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Reportaje:FÚTBOL | 31 años después, el Valencia gana su quinta Liga

Fiesta che en La Rosaleda

Unos 5.000 aficionados del Valencia celebran con estruendo el título en el estadio malagueño

Un estallido de júbilo tomó ayer el estadio de La Rosaleda, donde el Valencia ganó su quinto título de Liga en 83 años de historia. Unos 5.000 aficionados dieron rienda suelta a sus sentimientos en el campo malagueño. Unos se abrazaban soltando gritos histéricos, como fuera de sí; otros hablaban por el teléfono móvil, como incrédulos, moviéndose sin parar, haciendo aspavientos; y otros, simplemente, lloraban recogidos en sus butacas. Todos, a su manera, se dieron el gustazo de vivir un momento histórico para uno de los clásicos del fútbol español, un club que vive una de sus etapas más brillantes.

Esta vez no hizo falta esperar a la última jornada, al último suspiro, como ocurrió en 1971, para celebrar el ansiado título de Liga, para cantar el '¡campeones, campeones!'. Llegó en la penúltima. Y la fiesta se desbocó. Dentro y fuera del estadio, donde muchos hinchas se quedaron sin entrada. Una explosión de alegría se produjo cuando el árbitro, Pérez Burrull, pitó el final a las 21.49. Nada pudo contener ya a la hinchada valencianista. La fiesta continuó más tarde en los autocares, en los que casi 1.500 aficionados regresaron anoche a Valencia tras un día largo, de tensa espera e incertidumbre. Un día que acabó en júbilo.

Abrazos, gritos histéricos, llamadas por el móvil, llantos... El valencianismo explotó
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El grueso de los aficionados del Valencia llegó a Málaga ayer por la mañana tras más de ocho horas en autocar. Decenas de hinchas fueron desperdigándose en grupos por la ciudad, preferentemente por la zona del puerto, amplia y despejada. Los gestos denotaban un evidente cansancio, producto de la falta de sueño y el traqueteo de la carretera. La gente se desperezaba; también bostezaba. Aún faltaban muchas horas para el partido. Málaga ofrecía un aspecto tranquilo. Ni siquiera los quioscos estaban abiertos cuando llegaron los primeros autobuses, sobre las ocho de la mañana.

La calma tampoco fue rota por la llegada de los seguidores valencianistas, cubiertos de bufandas, banderas y gorras. Algunos, unos pocos, iban vestidos con la indumentaria del equipo. Los grupos fueron separándose entre sí con paso lento y cansino. Alguien quería animar el cotarro con un cántico. Se oye una tímida respuesta. Aún era pronto y la gente estaba cansada de la paliza en autocar. La bonanza del clima permitía ir, incluso a primera hora de la mañana, en manga corta. Se formaronn corrillos de hinchas frente al puerto. Hubo aficionados que prefirieron sentarse en alguna terraza a almorzar; otros buscaron un quiosco para comprar la prensa. Un hombre con acento andaluz preguntaba a cuatro hinchas del Valencia si les sobraba alguna entrada. Éstos le sugirieron que se acercara al estadio: 'Allí habrá bastante movimiento. Seguro que habrá reventa e incluso hay socios del Málaga que están vendiendo sus abonos'.

A mediodía, Málaga ya ofrecía otro aspecto. Las terrazas se fueron llenando de gente. Los turistas se mezclaban con los aficionados. Algunos coches pitaban mientras sacaban por la ventana banderas del Valencia. Pero en ningún momento la ciudad pareció invadida por aficionados al fútbol. De vez en cuando estallaba un petardo que removía de sus sillas a los más desprevenidos. Otro hincha paseaba con una traca buscando un sitio para encenderla. El discreto paseo de la mayoría de los aficionados contrastaba con los cánticos y gritos de un grupo de seguidores del Valencia y el Málaga, que compartieron cerveza entre carcajadas.

Mientras tanto, los aledaños de La Rosaleda comenzaban a llenarse de seguidores. La euforia contenida dio paso al jolgorio. Unos 5.000 valencianistas, casi la mitad sin entrada, improvisaron cantos y esperaron impacientes el comienzo del encuentro. La gente se lanzó cuando llegó el autocar del Valencia. Los jugadores fueron vitoreados, aclamados entre cánticos de '¡campeones, campeones!'. Tres horas más tarde ya lo eran.

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