas? A partir de mañana haga sus necesidades en el cuarto de baño del primer equipo y demuéstreme qué otras cosas sabe hacer". Días después, Johnstone, que había debutado en el primer equipo en 1963, poco antes de cumplir los 19 años, marcó tres goles con el Celtic, con el que jugaría 515 partidos en 14 temporadas. Un currículo por el que el pasado 8 de septiembre fue elegido por los seguidores verdiblancos como el mejor futbolista en la historia del club.
Jinky hizo del regate una partitura: salía por los costados, amagaba, frenaba y... arrancaba
Una carrera inolvidable no sólo en Gran Bretaña: Jinky, como le conocen sus paisanos, quedó grapado para siempre en los almanaques del fútbol español tras una de las batallas más encarnizadas que se recuerdan. "A lo largo de mi carrera, me dieron muchas patadas, pero nunca tantas en el mismo partido como hicieron aquellos argentinos del Atlético de Madrid en las semifinales de la Copa de Europa de 1974".
Un recuerdo que acompañará a Jinky mientras viva. No importa que ahora, a sus 58 años, una espantosa enfermedad neuromotora le tenga en vilo desde que se la diagnosticaron hace dos años. A Johnstone, todo un ídolo en la casa del Celtic, le encanta recordar y que le recuerden. Siempre que su maltrecha salud se lo permite, acude a los partidos del club que le alumbró. En Celtic Park todos le adoran porque es un tipo que se hace querer. Un premio a su amabilidad, educación, simpatía y sensibilidad. Basta echar un vistazo por las modernas instalaciones de la entidad para comprobarlo.
Tres horas antes del partido de ida de la Copa de la UEFA entre el Celtic y el Celta del pasado día 28, un puñado de veteranos, todos uniformados con la chaqueta y el escudo verdes, se reúnen en una modesta cafetería privada del edificio principal. La irrupción de un periodista español en busca de Jimmy causa un revuelo formidable. El pequeño Johnstone, que no alcanza un techo de 160 centímetros, se convierte en la diana preferida de sus bromistas colegas. Con sus saltones ojos azules, que se mueven a la misma velocidad que lo hacían sus piernas cuando enfilaba la banda; la cabellera segada y la columna algo encorvada, el ex jugador intenta, sin éxito, apaciguar la jarana. No hay forma. Y desiste entre sonrisas encadenadas con naturalidad: "Busquemos un rincón tranquilo porque éstos...".
"Oh, España... Yo estuve en el homenaje a Di Stéfano". Ya, pero en aquel país se le recuerda más en la otra orilla de la capital, en la del Atlético. ¿Ya no se acuerda? "Sí, sí, claro; era un gran equipo... Pero nunca entendí por qué era tan duro si sabía jugar muy bien". Jimmy se contesta solo: "Recuerdo que tenía muchos argentinos y... ¿el técnico también, no?". Era Juan Carlos Lorenzo. "Ése, ése. Fue un partido tremendo, inolvidable, con mucha tensión. ¡Qué patadas me dieron! Después de lo que ocurrió aquí, también me acuerdo de lo mal que lo pasamos en Madrid. Nos pusieron policías por todos los sitios, nos acompañaban fuéramos donde fuésemos. Eso nos puso muy nerviosos, aunque luego nos ganaron bien [0-0 en Celtic Park ante 73.444 espectadores y 2-0, con goles de Gárate y Adelardo, en el Calderón ante 68.089 seguidores]".
Del belicismo de Glasgow, el único nombre propio que le brota a la primera es el de "Ayala", uno de los tres expulsados por el árbitro turco Dogan Babacan. Para los otros dos desterrados del campo, Panadero Díaz y Quique, no tiene memoria. Bueno, así de sopetón, porque en el transcurso de la entrevista da la impresión de que lo de Panadero le va dando qué pensar. ¡Cómo no! Entre el lateral argentino y Eusebio, aquel otro defensa desgarbado y fortachón, le dejaron las piernas forradas de cicatrices. De hecho, una entrada de Eusebio a Johnstone incluso obligó a la policía a tomar el césped y evitar un linchamiento general entre los dos equipos.
Antes de la gresca bajo la niebla de Glasgow de aquel 10 de abril de 1974, Jinky ya había probado cómo se las gastaban algunos argentinos. En la final de la Copa Intercontinental de 1967, el Celtic mantuvo tres asaltos "sangrientos" con el Racing de Avellaneda. Johnstone, un extremo rapidísimo, hábil y punzante ante el gol al que apodaban La Pulga Voladora, pasó un calvario ante el lateral zurdo del Racing, llamado... Panadero Díaz, que, por entonces, dirigía la trinchera de la Academia junto a Basile y Perfumo, entre otros. "Le hicieron una defensa de terroristas; pensé que le mataban", soltó Billy McNeill, el capitán del equipo escocés, tras la conocida como batalla de River Plate. El Celtic ganó la ida (1-0), cayó en el Monumental de Buenos Aires (2-1) y falló en el desempate en Montevideo (1-0), en el que Jimmy, hastiado por los cardenales en sus piernas, terminó expulsado. Y no sólo Jinky. Aquella fue la madre de todas las batallas. Antes del partido, el portero titular escocés, Ronnie Simpson, fue agredido con un objeto y no pudo jugar. A los 25 minutos, el árbitro paraguayo Rodolfo Pérez Osorio tuvo que parar el juego y amenazar a los dos capitanes con suspender el choque si no había tregua. De armisticio nada: una bárbara entrada de Rulli a Johnstone a los 37 minutos derivó en una gresca total que obligó a intervenir a la policía. Tras un parón de cinco minutos, Basile y Lennox fueron expulsados. El primer tiempo acabó con 34 faltas. A los tres minutos de salir de la ducha, Martín cazó a Johnstone, que se revolvió y vio la tarjeta roja, como luego Cárdenas, John Hughes, Rulli y Bertie Auld. Jamás hasta ese día, con un club británico profesional por el medio, había habido tantos expulsados en un mismo duelo. Por algo, cuando hoy día rebobina, a Johnstone le sacude una descarga acordarse de los argentinos. En aquel Atlético se alinearon en Glasgow hasta cuatro: el Cacique Ovejero, Cacho Heredia, Ayala y Panadero Díaz. Sir Alf Ramsey, el técnico que en 1966 se proclamó campeón del mundo con Inglaterra en Wembley, les llamó "animales" tras la refriega.
Pocos meses antes de medirse al Racing, el Celtic había alcanzado su momento cumbre, en la final de la Copa de Europa de Lisboa en la que acabaron con el Inter de Helenio Herrera, Burnigh, Facchetti, Corso, Mazzola... Un equipo que, desde luego, tampoco regalaba rosquillas. Pero Jimmy tenía un ángel de la guarda. Era una anguila con el balón en los pies y a la hora de esquivar las tarascadas de su rivales. Un regateador puro que ya cuando le colgaban los mocos sin remedio practicaba esta suerte en el jardín de su modesta casa en Viewpark, en Lanarkshire, donde colocaba un montón de botellas vacías a las que mareaba una y otra vez. Ya como profesional, hizo del regate toda una partitura: salía por los dos costados, amagaba y amagaba, frenaba a mil por hora y arrancaba de forma supersónica mientras los rivales cazaban moscas, escuchaban el crujido de una cadera y terminaban enloquecidos. Él tiene su explicación para tanto arte: "Siempre me ayudó mucho la climatología escocesa. Como aquí llueve tanto, y dado que mi centro de gravedad era tan bajo, cuando los grandotes defensas intentaban darme un mordisco, la mayoría de las veces resbalaban mientras yo era capaz de mantenerme en pie e irme a toda velocidad. Con los campos secos habría sido otra cosa". Jinky se lo toma casi todo con buen humor, salvo a la hora de debatir sobre los extremos, una especie extinguida hoy día. "Es una pena. Ya no me gusta lo que veo. Hoy, los jugadores son muy fuertes y no paran de moverse, pero hay menos ingenio: todo está más calculado que antes".
No es extraño que Jinky apele al homenaje a Di Stéfano cuando evoca un recuerdo español. Era el 7 de junio de 1967 y pocas, muy pocas veces, Chamartín había asistido a un espectáculo semejante. Puede que a lo largo de su centenaria historia jamás nadie haya regateado a tantos madridistas juntos como aquella noche hizo Johnstone. El Celtic, que había ganado la Copa de Europa el 25 de mayo, estaba tan de moda que fue invitado a una fiesta tan reverente del madridismo e incluso obligó al Madrid a jugar con un pantalón azul para que no hubiera confusión. Jimmy estaba en su plenitud y armó el taco. En una de sus maravillosas arrancadas desde el centro del campo, dejó tirados en la cuneta a tres madridistas y, en la media luna del área, inventó un magnífico pase para Lennox que supuso el 1-0 final para los escoceses. El partido finalizó con él a lo suyo, mareando perdices blancas, y un gesto elocuente: al pitido del árbitro, Johnstone alzó el balón al cielo con su mano derecha como un torero brinda las orejas al tendido. Amancio, cabreado por la derrota, le quitó el trofeo en un arrebato. Dio lo mismo: el Celtic, con Jinky en primer plano, tuvo que saludar desde el centro del campo a la parroquia, que había ido a despedir a don Alfredo.
"Fue increíble. La gente gritaba 'olé, olé, olé' y, al finalizar, Di Stéfano, Puskas, Gento y Santamaría preguntaban boquiabiertos acerca de ese tal Johnstone", contaría tiempo después Bobby Murdoch, ex jugador de aquel Celtic y la sombra de Jimmy hasta su reciente fallecimiento".
Con aquella inesperada victoria ante los interistas, Johnstone, que aquel año recibió el Balón de Bronce, por detrás del inglés Bob-by Charlton y el húngaro Albert, y sus compañeros convirtieron al Celtic en el primer equipo británico que levantaba una Copa de Europa, antes incluso que sus vecinos ingleses del Sur. Jimmy, junto a Lennon, Murdoch, McNeill, Clark y otros cuantos, hicieron del Celtic un equipo deslumbrante, capaz de encadenar nueve Ligas, cinco Copas, dos Copas de la Liga y una Copa de Europa entre 1965 y 1974. Johnstone también añora aquel fútbol escocés tan reputado en toda Europa y que ahora se marea en cuanto cruza la frontera. Tiene clara su receta: "Hemos perdido el prestigio y creo que el Celtic y el Glasgow Rangers deberían afiliarse a la Premier League inglesa porque en el torneo escocés les perjudica la falta de competencia".
En los tiempos gloriosos, Stein, el técnico, mantenía como punto de partida el fútbol efervescente que siempre ha distinguido a los británicos, pero impregnó al Celtic de un cierto espíritu libre. "En cada entrenamiento había un balón para cada jugador". Otra cosa eran los métodos personales de Stein, no tan libres. A Jinky aún no se le ha olvidado que su viejo maestro estuvo a punto de dejarle soltero de por vida. En 1966, el Celtic había programado unos cuantos bolos por Estados Unidos. Stein apenas tenía jugadores que le acompañaran por culpa de las lesiones y la pereza de más de uno. Jimmy, que no se perdió un partido por lesión en 12 años, había echado una instancia en el despacho del malas pulgas Jock para que le liberara de la gira y así poder casarse con Agnes. El técnico le dio permiso, pero sólo de palabra. Sin que Jinky lo supiera, Stein, que se hartó de proclamar que su extremo derecha era "mucho mejor que Stanley Mattews", llamó por teléfono a Agnes y le sugirió, sabe Dios cómo, que aplazara el enlace. Firme como una roca, la futura señora Johnstone le mandó a paseo. Eso sí, según Jimmy, de forma muy política. El asunto dejó una profunda cicatriz en las relaciones entre Jinky y Stein. Entre otras cosas, porque, por mucho que le llamaran La Pulga Voladora, su futura esposa le había hecho un enorme favor, ya que le aterraba volar.
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