Aire en pleno infierno
Es Monster's ball una brutal y rectilínea intromisión de la cámara en oscuros y desnudos interiores del sur norteamericano; ámbitos sofocantes, cerrados, viciados; atmósferas físicas y morales duras de atravesar y tan espesas que se mascan; y en ellas se masca el tedio, la parálisis de la conciencia, la muerte violenta, el racismo persistente y subterráneo que invade una vida cotidiana llena de silencios. Es el relato -inicialmente abrupto y progresivamente esponjoso- de una redención. Arranca, y hay cólera en este arranque, de un infierno de este mundo, de la fría fiebre del corredor de la muerte en una cárcel sureña de Estados Unidos en una de sus rutinarias madrugadas de ejecución. Casi no hace falta añadir que la ejecución es de un hombre negro, carne de cañón del terrorismo cotidiano instalado en el sistema penitenciario estadounidense. Y asistimos a una captura fría y colérica del ritual del corredor de la muerte en toda su espesura ideológica y en su repulsivo crescendo burocrático, lleno de una ultrajante idiotez. Y de ese espanto salta como un resorte la náusea de un hombre que súbitamente percibe las proporciones aterradoras del crimen legal que está cometiendo y quiere escapar de la encerrona a que toda ejecución conduce al verdugo.
MONSTER'S BALL
Director: Marc Foster. Intérpretes: Billy Bob Thornton, Halle Berry, Heath Ledger, Peter Boyle, Sean Combs. Género: drama. Estados Unidos, 2001. Duración: 111 minutos.
La película va al grano sin dilaciones, con noble y hermosa rectitud. No hay rodeos de acción, ni circunloquios verbales, en su ascético trazado ni en su elocuencia, que está llena de elegantes vacíos de diálogo, de silencios sonoros cargados de expresividad. Cada plano es un suceso y cada cadena de sucesos es una ecuación secuencial de alta y precisa geometría del espíritu. Porque lo que sucede en el arranque de Monster's ball y, luego, tras el gran giro del relato en el bellísimo -uno de los más vivos y mejor dramatizados y construidos del cine reciente- encuentro sexual entre Halle Berry y Billy Bob Thornton tiene aires de auténtica sinceridad suicida. Los escritores, el director y, sobre todo, los intérpretes de Monster's ball sostienen, en el límite de lo insostenible, un ritual trágico despojado de adornos y un proceso de redención de gran dificultad interpretativa, de esos que funcionan y sólo resultan creíbles si se planta ante ellos cara al riesgo y se resuelve su dilema formal con energía moral, es decir, con plena convicción, creyendo en lo que se hace y dando a cada acto la fuerza de un proyectil ético. Y eso es lo que convierte a las composiciones del verdugo Billy Bob Thornton y de la mujer del ajusticiado Halle Berry en dos creaciones excepcionales.
Hay en los cimientos de Monster's ball la fortísima solidez que proporciona a un trabajo de dirección un guión que ha sido sobado y resobado por las manos de muchos productores que querían filmarlo a toda costa, pero poniendo piel a algunas escenas demasiado en carne viva e introduciendo en su negrura toques de perfume de dólar. Por suerte, los guionistas, Will Rokos y Milo Addica, los dos jóvenes y desconocidos actores que escribieron Monster's ball para interpretarla ellos mismos, se negaron en redondo a aceptar ningún cambio en su texto y esto condenó a la película futura al destierro de Hollywood.
Lee Daniels, un productor independiente y ajeno a ortodoxias, cogió el duro libro por los cuernos, y tanto el inclasificable Billy Bob Thornton como la bella, y muy necesitada de personajes vivos, Halle Berry quedaron colgados de los largos e intensos silencios de un guión al que se reprochaba su escasez de diálogos. Pero ellos vieron precisamente en su laconismo una puerta abierta a su creatividad, al cine libre ejercido interiormente, que es exactamente lo que el director Marc Forster, un joven suizo formado en las aulas y las aceras de Nueva York, les propuso que desplegaran ante las cámaras de este durísimo y tierno filme negro.
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