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Columna
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La grasa

De ser un alimento confortadoramente casero, la grasa ha pasado a ser un enemigo exterior. Los productos que hoy desean ser queridos deben anunciarse sin grasa o con poca grasa. Una dieta grasienta es lo peor: con la grasa se obstruyen las arterias, se lentifica la movilidad y se abotarga el sexo. En un aforismo de Lichtenberg dirigido a un amigo que se lamentaba de haber engordado mucho se le dice: 'La grasa no pertenece a la carne ni al espíritu, es lo que fabrica el cuerpo fatigado.'

¿Fatigado de qué? Harto de sí, pero también de la cultura donde se encuentra. Nuestro mundo es ya un mundo obeso. Las empresas se fusionan hasta formar bultos financieros, la información se desborda, las muchedumbres se agolpan en los estadios, en los viajes de los puentes, en las llamadas a Operación Triunfo, en las rebajas de El Corte Inglés. La tendencia hacia la acumulación total se vive como un fenómeno que agota el cuerpo, pero a la vez el cuerpo se ve invadido por múltiples grumos de grasa que se depositan sigilosamente en los alvéolos

De un día a otro, como un destino, se pasa de unos kilos cualquiera a varios kilos de más. La población entera carga con un fardo suplementario de grasa tal como un gran lastre asociado a esta cultura cansada. No es extraño que muchas personas acudan desesperadamente a liberarse de las adiposidades que las paralizan, las embalan, tratan de sepultarlas. La expeditiva liposucción es lo contrario a la absorción. Lo contrario a este diario fenómeno de adquisición de grasas que parece producirse mediante ósmosis tal como si el medio ambiente, supuestamente diáfano, se hallara poblado de moléculas anhelando apegarse a nuestra individualidad. Ávidas esas moléculas de hallar en las personas su residencia y conformarlas como seres obesos. Definitivamente obesos. Porque, ¿cuántos, una vez poseídos por la patología, logran superar su abrazo? Varios mueren en las camas de las clínicas; otros, de un ataque o de una caída.

En inglés, las palabras fat, fate, fatal (grasa, destino, fatal) se avecinan tanto que, en los supermercados, los letreros sobre los contenidos de la leche o las salchichas se leen ya como certeras alusiones a la temible condición del mal.

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