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La recuperación del deportista

Para conseguir un buen rendimiento deportivo es esencial, entre otros aspectos, someterse a un adecuado programa de entrenamiento y asegurarse de que la alimentación seguida se ajusta de manera óptima a las necesidades o requerimientos de cada uno. Durante un partido o una sesión de entrenamiento, un deportista gasta una considerable cantidad de energía y somete a los distintos sistemas corporales (cardiovascular, respiratorio, neuromuscular...) a un marcado grado de estrés o tensión. Una vez finalizado el esfuerzo, para recuperar el nivel óptimo es necesario que el organismo disponga de tiempo adecuado para reponerse y que el deportista adopte las medidas oportunas. Es en esta fase donde la alimentación desempeña un papel de especial relevancia.

La energía utilizada durante un partido de fútbol, por ejemplo, proviene fundamentalmente de los hidratos de carbono, y en menor grado de los ácidos grasos, en función de la intensidad y el ritmo con que se juega aquél. Dado que las reservas de hidratos de carbono (presentes en forma de glucógeno muscular y de glucógeno hepático) son relativamente pequeñas, es necesario que, una vez finalizado el partido, se proceda a su rápida restitución. La velocidad con que los músculos reponen el glucógeno gastado es máxima cuando el deportista ingiere hidratos de carbono de absorción rápida inmediatamente o poco después del partido. Por otra parte, la cantidad de glucosa almacenada en forma de glucógeno se incrementa notablemente si los hidratos de carbono se ingieren simultáneamente con cierta cantidad de proteína.

Cualquier esfuerzo físico comporta la generación de una cantidad de calor que cuando supera cierto valor obliga al organismo a la evaporación del agua, segregada con el sudor, para refrigerar la sangre y mantener así la temperatura corporal dentro de los valores adecuados. Debido a este hecho, el deportista experimenta cierto grado de deshidratación, lo cual determina en gran medida la progresiva reducción en el rendimiento deportivo y la instauración de un estado de fatiga creciente cuando no se procede a una adecuada rehidratación o es parte de un estado de hidratación insuficiente.

A la hora de iniciar cualquier actividad deportiva, es necesario asegurar el máximo grado de hidratación posible ingiriendo entre 300 y 600 mililitros de bebida refrescante una media hora antes del partido o sesión de entrenamiento. Durante aquél es conveniente (en la medida en que lo permite el correspondiente reglamento) ir reponiendo el líquido perdido con el sudor, pero es al finalizar el esfuerzo cuando resulta absolutamente necesario asegurar la adecuada rehidratación para conseguir que el deportista inicie ya su rápida recuperación. Sin embargo, conviene tener en cuenta que, por importante que haya sido la pérdida de líquido, el intestino absorbe agua a un ritmo de alrededor de un litro por hora, por lo que no se puede forzar el ritmo de rehidratación ingiriendo grandes cantidades de líquido; lo que conseguiremos, en esas condiciones, es llenar el estómago de agua, la cual quedará almacenada o aparcada en este órgano mientras va siendo transferida, en pequeños sorbos, hacia el intestino delgado.

En estas horas previas a la competición, los efectos de la comida afectan básicamente al área psicofísica, y es fundamental que en esta fase el deportista disfrute de una sensación de tranquilidad y de bienestar y asegure que las reservas de glucógeno del hígado alcanzan su máximo nivel, a fin de garantizar el adecuado suministro de glucosa al cerebro, planificador, director, coordinador e integrador de la actividad músculo-esquelética implicada en las correspondientes jugadas.

Ramon Segura es catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona.

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