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Columna
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Modelo de TVV

Nadie, prácticamente, le pedía y menos aún apremiaba al presidente Eduardo Zaplana para que pusiese sobre la mesa el debate pendiente acerca de la televisión pública autonómica. Abocado a ello, de estar alguien en condiciones de urgirle, hubiera podido incluso escaquearse alegando que el asunto está en manos de una comisión de las Cortes Valencianas que en su día, oídos tropecientos pareceres, emitirá el debido dictamen. Sin embargo, el molt honorable ha cogido el toro por los cuernos, emplazándose además a parir un modelo alternativo que, de lograrlo, anotamos por nuestra cuenta, no limitaría sus consecuencias al marco de esta autonomía, siendo así que todas las cadenas públicas similares están sometidas a la misma indefinición y servidumbres. El mérito de la iniciativa ya no hay quien se lo discuta.

A partir de aquí tienen la palabra los políticos y los expertos, pues son aquellos quienes habrán de considerar, consensuar y decidir qué modelo de televisión necesitamos, al tiempo que a éstos les incumbe valorar la viabilidad técnica y económica del cambio. Queremos decir que esta propuesta, por su dimensión y proyección, no habría de ser una exclusiva del partido gobernante. La oposición ha de entrar al trapo, y bueno es que lo haga aligerada de juicios de intenciones sobre lo que el PP urde o deja de urdir, pues a la postre es un debate que ha de producirse con luz y taquígrafos. Emboscarse en los prejuicios para dinamitar este proyecto de cambio constituiría una irresponsabilidad social que podría frustrar la reforma al tiempo que acentuaría la marginación política de los opositores.

Cuál sea el modelo que se propende no es algo que se resuelva con unas cuantas improvisaciones. Por fortuna hay coincidencias muy generalizadas entre las partes más involucradas. La necesidad de revisarlo es una de ellas y fundamental. Blindar en la medida de lo posible su ámbito informativo es otra, si hemos de creer a los portavoces cualificados de los partidos implicados; la televisión pública no puede ser, como tan desvergonzadamente viene siendo, el parte noticioso y el altavoz propagandístico del gobernante de turno. Y se coincide también en que ha de estar financiada con dineros del contribuyente, sin que tenga que convertirse necesariamente en una ruina, lo cual nos remite a la profesionalización de su gestión.

Las discrepancias comienzan a percibirse en cuanto se suscita el objeto prioritario de este medio en tanto que instrumento idóneo para la recuperación cultural del país y de la lengua. ¿Cómo garantizar la distribución de tiempos y espacios para que tal función no sea lo más parecido a un paripé? Aquí queremos ver la auténtica voluntad política de los reformadores. Y con ello rozamos el apartado de los contenidos. ¿Hay que plegarse al gusto de un millón de moscas enviscado en Tómbolas y Grandes Hermanos? Es obvio que no, pero nos tememos que no todos lo tengan igualmente claro y aleguen razones económicas para enturbiar más si cabe la titularidad pública del medio.

Y de Radio Nou, qué. Pues, francamente, lo que procede es cancelarla. Una radio autonómica que, como ahora, patrocina conciertos falleros de copla española es que tiene fundidos los plomos y está pidiendo a gritos una refundación. ¿Pero no hay nadie que remedie este esperpento?

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