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VISTO / OÍDO
Columna
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El buen inmigrante

Toda discriminación positiva es negativa para otros. El tiempo que nos iba a definir pedía el fin de las discriminaciones: un paso en la lucha por la igualdad. Mujeres, judíos, negros, ateos, homosexuales, no sufrirían discriminaciones. De la igualdad se burlaba Orwell con su famosa frase 'algunos son más iguales que otros', con la que denunciaba a los igualitarios. El invento de la nueva política de corrección creó entre sus voquibles (Unamuno llamaba así al mal vocablo: es palabra académica) el de la 'discriminación positiva'. Primero, los cupos de mujeres. Se suponía que fijando cupos obligatorios se las igualaba. Nunca me gustó: aspiro a una igualdad total. Mis compañeras decían que había que empezar con algo. Todo se queda en un par de ministrillas o concejalas dedicadas a asuntos propios de su sexo -cultura, sanidad- más empleos para las 'monas' o las que dicen que no se casarán y que no tendrán hijos. Es un asunto muy conocido, como sus peores sueldos y su mayor paro.

Salta ya una nueva 'discriminación positiva', que será negativa para otros: la de unos inmigrantes. Ya que los necesitamos, seamos bondadosos; elijamos a los más parecidos. Más blancos, con idioma español, católicos. ¡Los latinos! Vuelven temas que se habían tapado de la España imperial: les dimos la raza, la religión, la cultura, el idioma: sean, pues, nuestros hijos predilectos. ¡Fuera chinos! Tenía razón Pemán. Y los Grandes Cancilleres de la Hispanidad. En cambio, los moros nos mataron mucho en Anual y otros desastres; son infieles, hablan raro y lavan la ropa con los pies.

En la discriminación positiva se selecciona a los inmigrantes que nos convengan: los que hagan trabajos sucios, indeseables, mal pagados. Por ejemplo, la prostitución. Estamos liberando a las mujeres españolas de ese horror. Las kenianas lo hacen mejor, y tienen culillos respingones. Además, no son católicas, y las putas católicas son molestas: lo hacen con miedo, arrepentimiento, y así no se practica bien la felación. Me contaron de un cliente que cuando la chica tenía su cosa en la manita hablaba con pena de sus padres, de su novio, del infierno; y el bravo cliente español le dijo: 'Chica, ¿qué haces? ¿La chupas o hablas por teléfono?'.

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