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Columna
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Des-esperar

Un libro, breve y nutricio, de André Comte-Sponville, recientemente publicado por Paidós, se titula La felicidad, desesperadamente. Puede parecer enseguida que propone la busca de la felicidad con apremio y con empeño, pero lo que pretende infundir es casi todo lo contrario. En primer lugar, la felicidad si se la sopesa, no puede consistir en algo raudo, que haga la visita forzada, con premura y desaliño. Por el contrario, la felicidad desprende una idea esbelta, bien peinada, azucarada y lenta. No se sabe si muy prolongada en el tiempo, pero una felicidad de importancia no enseña nunca su fin. Ahora se trata también de que no enseñe obscenamente su principio. Buscar la felicidad desesperadamente consiste, en el budismo o en los estoicos no estar a su espera. Dimitir de la expectativa de su llegada, acercarse al grado cero de la previsión. De esa manera, el placer, cuando llega, se derrrama con milagrosa prodigalidad y no se pondera como una ración más o menos copiosa respecto a lo pedido.

Efectivamente, el libro de Comte-Sponville sostiene una idea a contracorriente de la cultura imperante pero muy en la línea de las importaciones espirituales, de Oriente o de los clásicos, que se difunden estos días. Se viaja hoy contra Occidente o se regresa al pasado, porque tanto nuestro espacio como nuestro tiempo se han convertido en grandes fábricas de infelicidad. La clave de la estrategia mercantil contemporánea se basa e en acentuar la expectativa, agudizar el deseo, crear la máxima sensación de carencia para poder colocar los numerosos artículos de consumo. Nada llega hoy sino tras la fulgente víspera de su publicidad y de sus enjoyadas promesas. Desde los automóviles a las películas, desde los cursos de idiomas a los viajes a Alaska, el anuncio de la recompensa estimula las glándulas del deseo y la fantasía de una satisfacción máxima. La experiencia ulterior resulta siempre inferior a lo previvido, la felicidad proclamada se trasmuta en frustración y la esperanza tan alta en desesperanza rasa. Se debe, por tanto, empezar al revés. Proceder desde la no esperanza e invertir la secuencia: des-esperar, recibir, verse regalado, afortunado, flagrantemente feliz.

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