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Columna
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Resistencias

Leo La tribu atribulada, el último libro de Jon Juaristi. Lo hago movido por una especie de obligación, impuesta acaso por el infierno. Jamás me ha atraído nuestro pequeño mundo, nuestra mezquina grandeur, aunque cualquiera que me lea pueda pensar lo contrario. No me atrajo cuando aún no era este hartazgo de estiércol, y siempre menosprecié a los seguidores de Oteiza, de Barandiaran, de Jaun de Alzate, o de cualquier aventador de nuestra extemporánea singularidad. Me sentía tan singular como un ciudadano de Aix-en-Provence o de Málaga, y percibía que todas esas oleadas de doctrinarismo cuasi esotérico no constituían sino un empeño para impedir que lo fuera. Y sin embargo... Tomorrow belongs to me, termina diciendo Jon Juaristi a modo de despedida de todo esto. Bueno, no es exactamente lo que había dicho Arquíloco, y Juaristi podrá hacer todas las matizaciones que quiera al respecto, pero... se le parece. Puedo asegurar que tomorrow doesn´t belong to me, y que para que el futuro me perteneciera tendría que poner ya punto final al tema de este artículo y lanzarme a otra cosa. Quizá la huida fuera la única solución posible. Bien, parece claro que el libro de Juaristi no me ha entusiasmado.

No me ha gustado por diversos motivos, y no es el menor el desolador barrido que se percibe en él sobre viejos afectos, esa aspereza militante que nos caracteriza y que es otro síntoma de un sectarismo nuestro muy gregario. Acaso tenga razón Juaristi y no hayamos accedido a la Ley, pero estamos dispuestos a hacer ley de cualquier cosa y emprenderla a tiros en pos de ella; o si no a tiros, al menos a arañazos. No es algo que distinga en exclusiva al libro de Juaristi. Esa aspereza cubre el país de cabo a rabo, y a veces me pregunto si lo más atroz de esta guerra no será que seamos tan atroces. Por lo demás, me merecen el mayor respeto las conclusiones a las que ha llegado Juaristi -aunque no las comparto- y no voy a expulsarlo por ello a las tinieblas. Sí me interesa discutir aquí su peculiar visión sobre el resistencialismo que impregna a los movimientos cívicos vascos.

Tiene razón cuando caracteriza de resistentes a esos movimientos. Surgidos entre gente que participó en mayor o menor grado en la resistencia antifranquista, mantendrían su naturaleza de movimientos a la contra en lugar de ser defensores de un orden, del orden constitucional. Su mayor incongruencia residiría en ser resistentes contra la Resistencia, ya que es ésta la naturaleza que Juaristi les atribuye al nacionalismo vasco en general y al nacionalismo etarra en particular. La lucha contra ésta le correspondería al Estado y a sus instituciones, también a los partidos políticos defensores del orden constitucional, lo que no obsta para que esos movimientos puedan seguir funcionando, eso sí, siempre en estrecha relación con aquéllos y teniendo muy claro su sentido y su finalidad. El principal obstáculo para esa conversión de movimientos resistentes en defensores del orden constitucional lo vería Juaristi en la reluctancia de sus militantes a cualquier orden. Como buenos izquierdistas, su rechazo a la Ley del padre los haría reacios a todo orden simbólico. Discutible tesis, pero no hay espacio aquí para discutirla.

Lo que olvida Juaristi es el carácter expiatorio de esos movimientos. Que sus militantes no sólo fueron antifranquistas, que también, sino que sobre todo fueron proetarras, y algunos de ellos hasta anteayer. Que es muy posible que sin ese sesgo expiatorio, muchos de ellos no se hubieran incorporado a esa lucha de forma tan visceral y adhiriéndole una retórica que les era tan necesaria. Juaristi cuestiona en un determinado momento esa retórica anti nazi, ya que su propia tesis le obliga a ello. Pero olvida que esa retórica la han hecho también suya el Gobierno y las instituciones, adoptando acordemente con ella estrategias de resistencia, tan incongruentes como la de los movimientos cívicos en los que han depositado el peso de la acción política y muy poco acordes con una política centrada de modo estricto en la defensa del orden constitucional.

Por muy representante de la atribulada tribu que sea el Gobierno vasco, no es admisible que esa institución del Estado se abisme en actitudes resistentes contra éste, y menos aún que desde el Gobierno español se cultive ese abismo. Hay formas de evitarlo, y la política es el arte de ponerlas en práctica. Los movimientos cívicos, en tanto que resistentes, han sido pieza fundamental para mantener y cultivar ese abismo. No entro a juzgarlos. Pero no creo que su crítica pueda dejar indemne a un Gobierno que ha hecho suyas su retórica y su praxis.

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