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Columna
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Los otros

El infierno son los otros, es una prevención que puede conducir al más exquisito de los autismos, pero también a la excusa de que los nazis siempre son los otros. El escándalo construido en torno a la afirmación de Saramago de los comportamientos nazis del ejército de Ariel Sharon ha merecido la orquestada réplica sionista de que los nazis son los palestinos. Los escasos medios de comunicación no del todo globalizados recuerdan que Ben Gurion llamaba Hitler al dirigente sionista Menahen Beghin (por cierto, premio Nobel de la Paz), pero ante la evidencia de la limpieza étnica perpetrada por las tropas de Sharon y sus gurkas habituales, los falangistas libaneses, el sionismo ha pasado al ataque propagandístico y político: los nazis son los otros y el arrasamiento de Yenín forma parte de la campaña libertad duradera destinada a acabar con el terrorismo en el mundo.

En un momento tonto, tal vez condicionado por una ingestión excesiva de galletitas saladas, el presidente Bush habló de Sharon como un hombre de paz. Pero superado el atragantamiento e inocultable el clamor casi global horrorizado ante la brutalidad de las acciones militares israelíes, Bush ha declarado que va a investigar, y hay que desear que no lo haga personalmente. Tan despiadado ha sido el trato recibido por los palestinos que hasta el secretario general de la ONU pide una intervención de los cascos azules, con atribuciones militares si es necesario. Los Estados Unidos deciden sumarse a la investigación, pero se niegan a aceptar el protagonismo de la ONU. De momento han enviado a la CIA a Palestina, tal vez para apuntalar o relevar a los numerosos efectivos habituales.

En cuanto a Europa, los tres tristes tigres del semestre, Aznar, Piqué y Solana, emplean el devaluado lenguaje diplomático para paliar el palanganerismo de su gestión, mientras Sharon les castiga como los chulos de antaño castigaban a sus pupilas: les negaban el derecho a la identidad y las hacían dormir debajo de la cama. Para Sharon, Europa probablemente no tiene alma y tal vez carezca de sexo, como aquellos ángeles que donde no llegaban con la espada llegaban con la punta de la flauta.

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