'LA PRENSA SIEMPRE ELIGE LO INTERESANTE SOBRE LO IMPORTANTE'
Doctor en Ciencias Politicas por Berkeley, profesor en la Sorbona y redactor estrella de Le Monde Diplomatique, Serge Halimi saltó a la fama en 1997, cuando publicó el libro Los nuevos perros guardianes (Periodistas y poder), que ha vendido ya 220.000 ejemplares en Francia. La afilada y apocalíptica lengua del hijo de la mítica militante antifranquista, proargelina y feminista Giséle Halimi (que fue abogada en el Proceso de Burgos y escribió el célebre libro del mismo título), rinde tributo a su mentor, Pierre Bourdieu, que fue quien le encargó para su colección Raisons d'agir (Razones para actuar) este panfleto de 96 páginas lleno de rigor y dinamita. En él, Halimi acusa a los 30 periodistas franceses más conocidos de, entre otras cosas, amplificar la voz del poder económico y político, erigirse en profesores de moral y censurar el pensamiento crítico con la 'utopía ultraliberal'.
'Una de las razones del giro conservador de Francia es la notoriedad que han alcanzado las pensadores rápidos'
'El periodista se proclama libre. Y eso es una impostura. Una ilusión'
Halimi cree, con Bourdieu, que 'la informacion es demasiado importante como para dejarla en manos de los periodistas', y lleva esa máxima al límite cuando aboga por la desaparición de una profesión que califica de 'corrupta, plagiaria y mercenaria', aunque dice que no escribió su libro 'para desacreditar a la profesión, sino para aquellos periodistas que ejercen su oficio con dignidad'.
Pregunta. Se queja usted de la censura, pero su libro ha vendido mas de 200.000 ejemplares y ha sido traducido a seis idiomas...
Respuesta. Sí, pero si no lo hubiera publicado Pierre Bourdieu nadie lo habría hecho. Él montó su editorial porque el panorama era desolador. No había posibilidad mediática ni editorial de que los intelectuales críticos dieran a conocer sus trabajos. Los medios prohíben al gran público acceder a esa mirada porque sólo dejan espacio para los intelectuales de parodia, los que aceptan decir lo que los medios quieren que digan. Y ésa es, por cierto, una de las razones del giro conservador que hemos vivido en Francia: la extraordinaria notoriedad que han alcanzado los fast-thinkers (pensadores rápidos), eso que Bourdieu llamaba los intelectuales negativos, los que están al servicio del poder político, económico y mediático, un poder de tres cabezas en el que ya es muy dificil diferenciar una de otra.
P. O sea que el panorama no ha cambiado.
R. A estas alturas, los medios siguen ignorando el libro. Ha sido muy poco criticado. Ha sido censurado. Los medios no quieren dar información sobre los medios. Pero es hora de que se empiece a publicar información sobre la información. Nos hablan de la gran democracia, de la gran apertura, del gran mercado libre de la información, pero en lo que respecta a los medios seguimos sometidos a una censura formidable.
P. La editorial de Bourdieu sigue existiendo.
R. Sigue funcionando, edita un par de títulos al año. En septiembre saldrá un ensayo sobre los sindicatos estadounidenses. Pero por supuesto nadie hablara de él. La gran coartada es que eso no le interesa a la gente. Los medios se hacen, cada vez más, segun la lógica del mercado. Como todo consiste en vender más, confunden lo interesante con lo importante. Antes, la función del periodista era escribir sobre lo importante. Ahora es al revés. Ahí es donde la censura se muestra tal cual es.
P. Ha acuñado usted la expresión 'periodismo de mercado'. ¿Qué significa?
R. El mejor ejemplo de eso es el disparatado tratamiento que se dio a la muerte de Lady Di, una noticia interesante sólo porque los medios habían creado antes ese interés. Lo sabíamos todo de ella. Hasta su talla. Y su muerte ocupó espacios extraordinarios en la prensa. Por contra, hace dos meses se han editado las Intervenciones políticas de Buordieu después de la independencia de Argelia. Silencio total. Ni una palabra. Cero. Bajo ese criterio, si pasa algo muy grave en Nigeria, por ejemplo, nadie publicará nada sobre eso.
P. Afirma usted que el periodista trabaja bajo una doble censura invisible, la que ejerce su medio y la suya propia.
R. Son complementarias. El periodista ha integrado el grado de libertad que tiene. Sabe muy bien lo que no se quiere que diga. Si algo le compromete lo mas mínimo, lo deja a un lado y escribe sobre algo que no le comprometa: así, convierte su vocación en profesión. Sabe que casi todo lo que escribe es accesorio: eso es periodismo de mercado y pone al redactor en la misma situación de la mayor parte de los asalariados. Es como la cajera de un supermercado: quizás quisiera dar los productos mas baratos, pero no lo puede hacer.
P. Bueno, todo oficio por cuenta ajena tiene sus servidumbres.
R. Sí, pero el periodista se proclama libre, proclama que escribe libremente. Y eso no es exacto. Es una impostura, una ilusión.
P. ¿Propone entonces un periodista quijote y probo?
R. No exageremos. Los periodistas rara vez toman muchos riesgos. Se trata simplemente de informar de lo que pasa en el mundo. El problema es que muchos se creen profesores de moral, dan lecciones de lo que está bien y lo que no. ¿Cómo se puede hablar sobre la corrupción política sin reconocer que el sistema mediático está también corrompido? ¿Cómo se puede denunciar la corrupción económica cuando el periodista acumula dinero, favores, canonjías? Se puede ser más o menos probo o puro, pero lo que no se puede es arrogarse el puesto de árbitro de la moral. Si hicieran lo mismo que las cajeras, no lo reprocharía. Reprocho la hipocresía. Y la ignorancia. Porque muchos se creen efectivamente libres. Por eso es necesario informar sobre la práctica profesional de los periodistas. Si los periodistas no hablan, nadie lo hará. Ellos tienen el monopolio de informar. Muchos dicen estas cosas en la redacción, pero no en público. Tenemos aún cierto margen de maniobra, pero muchos no exploran todas sus posibilidades, y otros muchos han dejado ya de luchar.
P. ¿Habría que redactar entonces nuevos códigos deontológicos?
R. No serviría de nada. La información es un producto estratégico, y es ilusorio pensar que va a cambiar si la sociedad no cambia. Vivimos en un mundo marcado por el dinero y el comercio, y la información no puede escapar de eso. No es una lucha corporativa, sino de toda la sociedad, de la gente que quiere cambiar el mundo. La esperanza es que esa lucha se produzca fuera de las salas de prensa. Ya hemos visto que las pluralidad de los medios no garantiza el pluralismo de los comentarios. Pero si la sociedad sigue sacralizando este tipo de información, todo seguirá igual. El periodismo no es reformable, yo no quiero salvar su reputación, prefiero que desaparezca. Y así y todo soy optimista. Porque creo que, cada vez mas, el lector sabe cuánto le desinforma el que le informa.
EL LÁTIGO DEL PERIODISMO FRANCÉS
Autor de libros como Sísifo está cansado o Quand la gauche essayait (Cuando la izquierda lo intentaba), Serge Halimi se ha convertido, con apenas 40 años, en el látigo de la élite del periodismo francés. Viéndole sumergido en el ingobernable caos del despacho que ocupa en Le Monde Diplomatique, la publicación que dirige Ignacio Ramonet (participada al 51% por Le Monde), rodeado por todas partes de papeles, libros, maletas, folletos y carpetas, parece mentira que Halimi sea capaz de escribir esos artículos tan precisos, llenos de orden, datos, vitriolo y citas a pie de página. Pero el caso es que este hombre gruñón y formal, que se resiste a declarar su edad y a dejarse fotografiar ('importa lo que digo, no quién soy'), ha dibujado un paisaje mediático desolador, marcado por el compadreo entre prensa y poder. La élite periodística francesa, dice, es 'una clase, una casta' compuesta por una treintena de portavoces del pensamiento oficial: 'Esos treinta (...) no cesan de intercambiarse favores y complicidades (...), y sobreviven a todas las alternancias políticas e industriales. (...) Un mismo ambiente. Ideas uniformes. Se frecuentan entre ellos, se aprecian, se citan y están de acuerdo en todo', escribe en Los nuevos perros guardianes. Grabadora y vídeo en mano, como un cancerbero acusador y enfadado, Halimi ha sacado a la luz los casos audiovisuales más escandalosos de peloteo y censura perpetrados por el periodismo 'reverencial', ése que da 'la espalda a aquellos a quienes debería servir para servir a aquellos a los que debería vigilar'. Igual que Bourdieu en Sobre la televisión (1996), Ramonet en La tiranía de la comunicación (1996) o Chomsky en sus libros y su página web (www.znet.org), Halimi denuncia a los cuatro vientos que los medios controlados por potentes grupos industriales imponen la ideología dominante de tal modo que los periodistas que trabajan en ellos, y sobre todo los que ocupan los puestos más altos, acaban defendiendo también los intereses de ese establishment.
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