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Tribuna:LA POLÍTICA CULTURAL
Tribuna
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Helena sin problemas

El problema de Helena titula Pau Rausell Köster su respuesta a un artículo mío publicado en ese mismo periódico el pasado 7 de noviembre, que unía el drama de una ciudad con el más fiel representante del teatro del absurdo del siglo pasado. Entre el drama y el absurdo... los intereses ¿creados? ¿Considera ciertamente que es Helena el problema o radica éste en Paris, su raptor?

Bienvenido sea, señor Rausell, a esta colina del Aeropago que tan gentilmente nos presta EL PAÍS, para debatir sobre política cultural, pero antes dejemos clara nuestra posición, no nos ocurra como a aquel disputador del Padre Feijoo que en su alucinación por la causa del vulgo, quiso confirmar sus propios errores con nuevas vulgaridades.

Mi propuesta de debate partía de la necesidad de contrastar proyectos. Cada uno de nosotros en la esfera individual podemos proponer, discrepar y debatir, pero también raya ello el límite de la nebulosa si no acogemos en nuestro seno un conjunto de sensibilidades que van más allá de la opinión personal. Ésta se puede canalizar por medio de otra institución (¿la universidad?), hacia una opción política diferente (¿aquí se desconoce?), o mediante un colectivo (¿artistas, profesores...?).

Pese a esa indefinición, que parece reafirmar mi idea de 'grupos de presión, que en ocasiones se parapetan en el puro individualismo', conversaremos de objetivos y 'vacuas futilidades'. La oposición entre visión liberal y socialdemócrata que se aduce como 'distintas maneras de mirar el mundo' -y parece que únicas- es reducir sobremanera las visiones existentes, además de retrotraernos a 1989 cuando el muro de Berlín separaba opciones. Hay otros caminos en la política -y también en la política cultural-, por donde transitar; por ejemplo ofrecer desde la Administración cauces para la participación de los artistas en los foros artísticos o acercar las periferias para crear nodos desde los que tejer incipientes propuestas.

Por otro lado, conceptualizar de 'vacua fatuidad' la extensión de la cultura y la integración de ésta en la vida ciudadana representa dar por zanjado un debate que ya Umberto Eco, en su clásico Apocalípticos e integrados, recogía hace más de dos décadas al asumir un debate antiguo aún hoy sin resolver. Y que posiblemente su resolución pasará por la convivencia entre ambos antes que por el triunfo de uno de ellos.

Pero quiero atenerme a la literalidad de sus palabras para no dejar que los cerros de Úbeda sirvan de parapeto por el que peregrinar unas veces sí y otras también. No hubo ni en 1995, ni tampoco en 1999 tentación alguna de 'arruinar', ni de desciscarizar política alguna. Más bien los programas electorales, al menos los presentados por el presidente Zaplana hasta ahora, tienden hacia la confluencia de intereses sin políticas de tierra quemada. Así una lectura desapasionada de Los principios inspiradores del programa. Un renovado impulso para la cultura en la Comunidad Valenciana podría ofrecerle la luz que todo investigador debe buscar. Ni hubo mito Ciscar en su momento, ni ahora Helena ha sido seducida por Paris. La política cultural del último sexenio tiene en la exploración, internacionalización y en la participación su estrategia para conseguir sus objetivos. Objetivos que se están alcanzando cuando la I Bienal de Valencia tiene asegurada su continuidad; la Ciudad de las Artes Escénicas en Sagunto o la de la Luz en Alicante inician su andadura mediante convenios internacionales con Roma o Atenas; o cuando la ley de patrimonio, la de cinematografía o la de la música han tomado carta de naturaleza tras años de discusión. Y así podríamos continuar.

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Insiste usted en la indefinición de 'objetivos genéricos' pese a las realidades para rematarlo con las 'supuestas intuiciones'. Y aquí es difícil rebatir cuanto de intuición destilan sus palabras. ¿O se trata de afirmaciones a vuela pluma? Un programa electoral, en este caso el votado por la mayoría de los valencianos, tiene el respaldo proporcionado y los objetivos suficientemente claros como para poderlos contrastar con la realidad actual. Pero para ello es preciso consultarlos. Otra cosa es despreciar el programa en su literalidad, para reafirmarse en la subjetividad. ¿No aparecía en el programa electoral alguna de las acciones llevadas a cabo hasta el momento? Puede continuar calificando de 'ocurrencial' la política cultural actual y ofrecer propuestas alternativas como patrocinar al Valencia CF, pero eso no garantiza otra forma de enfocar los objetivos.

Elegir el índice de lectura como balanza para mensurar la política cultural y ponerle un dígito (7 puntos) muestra una vez más una visión alicorta de lo que es la cultura actual. Pero me resigno a aceptar su base objetiva de análisis y me vuelvo a preguntar, ¿elevó esos siete puntos el programa Música 92, o más recientemente la celebración del V Centenario de la Universidad de Valencia? No traigo a colación la Florencia de Brunelleschi, sólo dos acontecimientos recientes en el tiempo y en el espacio. ¿O serán los 33.000 millones de pesetas del Fòrum 2004 los que aumentarán proporcionalmente el índice de lectura en Cataluña? ¿También ahora las comparaciones son desproporcionadas? La lectura es un índice, al igual que lo es el número de salas expositivas, los centros de enseñanza musical, las rehabilitaciones del teatro Talía, Olympia y el Micalet y la apertura del Espai Moma o los 3.584 millones de pesetas del programa plurianual que financiará 116 actuaciones en el período 2001-2006, pero eso sí, un parámetro que es necesario complementar con otros para medir el nivel cultural de una sociedad.

La participación social -y ahí están los datos- es una realidad incuestionable. Los más de 200.000 asistentes a las distintas instalaciones de la Bienal en su primera edición superan con creces las expectativas iniciales. Los quince o veinte artistas que circulan en el ámbito internacional no son fruto de las ocurrencias de una noche de verano, entre otras razones porque no caben en una noche los 405 artistas que han tenido cabida en las 251 exposiciones internacionales; más bien atienden a la consolidación de unos objetivos que en mi anterior artículo calificaba de 'internacionalización'. Ahora otros los califican de provincianos. Tan provinciano como el conejo de Kusturica, el Luciano Berio de La vera Storia, o el Peter Greenaway de La maleta de Tulse Luper. No encontrar datos contrastables para una política cultural asentada sobre la responsabilidad y la fijación de objetivos concretos me lleva a considerar el nacimiento de una especie de nuevos francotiradores exenta de perdigones con los que abatir su presa. Helena ha sufrido ingentes mudanzas en la historia pero nada de todo ello ha sido óbice para que, pese al rapto que sufrió a manos de Teseo, ganase mayor prestigio de parte de los griegos y ello le diese la posibilidad de huir junto a Paris. Y esto, para los que también han llegado al final de este artículo, no es ficticio. Como tampoco lo son titulares como La gran explosión valenciana o Valencia. Retrato de una ciudad en pleno despegue.

Volver a Helena de Troya recrea el mito. Los objetivos, los instrumentos y las infraestructuras no alcanzan la consideración de mito. Por eso seguimos andando.El problema de Helena titula Pau Rausell Köster su respuesta a un artículo mío publicado en ese mismo periódico el pasado 7 de noviembre, que unía el drama de una ciudad con el más fiel representante del teatro del absurdo del siglo pasado. Entre el drama y el absurdo... los intereses ¿creados? ¿Considera ciertamente que es Helena el problema o radica éste en Paris, su raptor?

Bienvenido sea, señor Rausell, a esta colina del Aeropago que tan gentilmente nos presta EL PAÍS, para debatir sobre política cultural, pero antes dejemos clara nuestra posición, no nos ocurra como a aquel disputador del Padre Feijoo que en su alucinación por la causa del vulgo, quiso confirmar sus propios errores con nuevas vulgaridades.

Mi propuesta de debate partía de la necesidad de contrastar proyectos. Cada uno de nosotros en la esfera individual podemos proponer, discrepar y debatir, pero también raya ello el límite de la nebulosa si no acogemos en nuestro seno un conjunto de sensibilidades que van más allá de la opinión personal. Ésta se puede canalizar por medio de otra institución (¿la universidad?), hacia una opción política diferente (¿aquí se desconoce?), o mediante un colectivo (¿artistas, profesores...?).

Pese a esa indefinición, que parece reafirmar mi idea de 'grupos de presión, que en ocasiones se parapetan en el puro individualismo', conversaremos de objetivos y 'vacuas futilidades'. La oposición entre visión liberal y socialdemócrata que se aduce como 'distintas maneras de mirar el mundo' -y parece que únicas- es reducir sobremanera las visiones existentes, además de retrotraernos a 1989 cuando el muro de Berlín separaba opciones. Hay otros caminos en la política -y también en la política cultural-, por donde transitar; por ejemplo ofrecer desde la Administración cauces para la participación de los artistas en los foros artísticos o acercar las periferias para crear nodos desde los que tejer incipientes propuestas.

Por otro lado, conceptualizar de 'vacua fatuidad' la extensión de la cultura y la integración de ésta en la vida ciudadana representa dar por zanjado un debate que ya Umberto Eco, en su clásico Apocalípticos e integrados, recogía hace más de dos décadas al asumir un debate antiguo aún hoy sin resolver. Y que posiblemente su resolución pasará por la convivencia entre ambos antes que por el triunfo de uno de ellos.

Pero quiero atenerme a la literalidad de sus palabras para no dejar que los cerros de Úbeda sirvan de parapeto por el que peregrinar unas veces sí y otras también. No hubo ni en 1995, ni tampoco en 1999 tentación alguna de 'arruinar', ni de desciscarizar política alguna. Más bien los programas electorales, al menos los presentados por el presidente Zaplana hasta ahora, tienden hacia la confluencia de intereses sin políticas de tierra quemada. Así una lectura desapasionada de Los principios inspiradores del programa. Un renovado impulso para la cultura en la Comunidad Valenciana podría ofrecerle la luz que todo investigador debe buscar. Ni hubo mito Ciscar en su momento, ni ahora Helena ha sido seducida por Paris. La política cultural del último sexenio tiene en la exploración, internacionalización y en la participación su estrategia para conseguir sus objetivos. Objetivos que se están alcanzando cuando la I Bienal de Valencia tiene asegurada su continuidad; la Ciudad de las Artes Escénicas en Sagunto o la de la Luz en Alicante inician su andadura mediante convenios internacionales con Roma o Atenas; o cuando la ley de patrimonio, la de cinematografía o la de la música han tomado carta de naturaleza tras años de discusión. Y así podríamos continuar.

Insiste usted en la indefinición de 'objetivos genéricos' pese a las realidades para rematarlo con las 'supuestas intuiciones'. Y aquí es difícil rebatir cuanto de intuición destilan sus palabras. ¿O se trata de afirmaciones a vuela pluma? Un programa electoral, en este caso el votado por la mayoría de los valencianos, tiene el respaldo proporcionado y los objetivos suficientemente claros como para poderlos contrastar con la realidad actual. Pero para ello es preciso consultarlos. Otra cosa es despreciar el programa en su literalidad, para reafirmarse en la subjetividad. ¿No aparecía en el programa electoral alguna de las acciones llevadas a cabo hasta el momento? Puede continuar calificando de 'ocurrencial' la política cultural actual y ofrecer propuestas alternativas como patrocinar al Valencia CF, pero eso no garantiza otra forma de enfocar los objetivos.

Elegir el índice de lectura como balanza para mensurar la política cultural y ponerle un dígito (7 puntos) muestra una vez más una visión alicorta de lo que es la cultura actual. Pero me resigno a aceptar su base objetiva de análisis y me vuelvo a preguntar, ¿elevó esos siete puntos el programa Música 92, o más recientemente la celebración del V Centenario de la Universidad de Valencia? No traigo a colación la Florencia de Brunelleschi, sólo dos acontecimientos recientes en el tiempo y en el espacio. ¿O serán los 33.000 millones de pesetas del Fòrum 2004 los que aumentarán proporcionalmente el índice de lectura en Cataluña? ¿También ahora las comparaciones son desproporcionadas? La lectura es un índice, al igual que lo es el número de salas expositivas, los centros de enseñanza musical, las rehabilitaciones del teatro Talía, Olympia y el Micalet y la apertura del Espai Moma o los 3.584 millones de pesetas del programa plurianual que financiará 116 actuaciones en el período 2001-2006, pero eso sí, un parámetro que es necesario complementar con otros para medir el nivel cultural de una sociedad.

La participación social -y ahí están los datos- es una realidad incuestionable. Los más de 200.000 asistentes a las distintas instalaciones de la Bienal en su primera edición superan con creces las expectativas iniciales. Los quince o veinte artistas que circulan en el ámbito internacional no son fruto de las ocurrencias de una noche de verano, entre otras razones porque no caben en una noche los 405 artistas que han tenido cabida en las 251 exposiciones internacionales; más bien atienden a la consolidación de unos objetivos que en mi anterior artículo calificaba de 'internacionalización'. Ahora otros los califican de provincianos. Tan provinciano como el conejo de Kusturica, el Luciano Berio de La vera Storia, o el Peter Greenaway de La maleta de Tulse Luper. No encontrar datos contrastables para una política cultural asentada sobre la responsabilidad y la fijación de objetivos concretos me lleva a considerar el nacimiento de una especie de nuevos francotiradores exenta de perdigones con los que abatir su presa. Helena ha sufrido ingentes mudanzas en la historia pero nada de todo ello ha sido óbice para que, pese al rapto que sufrió a manos de Teseo, ganase mayor prestigio de parte de los griegos y ello le diese la posibilidad de huir junto a Paris. Y esto, para los que también han llegado al final de este artículo, no es ficticio. Como tampoco lo son titulares como La gran explosión valenciana o Valencia. Retrato de una ciudad en pleno despegue.

Volver a Helena de Troya recrea el mito. Los objetivos, los instrumentos y las infraestructuras no alcanzan la consideración de mito. Por eso seguimos andando.

Consuelo Ciscar es subsecretaria de Promoción Cultural.

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