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Adiós Wembley

Isabel Ferrer

Algunos apodos consiguen formar parte de la memoria popular con tanta intensidad que acaban por resultar casi épicos. Así, al estadio de Wembley los británicos le denominan la gran dama del fútbol. Un fervor deportivo sólo superado por las pistas de Wimbledon, que componen para los expertos la catedral del tenis mundial. Destinado a la demolición en pocas semanas, Wembley albergará hoy un último encuentro oficial, entre las selecciones de Inglaterra y Alemania, de lo más simbólico. Hace 34 años, los mismos países disputaron una final de la Copa del Mundo ganada por el equipo local en un partido que ningún aficionado ha podido olvidar en el Reino Unido.Wembley y sus torres gemelas, otro emblema nacional, serán derruidos el próximo mes para dar paso a otro estadio, un espacio de acero y cristal diseñado por Norman Foster. Desfasadas y de difícil salvación, las torres serán sustituidas por cuatro mástiles más acordes con el aspecto futurista que deberá tener un recinto con capacidad para 90.000 espectadores, además de cines, zonas comerciales y de reuniones, hoteles y un gran aparcamiento, todo ello valorado en 475 millones de libras (131.000 millones de pesetas). En suma, el lugar ideal para celebrar cualquier acontecimiento futbolístico de altura. Un panorama en verdad prometedor que, sin embargo, lucha por competir con los recuerdos de millares de personas que asocian el viejo estadio al momento más glorioso del balompié patrio.

Poco importa que Wembley fuera en realidad la joya de la Exposición Imperial inaugurada en 1924 por el rey Jorge V. Construido en 300 días escasos, el primer encuentro futbolístico data de un año antes, y enfrentó al Bolton y el West Ham. Tres partidos más y aplaudidas exhibiciones de rodeo no bastaron para garantizar el futuro de un espacio donde han sido organizadas, además, carreras de galgos y de motocicletas y, por supuesto, los Juegos Olímpicos de 1948. A Wembley también acudió Cassius Clay en 1963 para ganarle el título mundial de los pesos pesados a Henry Cooper. Ha habido fútbol americano, capaz de atraer a 60.000 personas en 1986 para ver jugar a los Chicago Bears contra los Dallas Cowboys. Y numerosos conciertos memorables. En 1985, el cantante Bob Geldof se ganó el título de Sir a base de recaudar dinero contra el hambre en el ya legendario Live Aid. Hasta Carlos de Inglaterra acudió un ratito en compañía de su entonces esposa, Diana de Gales, a pesar de su desinterés por la música más moderna.

La lista de eventos organizados en Wembley desde que el empresario Arthur Elvin lo rescatara de la ruina en 1927 es interminable y curiosa. Del béisbol a los saltos de esquí y las canciones de Michael Jackson, a dramáticos intentos de batir récords mundiales de saltos en moto que le rompieron en 1975 la columna vertebral al norteamericano Evil Knievel. De todo durante casi un siglo. Pero bastó una tarde mágica para grabar el lugar en el corazón de los británicos.

Corría el año 1966 y la selección inglesa de fútbol la componían jugadores como Bobby Moore, Geoff Hurst, Martin Peters y el desdentado, entrañable y algo patoso Nobby Stiles. Estaba en liza el Campeonato del Mundo y todos sabían que los germanos eran unos jugadores de primera. Después de un partido trepidante que mantuvo en vilo al país, la emoción rozó el éxtasis cuando la selección inglesa superó a su rival por cuatro goles a dos. Con un calzón blanco que ahora resulta casi ridículo por lo escaso y una camiseta roja de manga larga, el equipo levantó la copa y la ciudadanía se rindió a sus pies.

Tan inolvidable como la victoria fue el gesto de alegría y la sonrisa agujereada de Nobby Stiles, que siendo un niño de seis años, tuvo que ser sacado con una sierra de los barrotes de la silla por donde había metido su cabeza cuando seguía por la radio la victoria del Manchester United contra el Blackpool en la final de la Copa de la Federación Nacional. El propio Stiles ganaría luego una Copa de Europa en un estadio que forma parte de su vida pero al que no llorará ahora que va a ser demolido. "Se ha quedado desfasado. Los espectadores no ven bien porque están lejos de la hierba. No se puede aparcar y los sanitarios están mal. Mi Wembley no desaparecerá nunca, así que ya pueden tirarlo", ha dicho.

Para la policía británica, el encuentro de la despedida supondrá un reto para el que ha venido preparándose casi durante un año. El mayor deseo de los agentes es que no haya enfrentamientos entre los hinchas y que nadie se lleve recuerdos en forma de un puñado de tierra, un picaporte o un trozo de portería. La gran venta de objetos procedentes de Wembley será efectuada en Internet por la casa de subastas cibernética QXL.com. Entre las peticiones más curiosas figuran nada menos que las propias torres gemelas y los grifos de los vestuarios. Todo el dinero recaudado contribuirá a la construcción del nuevo estadio de Foster, que espera ganarse algún día la confianza y el cariño de sus paisanos.

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