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Columna
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La mar estaba serena...

Más que una columna a veces uno tiene la sensación de ser una botella. Y no por la Navidad, que bebe mucho, sino por el destino. Se mete el recado en la botella, se arroja al mar y llega cuando él lo desea. De modo que uno sabe que ya no podrá hablar de las inocentadas -y había una buena, la que nos gastaba cierto gerifalte nacionalista, llamémosle Harry Potter, jurando que en su partido caben la defensa del Estatuto y la de la soberanía, pero no ciertos militantes que defienden principalmente, o sólo, lo primero, ¿curioso, verdad?-, pero duda si llegará a tiempo para felicitarles el Año Nuevo o se quedará también sin comerse un rosco. Un rosco de Reyes se entiende, con su haba y su nata. De modo que no sabe si toca hacer los correspondientes propósitos de la enmienda y expresar los buenos deseos que durarán lo que duren las 12 campanadas o debe ir redactando la carta a los Magos sólo para resignarse al carbón que le traerán para no ser distintos al Olentzero. Las palabras se las lleva el viento, pero las de las botellas se las lleva el mar con sus frías corrientes de Humboldt o las jugarretas del Golfo.

Porque una cosa es cierta, todos los periódicos van a parar a la mar que es el vivir, según el clásico. Lo que significa que unas veces hay mareas vivas y otras difuntas dependiendo de la acción del sol que más calienta y de la inestable Luna. Ahora mismo las aguas andan encrespadas debido a una más que potente mar de fondo. Resulta que el sector llamado vasquista del PSE-EE ha decidido lanzarse al abordaje a fin de poner coto al entendimiento que el otro sector tenía con el PP, el PP de aquí, se entiende, con quien los lazos eran al parecer mayores que los que se daban, pese al pacto antiterrorista suscrito por ambos, en Madrid. Todo para sacar a flote el hecho diferencial es decir, la bandera que comparte con los campeones del diferencialismo o PNV. Pero héteme aquí que en Madrid, donde aunque no haya mar también hay flota, ven que con tal de derrotar al PP pueden echar mano incluso del PNV diferencial porque para el zafarrancho de la Moncloa necesitan de cuanta alianza puedan. Resultado, cogido en una pinza Redondo rueda.

Y allá en el fondo del mar nuestro simpático amigo el delfín Flipper se frota las aletas y escribe una carta a los Reyes Magos, pero en el periódico -todas las aguas van a parar al mar que es el periódico- hecha de equidistancia, sentimentalismo, grandes tópicos, buenos deseos y almíbar políticamente correcto. Lo malo es que de política corriente hay poco en la misiva porque tras llenarse la boca de conceptos como 'singularidad histórica del pueblo vasco', 'hechos diferenciales', 'importancia y pleno desarrollo del autogobierno' así como del consabido 'mestizaje de personas y culturas' empieza por no poder mestizarse con sus compañeros de cardumen, de ahí que vea en el congreso a celebrar 'un congreso para la esperanza' porque espera ganarles. Acto seguido omite explicar cómo a partir de la singularidad histórica del pueblo vasco -cantilena que suena a nacionalismo del barbis y que se da por supuesta sin argumentar en qué consiste y desde cuándo, es decir singularizando excesivamente los presupuestos históricos- deberá desarrollarse la autodeterminación al máximo sin caer por ello en el soberanismo dado que el máximo de autodeterminación no puede significar sino la independencia. Lo contrario representaría una contradicción en los términos.

Desde luego, como bien expone nuestro amigo, no son tiempos para sacralizar las normas jurídicas, aunque anden bastante pisoteadas como él mismo reconoce cuando clama por la defensa activa de los derechos humanos que, cosas de la vida o del mar, cualquiera sabe, suelen concretarse en normas jurídicas que sólo creen ver sacralizadas quienes apuestan, aunque sin concretarlo, por otro corpus al menos en algún apartado esencial que resulta todavía más sacralizado por cuanto parece gravitar en el cielo de la indefinición, que es mucho más sagrado que el mar. En fin, cada cual es dueño de sus discursos como lo es de sus jarcias y gavias, aunque deban a su vez reconocer el derecho de los Maqroll a hacerles el corso, tan sólo sea por ese amor que aseguran ostentar hacia lo mestizable.

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