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Fracaso del bipartidismo

Las graves crisis políticas de Argentina, Colombia y Venezuela muestran la dificultad de que una democracia basada en sólo dos partidos se consolide a largo plazo. La dificultad se acentúa bajo un régimen de división de poderes en el que distintos partidos pueden ganar las elecciones separadas a la presidencia y al Congreso. Si los dos partidos se enfrentan, pueden bloquearse mutuamente y conseguir que nadie gobierne. Si cooperan, se convierten en cómplices de una colusión excluyente que genera movimientos de protesta desde afuera y contra el sistema. Cuando, a mediados de los años setenta, América Latina quedó anegada por las dictaduras, quedaron flotando tres islotes democráticos, Colombia, Costa Rica y Venezuela, que coincidían en tener sistemas de dos partidos. En Colombia y Venezuela los dos partidos habían suscrito pactos de cooperación -llamados, respectivamente, de Punto Fijo y de Sitges- con la intención de proteger y estabilizar la democracia mediante una serie de elecciones no competitivas, el reparto de cargos y el turno en la presidencia. La consecuencia a medio plazo fue que creció impunemente la corrupción hacia adentro y el cierre y la exclusión hacia afuera. Colombia y Venezuela han seguido últimamente caminos diferentes y en algunos aspectos opuestos, incluidas las guerrillas en un caso y el populismo autoritario en el otro. Pero los dos procesos tienen un origen común en el duopolio político que ha llevado al desprestigio de los políticos, la desintegración de los partidos tradicionales y la ingobernabilidad. Entre las nuevas democracias establecidas en América Latina desde principios de los años ochenta, sólo en Argentina se desarrolló un sistema bipartidista. Mientras el partido justicialista fue dominante, hubo estabilidad política, aunque también corrupción y exclusión. Pero al perder los justicialistas la presidencia y emerger un nuevo presidente sin mayoría en el Congreso, los dos partidos se bloquearon mutuamente, lo cual precipitó la crisis de ingobernabilidad. El modelo bipartidista parecía seguir la pauta de Estados Unidos. Pero hay que tener en cuenta que en este país los dos partidos son grandes tiendas que cobijan un amplio pluralismo interno, expresado en las elecciones primarias y reflejado en una alta indisciplina partidaria de sus representantes, por lo que siempre son necesarias las negociaciones y los pactos entre el presidente y una mayoría de los congresistas formada por miembros de su propio partido y de la oposición. Sin duda, pese a todos sus defectos, el sistema político estadounidense es más pluralista e integrador que los sistemas bipartidistas cerrados que han existido en algunos países de América Latina. En contra de lo que algunos esperaban, en los últimos veinte años casi todas las nuevas democracias latinoamericanas se caracterizan por el multipartidismo, la ausencia de mayoría presidencial en el Congreso y los gobiernos de coalición. Incluso la veterana Costa Rica ha abandonado recientemente el bipartidismo: en las últimas elecciones consiguieron representación cuatro candidaturas mayores y, por primera vez en cincuenta años, hubo que convocar una segunda vuelta para elegir presidente porque ningún candidato había obtenido el requerido 40% de los votos. En esta situación ahora habitual de división de poderes con múltiples partidos, la gobernabilidad se consigue por dos vías. En algunos casos, un sólido partido de tipo centrista se convierte en el eje de la formación de mayorías políticas y en un elemento de continuidad de la gobernación y las políticas públicas. Dicho algo más técnicamente, el partido que incluye al legislador mediano -es decir, el que tiene menos de la mitad de los legisladores a su izquierda y menos de la mitad a su derecha- es capaz de formar a su alrededor una mayoría políticamente coherente. En esta categoría se incluyen el Movimiento Nacionalista Revolucionario en Bolivia, que acaba de elegir por tercera vez al presidente mediante una coalición congresual mayoritaria con la izquierda; el Partido Colorado en Uruguay, que ha proporcionado la mayoría de presidentes del país en el presente periodo democrático; y la Democracia Cristiana en Chile, de la que han salido dos de los tres presidentes y es una pieza clave en toda coalición gubernamental. Aunque como partido es mucho más débil y carece de experiencia gubernamental anterior, también Perú Posible parece encontrarse en esa posición intermedia entre la derecha y la izquierda que podría concederle, quizá, un papel equilibrador. La otra vía a la gobernabilidad posibilita que el presidente no pertenezca a un partido mediano, como en el caso del socialdemócrata Cardoso en Brasil y del socialista Lagos en Chile. Pero entonces el presidente se apoya en una amplia coalición electoral como la que, en Brasil, incluye al Movimiento Democrático Brasileño, el veterano partido de oposición a la dictadura que ha tenido siempre el mayor número de congresistas en democracia y es socio imprescindible de toda mayoría presidencial, y, en Chile, la Concertación antipinochetista con la ya citada DC. Este enfoque también permite comprender que el caso más reciente de democratización en América Latina, México, esté encontrando ciertas dificultades porque no sigue del todo ninguna de las dos vías de gobernabilidad acabadas de enunciar. Respecto de la primera vía, el presidente Fox y su Partido de Acción Nacional ocupan un afortunado lugar central o mediano en la dimensión democratizadora, entre el antiguo gobernante PRI y la izquierda de oposición PRD, lo cual le ha permitido desarrollar con éxito ciertas iniciativas en favor de los derechos humanos y contra la corrupción. Pero el partido ahora gobernante no es mediano, sino que tiende a aparecer situado a la derecha en los temas socioeconómicos, en los que suele enfrentarse a una mayoría compacta de oposición. Por otra parte, Fox se encuentra a menudo aislado porque ni siquiera se formó una amplia coalición electoral de apoyo a su candidatura, como consecuencia de que México sigue siendo uno de los poquísimos países de la región que aún elige al presidente por mayoría relativa simple, ni tampoco una coalición de gobierno con mayoría en el Congreso, debido sobre todo a la larga trayectoria anterior de confrontación con el posible socio, el PRI. Pero la única posibilidad de avanzar, en este como en otros países, es el desarrollo de negociaciones multipartidistas y acuerdos para formar una clara mayoría política capaz de legislar y gobernar. Nadie puede soñar de nuevo con un bipartidismo, que sólo podría producir o una confrontación paralizadora o el cierre y la exclusión.

Josep M. Colomer es profesor de investigación en Ciencia Política en el CSIC.

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