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Reportaje:

Un santuario que no descansa en paz

14 criminales de guerra, incluido el general que atacó Pearl Harbor, reposan en el monumento a los caídos

En la agonía de la II Guerra Mundial, cuando Japón recurrió al sacrificio de 6.000 jóvenes que estrellaban sus aviones contra la flota estadounidense en un intento desesperado de frenar la derrota, en las cabinas de esos pilotos kamikazes resonaba un grito: '¡Nos encontramos en Yasukuni!'. En el último minuto de su vida esperaban reunirse en ese santuario de Tokyo, flanqueado por cerezos y gingkos y dedicado a los 2,5 millones de caídos japoneses en las guerras al servicio del emperador (entre 1853 y 1945). Allí, en una de las salas que les recuerdan, hay una placa que celebra su 'patriotismo en la más noble y pura forma'.

Pero junto a ellos y a los demás soldados y civiles que descansan allí hay enterrados 14 criminales de guerra de clase A. Fueron condenados a muerte por el Tribunal Militar Internacional del Lejano Este, establecido por las tropas de ocupación que tomaron el país tras la rendición japonesa, a cuyo frente estaba el general estadounidense MacArthur. Seiscientos criminales de guerra fueron juzgados entre 1946 y 1948, entre ellos Hideki Tôjô, ministro de la guerra que sustituyó al príncipe Konoye en la jefatura de Gobierno en 1941. Fue él quien decidió el ataque a Pearl Harbor, que incendió la mecha de la guerra en el Pacífico provocando la entrada de EE UU. Ejecutado en 1948, la urna con sus cenizas fue trasladada 30 años depués a Yusukuni y colocada en un lugar que se considera sagrado.

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El santuario no siempre se llamó así. Fundado en 1868 por el príncipe Taruhito, recibió el nombre de Shokonsha, el lugar al que son invitados los espíritus divinos de aquellos que han hecho un gran sacrificio. Diez años después fue renombrado Yasukuni, que significa 'país en paz', como reconocimiento a la estabilidad que proporcionaron a Japón con su sacrificio los combatientes.

Yasukuni, que resistió al devastador terremoto de 1923 y sufrió en pie los bombardeos norteamericanos en la segunda gran guerra, es un lugar controvertido. Símbolo de la agresión militarista del Imperio del Sol naciente en Asia para algunos, otros lo consideran un memorial legítimo para recordar a los muertos en conflictos bélicos. Las protestas por la visita del primer ministro Junichiro Koizumi no son nuevas.

Durante 33 años, ningún jefe de Estado visitó el santuario. Hasta 1978, año en que Takeo Fukuda lo hizo a título personal. A mediados de los ochenta, sin embargo, dos primeros ministros se registraron en el libro de visitas como tales: Yasuhiro Nakasone y Ryutaro Hashimoto.

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Nakasone había defendido la existencia de un memorial que avergüenza a los pacifistas japoneses e indigna a las naciones colonizadas por el país nipón con esta frase: 'América tiene su Arlington Cemetery [en el que reposan los caídos estadounidenses] y los rusos tienen sus tumbas al soldado desconocido, donde la gente da gracias a los que murieron en la guerra. Si no hubiera sitios así, ¿quién estaría dispuesto a dar la vida por su país?'.

Frente al memorial de Hiroshima, monumento a las víctimas de la bomba atómica, Yusukuni es, para muchos nostálgicos, el recuerdo del Japón imperialista y la grandeza perdida en una guerra que arrasó el 40% de las ciudades y segó 1,8 millones de vidas. Veinte mil linternas lo iluminan cada julio para confortar sus almas.

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