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El tiempo agiganta la leyenda

La veneración hacia el 'Dream Team' y récords mundiales como el de Kevin Young ha ido en aumento

Robert Álvarez

El tiempo, lejos de oxidar, abrillanta determinadas gestas deportivas. Los diez años transcurridos desde el verano de 1992 han agrandado, si cabe, la dimensión de un equipo, el Dream Team, único en la historia y al que no se le adivina, hoy por hoy, otro que le resista la comparación. Barcelona gozó del lujo, sin precedentes, de poder disfrutar de una selección de la NBA gracias a que por vez primera el baloncesto se abrió a todos los profesionales. Y el equipo que se formó suena a legendario e irrepetible. Magic Johnson, Michael Jordan, Larry Bird... Cualquier otra de las selecciones que la NBA ha enviado a los Juegos o a los Mundiales han quedado en un sucedáneo de aquEl maravilloso grupo que Chuck Daly se honró en presidir más que dirigir, ya que no necesitó pedir un solo tiempo muerto en los ocho partidos que su equipo ganó por una diferencia media de 44 puntos y en los que promedió 117 puntos a favor. Lo nunca visto.

El paso de los años tampoco ha podido con la marca que dejó el estadounidense Kevin Young en el estadio olímpico de Montjuïc. Voló por encima de las vallas. Se zampó los 400 metros en 46.78 segundos, bajó por vez primera en la historia de los 47 segundos, borró el récord del legendario Edwin Moses con nueve años de vigencia. Y diez años después, aún nadie ha sido capaz de correr como lo hizo aquél atleta de 20 años. 'Pensé que yo estaba corriendo muy rápido', describió el británico Kriss Akabusi, tercero, 'pero cuando Kevin me pasó volando, y he dicho volando, me dije: este tipo va en serio'.

Tampoco ha pasado a mejor vida el récord del mundo de los 4x100 metros en el que el equipo estadounidense se batía contra casi sus ancestros, contra el récord logrado en México 68, con la particularidad de que esta vez la última posta la blandía Carl Lewis. La gran estrella se desquitó a lo grande, primero al salir triunfador de su particular duelo con Mike Powell en el salto de longitud, después, y pese a haber quedado excluido en las pruebas de selección de EEUU, logrando el derecho a estar por lo menos en el relevo gracias a una lesión de Mark Whiterspon.

El más rápido baño de oro que jamás se haya visto en unos Juegos tuvo lugar en el majestuoso Palau Sant Jordi, donde el gimnasta bieloruso Vitali Scherbo domó aparato tras aparato hasta llegar a la media docena, cuatro de ellos en una misma jornada. Todo un récord. La gloria le supo, si cabe, a más. Tenía motivos para reivindicarse. Estaba en un equipo artificial, el Unificado, la solución de compromiso tras haber quedado desmembrada la antigua URSS. 'Mi bandera y mi himno son los de Bielorrusia', repetía, a sus 20 años, por todos los rincones del tatami. Por si quedara dudas, seis veces hizo sonar la cancioncilla.

La grandeza y la desgracia abrazaron a la misma persona. Gail Devers, tras sobreponerse a una extraña enfermedad que la mantuvo casi inválida desde 1988 hasta 1990, ganó contra pronóstico la carrera de los 100 metros para después tropezar en la última valla y perder la segunda medalla de oro cuando la tenía practicamente en el bolsillo. Otra de las imágenes que dejaron los Juegos fue la del británico Derek Redmond, un atleta marcado por las lesiones, que por fin, a los 27 años, debutaba en la cita olímpica. Pero en el momento más inoportuno, en plena carrera, sufrió un desgarro muscular. No se resignó. Quiso acabar la semifinal de los 400, a pesar de los dolores, aunque fuera a la pata coja. El público se rompió las manos para premiar la escena, que acabó de completar su tinte dramático porque Jim, el padre de Redmond, no pudo resistirlo, y saltó a la pista para ayudar a su hijo a cruzar la meta.

Perkins, Popov, Morales, Janet Evans o la pareja de nadadores más galardonados con tres oros, Evgeny Sadovyi y Kristina Egersgezi fueron los reyes en una pileta en la que el estadounidense Mike Barrowman hizo los 200 metros braza en 2.10.16, un registro que todavía vale su peso en oro.

Los Juegos de Barcelona, que no tuvieron una estrella preeminente, quedaron marcados por los simbolismos que trazaron algunas victorias como la de la argelina Hasiba Bulmerka, la mujer que desafió las amenazas de los integristas por correr sin velo o la de la etíope Derartu Tulu en los 10.000 metros, que la convirtió en la primera mujer del África negra campeona olímpica. Un final redondo en unos Juegos en los que, por primera vez desde hacía 20 años, participaron todos los países con Comité Nacional Olímpico.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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