Auge y caída del líder que nunca se equivocaba
"Aquí hay algo que no acaba de encajar. Sé que es pronto para formar opiniones, pero... No sé si con este hombre habremos metido la pata". Nicolás Sartorius, un histórico del Partido Comunista de España y del sindicato Comisiones Obreras, se atrevía a expresar en voz alta, aunque en una cafetería y ante un íntimo amigo, la inquietante desazón que se extendía entre la militancia del PCE y del resto de formaciones que integran el sello electoral de Izquierda Unida.Ocurría una noche de noviembre de 1990, horas después del encendido discurso con el que Julio Anguita cerró la II Asamblea General de IU, en la que fue confirmado como el único líder de la izquierda capaz de robarle espacio a un PSOE en descenso por el desgaste del ejercicio del poder y la derechización de sus dirigentes. El interlocutor de Sartorius, Diego López Garrido, fundador de Nueva Izquierda, no hacía más que darle vueltas a la reciente orden del líder: "Hay que llevar a don Quijote a los Presupuestos Generales del Estado". Perplejos ambos, trataron de quitar hierro a algunas consignas políticas que les sonaban cada vez más esotéricas. Tanto ellos como el resto de comunistas que aplaudían fervorosamente a Julio Anguita sin conseguir ahuyentar del todo la mosca tras la oreja prefirieron centrarse en el lado positivo. Que, desde luego, no era despreciable. Luchador antifranquista en grupos de cristianos de base, nieto de guardia civil e hijo de sargento, Julio Anguita (Fuengirola, 1941) ingresó en el PCE en 1972, cuando ya había obtenido plaza como maestro de francés en un colegio público, con una fe en el marxismo tan sólida como su preparación intelectual, un cierto encanto personal y una arrolladora capacidad dialéctica. Cualidades que le llevaron, siete años después, a convertirse en el primer alcalde comunista de una capital -Córdoba- desde la Guerra Civil, y revalidar el puesto con mayoría absoluta en las elecciones municipales de 1983.
Monumental descalabro
Esta victoria le catapultó a la política nacional. El triunfo de Anguita brilló el doble porque su partido sufrió un monumental descalabro en las elecciones legislativas de 1982, cuando diez millones de españoles de izquierda optaron por el PSOE y enterraron la hoz y el martillo del cartel electoral compartido entre Carrillo y Pasionaria. Los comunistas pasaron de 23 a cuatro escaños. Carrillo dimitió en favor de un minero asturiano, Gerardo Iglesias, el primer dirigente comunista en intuir que la supervivencia del PCE pasaba por su apertura hacia sectores sociales progresistas -pacifistas, ecologistas, feministas, antiatlantistas....- desvinculados del pasado, que habían sido defenestrados por Carrillo o simplemente se sentían incómodos con la derecha o la moderación socialista. Así, en un chalé de la sierra madrileña, propiedad de Pedro Cava, médico de Dolores Ibárruri Pasionaria, Iglesias defendió su tesis ante militantes o simpatizantes como Jordi Solé Tura, Manuel Vázquez Montalbán, Nicolás y Jaime Sartorius, Antonio Gutiérrez, José María Mohedano, Diego López Garrido, Antonio Elorza, y un selecto grupo de catedráticos y magistrados. Todos ellos auspiciaron el nacimiento de Izquierda Unida y su participación electoral en 1986. La diferencia de resultados entre un Julio Anguita, candidato a la Junta de Andalucía, y un Gerardo Iglesias como número uno nacional propiciaron la dimisión de éste y la aclamación, en 1990, de Anguita como líder incontestado de la izquierda no socialista. Nadie quiso recordar las profundas convicciones católicas de su juventud, que le marcaron hasta el punto de oponerse al aborto cuando ya era alcalde de Córdoba, ni su admiración por José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, por cuyas hagiografías ganó premios en su juventud. Ni los destemplados ataques a la monarquía, ni su firme defensa, a pocos años de la caída del muro de Berlín, del socialismo soviético.Algunos disidentes del Anguita que cada vez se reveló más dogmático y autoritario aseguran que el ex coordinador general de IU nunca asimiló que el derrumbe del muro enterraba un tipo de comunismo e iniciaba otro. Tal vez esa resistencia explicaría que, cuando en agosto de 1991, Mijaíl Gorbachov fue objeto de un golpe de Estado por parte del comunismo ortodoxo soviético, el único dirigente político español que no testimoniara su apoyo moral al líder de la perestroika fuera precisamente Julio Anguita, que se perdió por las monterías de Córdoba -es un gran cazador de ciervos y gamos- y no atendió ni una llamada de teléfono.
Parlamentarios que acabaron expulsados de Izquierda Unida achacan a esta falta de adaptación a los nuevos tiempos su creciente aislamiento de la mayoría de los españoles. "Se convirtió en el político antisistema", dice una ex diputada. Tanto, que la inquietud de Sartorius y López Garrido cuando el líder les asombró en aquella II Asamblea de 1990, se convirtió en estupor al declarar Julio Anguita en vísperas del nuevo milenio que no existía mayor catástrofe para España que el Tratado de Maastricht y la moneda común del euro. Al tiempo que los comunistas italianos cambiaban hasta de nombre, y los franceses y portugueses tendían la mano abierta a los socialistas, Julio Anguita arremetió con profunda animadversión contra el PSOE y se sumó a Aznar en aquella cantinela del "váyase, señor González".
La famosa pinza
Fue la famosa pinza PP-Izquierda Unida la que desencantó a tantos militantes, escindió la coalición, expulsó a los gallegos por su alianza con los socialistas, obligó a desertar a las mejores cabezas del partido, forzó la ruptura con el líder de Comisiones Obreras Antonio Gutiérrez, espantó, en suma, a los votantes, tanto más desconcertados por cuando su ramal en Euskadi, Ezker Batua, suscribía con Herri Batasuna el pacto de Lizarra. El resultado de la pinza se aprecia en el número de votantes: 2,6 millones de españoles apostaron por él en 1996 (21 escaños); menos de la mitad, el pasado 12 de marzo (ocho escaños).Después de su retirada de la primera línea de la política, forzado por una operación a corazón abierto precedida por dos infartos, Anguita ha seguido en el centro de la política. Tras el último descalabro electoral, una indiscreción entre uno de sus colaboradores, Pedro Granados, y el secretario de Estado para la Seguridad Ricardo Martí Fluxá, reveló que el coordinador general de IU, paradigma de la austeridad en cada discurso, vivía en un chalé con piscina en la zona norte de Madrid. Ya no era secretario general del PCE, pero el partido corría con sus gastos: 300.000 pesetas mensuales de alquiler; otras tantas en sueldos de asistenta, jardinera y chófer, y cerca de 50.000 en consumo de agua, gas y electricidad. Luis María González, representante de la corriente de opinión de IU Tercera Vía, dedujo que Anguita cobraba cinco veces el sueldo del secretario general de un sindicato, Antonio Gutiérrez, de quien había sido colaborador durante años. El afectado terció: "Yo no desciendo a basuras". Fueron sus únicas palabras sobre la polémica.
Entre bambalinas, nombró sucesor a Frutos y después lo descalificó para apoyar a su rival, Gaspar Llamazares en la sucesión de IU y colar como cartel electoral a su colaboradora Rosa Aguilar. No se arredra ante la realidad: ¿Que los españoles no le votan? No es problema de Anguita. ¿Que casi nadie entiende su mensaje? Anguita contestaba esta semana impertérrito al diario El Mundo: "Siempre he dicho lo que pensaba y nunca me he arredrado ante los medios de comunicación. He tenido ideas y principios, y en esta España de gente acollonada, los he defendido".
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