_
_
_
_
_
Tribuna:FINAL DE LA COPA DAVIS La gran cita del tenis españolLA OTRA MIRADA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo mejor ya había pasado

Nadie estuvo en Melbourne en 1965. O casi nadie. Sólo los que fueron allí para contárnoslo y los jugadores. Para un adolescente de mediados de los 60 era una fantasía pensar que una pelota de tenis, cayendo en perpendicular y atravesando el planeta, por poco que se desviara de su trayectoria podía salir precisamente en el campo de hierba donde Manolo Santana, Joan Gisbert, Lis Arilla y Juan Manuel Couder se peleaban por llevarse una ensaladera de plata. Tan irreal era que, visto en blanco y negro a horas inverosímiles, resultaba un sueño. Bueno o malo, pero un sueño que sólo pudo tocarse con la punta de los dedos.Poco importaba porque, en realidad, lo mejor ya había sucedido. Lo mejor fue la semifinal contra Estados Unidos en Barcelona, contra unos gringos arrogantes -tan arrogantes como los que este verano acudieron a Santander para cosechar el mismo resultado- que creían que iban a darse un paseo. Lo mejor fue ver cómo se le iba descomponiendo la cara a su número uno, Dennis Ralston, conforme un tozudo catalán desconocido de tez cetrina, de nombre Joan, levantaba un set y un 4-1 en contra y se llevaba el primer punto de la eliminatoria sin que pudiera hacer nada para detener a aquel obcecado.

Santana no iba a fallar y no lo hizo contra Froehling. Con un 2-0 en la primera jornada, todo quedaba en manos del doble. Santana y Arilla contra Ralston y Graebner. Tal vez la memoria de mis 15 años me engaña, pero tengo aquella tarde como una lección de estilo impartida sobre un tobogán de emociones. Pensamiento y acción. Eso es lo que es el tenis cuando se convierte en un trenzado dialéctico, cuando pasa a la categoría de envite mental. Fueron cinco sets jugados hasta el límte. El 3-0 se consumó y se obtuvo el pasaporte a las antípodas.

De la intensidad de aquella eliminatoria da idea el que ni siquiera en la última jornada, con todo decidido, se bajara la guardia. Incluso en el último partido, cuando Juan Manuel Couder salió en lugar de un Santana supuestamente lesionado para medirse al humillado número uno norteamericano, estuvo a punto de saltar la sorpresa. Globo tras globo, el veterano jugador español llegó a poner tan nervioso a Ralston que a poco estuvo de consumarse el 5-0.

La debacle fue tal que los estadounidenses no pudieron esconder su ira y aún se cuentan historias sobre el ataque de ira de su entrenador, Pancho González. Australia quedaba muy lejos y más aún en aquella España tremendamente acomplejada. Pero lo mejor ya había pasado.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_