_
_
_
_
_
VISTO / OÍDO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amapolas

He aquí que el taleb es bueno: la amapola ha desaparecido. La han arrancado entre rezos y cánticos. Los campos salpicados de rojo y de blanco donde se cultivaba un 75% de las plantas opiáceas del mundo están ahora yermos. Lo mandó el imam: la fe mueve montañas, y todos han arrancado las plantas y mueren de hambre. Pero irán al paraíso, donde no sé si las huríes van encarceladas en ropa o coritas (desnudas; literalmente, en cueros; pero esa palabra es más disimulada). Esas otras amapolas, como las compara tanta poesía y tanta canción, lo están pasando mal en esa tierra y en muchas otras. Pero no importa: las Naciones Unidas han felicitado ya a Afganistán por esta buena acción, por esta devoción por la humanidad; y Estados Unidos va a enviar su ayuda al país miserable. EE UU dio una orden al mulá que explicó que el Corán prohíbe la droga y que el que no siga al libro irá a la cárcel. No es necesario decir que prefiero un país con opio a un país con odio, y que no tengo ninguna seguridad de que ese 75% no se esté cubriendo ya en otros sitios; y de que las subidas de precio compensen o no a las mafias de la distribución.

La cuestión es que la cabeza dirigente del mundo ha encontrado una justificación para ayudar a sus talibán: han cumplido. Lo demás, la cinta amarilla para señalar a los obedientes a otras religiones, o la tortura de todas las mujeres desde el momento en que nacen -y tienen mala suerte con nacer y vivir así: en otros países se practican abortos selectivos de hembras-, el lavado de cerebros, la dictadura sublime que los individuos practican deteniendo al que hace lo prohibido -oigo en una radio que registran a las mujeres y las encarcelan si llevan un libro-; lo demás, digo, no importa. No sólo no importa, sino que es favorable: este fortalecimiento de la fe religiosa sirvió para que se fueran los rusos cuando eran comunistas; estos talibán fueron armados y adiestrados y favorecidos para que nos prestaran este servicio, y para contener a Pakistán, y a quien sea. 'Nos', digo, porque estoy dentro de este mundo civilizado y único que es Occidente: y me alegro. Como todos: estamos seguros de que preferimos esto a vivir en el centro de África, o en los bordes; o en las estepas del Asia Central, o en algunas altiplanicies. Como preferían los alemanes no ser judíos en otros tiempos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_