Fervor por la inmadurez
Los dioses dotaron a Witold Gombrowicz de un destino apto para lograr ser el personaje que desde la infancia se propuso ser. Quiso ser un herético, un salvaje, un escritor genial, y lo logró. A lo largo de toda su vida fue afinando su antipatía o su desgana hacia un mundo predecible, obtuso y correcto. Su instinto, su vocación profunda, su intuición lo llevaron a zonas más oscuras y vivaces donde se movió como pez en el agua; allí encontró la juventud, la inmadurez, lo bajo, la inferioridad. Fue su gran triunfo.
Sus novelas, su teatro, sus diarios son el fruto de una permanente disidencia, de un odio a las falsas fachadas, a los usos y modos de una sociedad -una banda- de sepulcros blanqueados. Me imagino, y creo estar en lo cierto, que por lo menos tres de sus obras se han convertido ya en clásicos de su tiempo: Ferdydurke, Bakakai y el prodigioso diario que escribió durante más de veinte años en Buenos Aires.
Quiso ser un herético, un salvaje, un escritor genial, y lo logró
Ferdydurke apareció en 1937, cuatro años después de la pobre recepción que en Polonia tuvieron las Memorias del periodo de la inmadurez, su primer libro de relatos. Las inteligencias más lúcidas de su país advirtieron que en la lengua polaca había nacido un clásico. Quienes habían zaherido al joven narrador acusándolo de una supuesta inmadurez literaria encontraron en ese libro una respuesta contundente. Gombrowicz declaraba que Ferdydurke era la novela de la inmadurez, y que lo era por su plena voluntad. En ella todo aquello que parecía seguro, firme, respetable en el mundo de los hombres es demolido a golpes, resquebrajado, ridiculizado, hasta terminar convertido en algo risible, grotesco, lamentable. El fenómeno desacralizador que logra esos resultados es precisamente la inmadurez, la energía de los que se resisten a crecer, el golpe que lo inferior asesta a lo superior, el triunfo de lo vulgar, la subcultura y la impureza sobre la exquisitez, la cultura y la pureza.
¿No se ha visto ya en muchas novelas anteriores esa lucha de fuerzas antagónicas? ¿Cuál es, entonces, la novedad? ¿De qué deberíamos deslumbrarnos? La respuesta la conocemos pocos capítulos después de haber iniciado la lectura. El autor de Ferdydurke, para lograr esa devastación del mundo canónico, ese vendaval salvaje que azota a todos y cada uno de los islotes que considerábamos seguros, y termina por alegremente desmantelarlos, transforma 'la forma' en un instrumento narrativo activo, y su gran acierto, una de las contribuciones mayores del autor al género narrativo, es encontrar esa forma no en los reinos de la cultura, de la razón y de la madurez, sino por el contrario, inventarla y construirla desde la inmadurez, lo que significa escribir un libro delirante, disparatado, poblado de situaciones inusitadas, absurdas, imprevisibles, estrepitosas, esperpénticas.
¡Cuidado! Hay que detenerse y prevenir al lector para no confundirlo. Gombrowicz no es un autor fantástico, sino un realista radical; él lo sostuvo toda su vida. Un hiperrealista que se propone corroer todo lo que es falso en el mundo de los hombres para llegar, después de traspasar capas y capas de construcciones culturales falsas y obsoletas, hasta lo real, es decir, lo verdaderamente humano.
En el prólogo que escribió a la primera edición del libro en Argentina, Gombrowicz asienta: 'Los dos problemas capitales de Ferdydurke son: la Inmadurez y la Forma. Es un hecho que los hombres se ven obligados a ocultar la inmadurez y por eso su fachada sólo muestra lo que está maduro. Esa madurez exterior es una mera ficción. Si no se logra unir esos mundos, la cultura será siempre para el hombre un instrumento de engaño'.
Uno de los ejes sobre el que a partir de Ferdydurke se sostienen las novelas del escritor polaco es la creación del hombre por el hombre, posibilitada por el hecho de que tanto sus sentimientos como sus ideas le son impuestos desde el exterior. Alguien está seguro de que un acto cualquiera ha nacido de su mente aunque lo cierto es que, sin él saberlo, le ha sido impuesto por los otros. Los seres humanos se empujan mutuamente, se buscan y una vez que entran en contacto se excitan recíprocamente, y de ese contacto surge una forma nunca permanente, puesto que a cada momento se abre a nuevas posibilidades. Cuando la mentalidad inferior triunfa y crea las situaciones necesarias, los móviles personales de los personajes comienzan a transformarse del modo más extraño. La acción enloquece, se desenfrena, y la forma se va modificando sin cesar. 'Quizá lo que me propongo en mis escritos', dice, 'es sencillamente debilitar todas las construcciones de la moral premeditada a fin de que nuestro reflejo moral inmediato, el más espontáneo, pueda manifestarse'.
Rompamos, pues, las amarras y demos nuevamente la bienvenida al gran Ferdydurke.
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