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Cambio de guardia en el FMI

Joseph E. Stiglitz

El inminente término de las tareas de Stanley Fischer como primer director administrativo asistente del Fondo Monetario Internacional (FMI) marca el final de una era. En efecto, todos los que dirigieron esa institución durante las crisis globales de 1997-1998 (Fischer; Michel Camdessus, director administrativo; Michael Mussa, director de Investigación; y los dos hombres que definieron todo tras bambalinas desde el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Robert Rubin y Larry Summers) se han ido o están por partir.

A los fracasos en Indonesia, Tailandia y Korea en 1997, siguieron los fracasos en Rusia y Brasil un año después: en estos casos, los intentos por mantener tasas de cambio sobrevaluadas volvieron a los contribuyentes de esos países miles de millones de dólares más pobres. Preservar las tasas de cambio, sin embargo, les dio a las personas adineradas el tiempo necesario para escapar con términos más favorables. Sólo con la devaluación fue posible restaurar el crecimiento.

Con cada fracaso, la credibilidad del FMI disminuyó. Aun así, peleó por encontrar soluciones, cada cual un poco más exitosa. A veces la solución implicaba préstamos preventivos, como en Brasil; en otras ocasiones era una estrategia tipo bail-in que se abandonó eventualmente, como en Rumania.

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Los últimos indicios fueron las crisis en Turquía y Argentina este año. En Turquía el pánico surgió inmediatamente después de que Fischer declarara que todo parecía estar bien. Argentina, adoptada por el FMI desde mucho tiempo atrás, fue elogiada por reducir la inflación y estabilizar su tasa de cambio. En esta nebulosa de alabanzas el FMI ignoró el hecho de que la tasa de crecimiento de Argentina era nula y que el desempleo se había mantenido en cifras de dos dígitos durante media década. Sin crecimiento, sería cada vez más difícil para Argentina pagar los gigantescos préstamos que recibió.

Como resultado de estos fracasos, ahora se piensa en todo el mundo que la crisis financiera mundial fue mal manejada y que es necesario hacer cambios a la arquitectura económica global.

Parece que el FMI aprendió mucho de sus errores, por lo menos retóricamente. Ahora reconoce que la liberalización del mercado de capital, por la que ejerció tanta presión en todo el mundo, ocasionó muchos desequilibrios y fue un factor central de la crisis financiera global. También reconoce que la forma en la que restructuró los bancos de Indonesia provocó un retiro masivo de fondos por parte del público, que aplicó políticas demasiado astringentes en Asia del Este y que estas políticas profundizaron las grietas.

Pero el FMI todavía necesita preguntarse por qué se dieron estas fallas. Todavía debe convertir su nueva retórica en políticas. El próximo equipo del FMI debería reflexionar acerca de las siguientes preguntas y lecciones recibidas:

- La economía no es una ideología, sino el uso de la evidencia disponible y la aplicación de la teoría. ¿Qué evidencia sugirió, por ejemplo, que liberalizar los mercados de capital en los países pobres resultaría en un crecimiento más rápido? Antes de imponer cambios en el sistema económico internacional deben tenerse pruebas irrefutables que los apoyen. ¿Qué pruebas había para asegurar que los altos intereses ayudarían a estabilizar las tasas de cambio en los países acosados por la deuda de corto plazo? Antes de imponer políticas que tendrán consecuencias devastadoras, debe haber fuertes evidencias de que funcionarán. No basta con decir que las tasas de interés bajarán eventualmente. Después de todo, no es posible desquebrar a una compañía que se fue a la ruina gracias a las castrantes tasas de interés.

- Es necesario tener una mayor coherencia intelectual. ¿Por qué vociferar que los gobiernos no deberían intervenir en los mercados argumentando que los mercados son eficientes, pero de cualquier forma intervenir en los mercados cambiarios?

- Está permitido que las reformas económicas ocasionen sufrimiento, pero no aminorar el sufrimiento de los pobres. ¿Por qué se dispuso de miles de millones de dólares para salvar a los bancos, pero no se pudo gastar algunos cuantos millones para subsidiar los alimentos y el combustible en favor de los pobres de Indonesia? ¿Cómo es que algunos cuantos oligarcas pudieron exprimir miles de millones de dólares de Rusia a través de los activos regalados por el Estado bajo esquemas de privatización promovidos por el FMI, pero no hubo suficiente dinero para pagar las miserables pensiones de los ancianos?

El FMI, le guste o no, es una institución pública, a pesar de su jerga corporativa. En el mundo del FMI, los países miembros son accionistas. Pero las políticas del FMI afectan a las personas y a las economías de una manera que ninguna corporación podría afectarlas jamás. Como institución pública, debería ser dirigida a partir de principios democráticos. Cuando el Banco Mundial sugirió realizar conversaciones privadas con el FMI para discutir acerca de las políticas en el ámbito de la crisis de Asia del Este, fue ignorado casi por completo. Cuando busqué discutirlo públicamente -incluso una vez iniciada la crisis- también encontré resistencia. Hasta el debate acerca de la reforma de la arquitectura financiera global resultó ser pretencioso: al parecer sólo los ministros de Finanzas y los funcionarios de bancos centrales pueden sentarse a la mesa del FMI.

Al comportarse así, el FMI pisoteó principios económicos y éticos básicos. Todas las políticas tienen ventajas y desventajas. Algunas favorecen a ciertos grupos; otras presentan mayores riesgos. Lo mejor es dejar que los procesos políticos de cada país decidan qué política será adoptada; esta decisión no debe ser usurpada por burócratas internacionales sin importar lo competentes que sean. Al considerar que las decisiones en relación a las políticas son meras cuestiones técnicas los economistas violan preceptos éticos y profesionales básicos.

Lo irónico de la postura asumida por el FMI durante los últimos ocho años es que mientras la Administración de Clinton aplicó en casa principios de la ideología de la tercera vía a través de un papel activo del Gobierno como promotor del crecimiento, en el ámbito internacional el Departamento del Tesoro de EE UU promovió (directamente y vía FMI) ideas que reflejaban, con pequeñas variantes, el fundamentalismo de mercado, esquema que Estados Unidos ya había rechazado.

En esto la Administración de Bush ha mostrado una mayor coherencia intelectual. Antes de estar en el poder los republicanos criticaron los inmensos paquetes de ayuda internacional pues los consideraban 'seguros de salud corporativa', y en Turquía se apegaron, básicamente, a sus principios, aunque no lo suficiente como para impedir que el FMI interviniera. Si el equipo de Bush mantendrá esta postura cuando sean bancos estadounidenses y no alemanes los que estén en riesgo, ya es otro asunto.

El Gobierno de Bush y el nuevo equipo del FMI (cuando llegue) tienen la oportunidad de abandonar las estrategias de desarrollo, transición y crisis que han fallado en el pasado. El reto es definir políticas en base a la ciencia económica, no a la ideología, y hacerlo de forma abierta y democrática, poniendo particular atención a las consecuencias que podrían tener para los pobres. Por desgracia, considerando lo que hemos visto últimamente de las políticas internas estadounidenses, no podemos ser muy entusiastas.

Joseph Stiglitz es profesor de Economía en la Universidad de Stanford, fue presidente del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton, y economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial. © Project Syndicate, 2001.

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