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VISTO / OÍDO
Columna
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Ilotas

Quizá haya 300.000 inmigrantes (ayer se daban aquí cifras oficiales, pero supongo que hay muchos ocultos), y el placer que debe dar a un tirano vocacional tener esa masa indefensa infrahumana a su disposición, sin verdadero estatuto de personas, y sin calidad de hombres y mujeres puesto que para eso hay que tener Derechos del Hombre, debe ser un consuelo ante la resistencia de los otros 40 millones, que siempre están protestando y enseñando su voto y su contribución. Viejas clases se han emancipado: los mozos, de la tiranía militar, y las mujeres, de la paternal y marital; y muchos maestros están pagando injustamente la tiranía de sus antepasados sobre la infancia.

Cualquiera con cierta edad recordará el palmetazo, el pellizco de monja, el cuarto oscuro, las orejas de burro o la estancia crudelísima de rodillas con los brazos extendidos que alguna mala bestia clerical cargaba, además, de libros en cada palma abierta; de donde pasaban al hogar, donde esperaba el cinturón del padre y las bofetadas de la madre gritona y amenazadora: la oprimida era opresora. No digo que la vida del niño no sea aún dura y mala, sometido a las obligaciones de su inclusión en una sociedad mal hecha y al aprendizaje de la ley y el orden; pero ha mejorado mucho, aunque sea a costa de los maestros, que dejaron de llamarse maestros para ver si así escapaban a su destino injusto.

Pero los ilotas -los que están desposeídos de los goces y derechos del ciudadano desde la primera democracia del mundo- permiten al Gran Lacedemonio alzarse como tirano; y una turba de caciques se lanzan a martirizarlos. Ya está la ley encima y pueden hacer con ellos lo que quieran. Los guardias les pegan, y el domingo una lancha de la Guardia Civil abordó una patera con resultado de muertos (nunca se sabrá del todo, y ya dicen que sospechaban de drogas. Cuántas injusticias, droga, se cometen en tu nombre); los contratadores, los empleadores, les explotan, les obligan a trabajar por sueldos de hambre; y los sindicatos no se alzan por ellos ni convocan a la solidaridad de los demás trabajadores, porque los demás trabajadores parecen encantados con la situación. Puede que sea uno de los acuerdos del Gran Lacedemonio: la creación de una casta tan por debajo de todos, que siempre el ínfimo encontrará satisfacción de tener por debajo a los parias. No advertirán nunca que su única posesión, que son los brazos, o su capacidad de trabajar, va perdiendo valor: los parias lo abaratan porque no tienen la defensa de nadie. Y lo abaratan para todos.

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