Maletas
Los viajes a Europa de los estudiantes españoles de los años setenta eran todo un curso de geografía humana. Plazas, estaciones y bares aparecían repletos de emigrantes todavía marcados por el hambre de la posguerra, satisfechos de contar con un trabajo digno, pero humillados por tener que buscar un jornal a miles de kilómetros de distancia de sus pueblos andaluces o castellanos. Recogieron la basura de los alemanes, construyeron los tranvías de los suizos, sirvieron en los restaurantes de los franceses, levantaron los edificios de los belgas y, en fin, contribuyeron a la prosperidad de una Europa que todavía no era la suya. Algunos de aquellos emigrantes se quedaron en sus países de destino y sus hijos apenas chapurrean un castellano salpicado de acentos centroeuropeos. Aquella primera generación de emigrantes sigue viviendo entre el desgarro por lo perdido y el orgullo del bienestar logrado.
Otros, en cambio, regresaron a España al socaire de la democracia y del empuje renovado de un país que ya forma parte de la Europa rica. Aquí abrieron tiendas y bares, compraron licencias de taxis, encontraron empleos fijos y algunos hasta se convirtieron en empresarios o rentistas con los ahorros obtenidos en la emigración. Todo ha ocurrido tal cual cantaba el chileno Víctor Jara en un famoso corrido: 'Mi padre fue peón de Hacienda y yo un revolucionario, mis hijos pusieron tienda y mi nieto es funcionario'. Pues algunos de ellos braman ahora contra los ecuatorianos y los marroquíes, contra los colombianos y los polacos, con los mismos insultos que nos dedicaban a los españoles en la Europa de hace sólo 25 o 30 años. Sucios, criminales, maleducados o violadores son algunas de las lindezas proferidas contra los emigrantes sin papeles que se pueden escuchar hoy de boca de gentes cuyos padres marcharon, allende los Pirineos, con una maleta atada con cuerdas y huyendo de la terrible miseria del franquismo. Pues efectivamente sus hijos pusieron tienda y además se convirtieron en la peor especie de fascistas y de racistas. ¡Qué vergüenza!
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