_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De pacotilla

Les anuncio de entrada que no soy un intelectual, con lo que seguramente estaré dando a entender lo contrario. Es ésta la mejor definición de intelectual que se me ocurre para nuestros tiempos: un intelectual es aquél, hombre o mujer, que en algún momento de su vida se ve en la situación de tener que decir que no lo es. Cualquier otra definición de la cosa me parece coja o deficiente. Declarada, pues, mi posición de partida, les confieso igualmente que no me importaría nada ser uno de esos de pacotilla a los que tanto se menciona estos días. Sé quiénes son, aunque se hable de ellos algo elusivamente, de forma genérica y desde, digamos, el carnet de identidad de quien los denigra. Sepa quiénes son estos últimos que tanto invocan la pureza del intelecto y sabrá quiénes son los otros. Me los conozco a todos.

Dicen los pacotilleadores que la tarea de los intelectuales es tratar de hallar soluciones, objetivo que no perseguirían los pacotilleados. No seré yo quien los contradiga, porque si no sé bien qué es un intelectual, difícilmente podré saber cuáles son sus tareas, pero la acusación me huele a sofisma. Me huele también a interesada patraña, puesto que no hay solución sin que previamente no exista un problema, y conviene recordar que a veces es preciso dar primero con éste antes de que se pueda acceder a solución alguna. Puede también suceder que sea la propia solución la que nos descubra la verdadera entidad del problema, pero digamos que éste ya estaba allí. Vista la complejidad de las cosas, les diré que intuyo que lo que enfrenta a pacotilleadores y pacotilleados es la rabieta de lo que se conoce como el problema del equilibrio de la silla.

Solicito su paciencia, señores, pues el galimatías se desenredará, y para ello conviene que quede bien claro en qué consiste el problema del equilibrio de la silla. Tiene algo de miedo escénico, pero sería más adecuado considerarlo como un statu quo pro morientes. Pues ocurre que los pacotilleadores, es decir, los del intelecto puro, no tienen otro problema que el de hallar una solución. Búscanla, búscanla, pero la verdad es que viven muy bien, pues eso quiere decir lo de no tener más problema que hallar una solución. Es una simple cuestión de disimulo, o de beneficio. Una solución, señores, nunca quiere decir otra cosa que sacar tajada, o mejorar, si prefieren ustedes una expresión menos tosca. Y es esto nada más lo que les reprochan a los intelectuales de pacotilla, seamos claros: que no sean capaces de dar con una solución que les sea ventajosa, razón por la que ven el equilibrio de su silla en peligro, como queríamos demostrar.

Pero como decíamos ayer, no hay solución sin problema, y es también esto lo que les duele a los pacotilleadores, esto es, que los de pacotilla han sabido descubrir el problema. Pues si los del intelecto puro no tenían otro problema que el de hallar una solución, ésta se diluye, o se vuelve enigmática, o cambia de naturaleza, cuando deja de ser el problema y es sustituida por un problema de verdad. Entonces, el problema no es hallar una solución, sino hallar una solución a un problema. Entonces, ya no se puede pasar de puntillas sobre una situación sangrante, abiertos los brazos en estado de expectativa permanente y con ojos de carnero, pues carnero era la víctima propiciatoria. No, señores, entonces se ve de verdad quién era la víctima y quién el verdugo, y es esto, el desenmascaramiento de la patraña, lo que no se les perdona a los intelectuales de pacotilla.

Pues se da el caso de que aquí hemos convivido con la crueldad sin que a los del intelecto puro se les moviera una pestaña. No la veían, pues hacer un aspaviento cuando asesinan a alguien, o cuando se instiga a la persecución ideológica, no implica visión alguna, sino justo lo contrario. Significa, simplemente, hacer un aspaviento para que las cosas sigan como están, incluida la conciencia. O sea, no ver nada. Son los intelectuales de pacotilla los que nos han enseñado a ver lo que ocurría, lo que está ocurriendo, dejándose de aspas y de vientos. Intentar acusarlos de supuestos beneficios, cuando tanto beneficiado ha habido por estos lares, suena a chiste. Pero eso tampoco se veía. Ese es el drama de los pacotilleadores, que lo que empiezan a ver, lo que ya no pueden dejar de ver, les incomoda tanto que desearían quitárselo de encima. Inconvenientes, al parecer, de ser intelectuales de verdad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_