Austria
El domingo 10 de septiembre, los lectores de EL PAÍS en Viena tuvimos la oportunidad de leer la opinión de dos austriacos sobre la situación actual en el país alpino. De una parte, Andreas Unterberger, que escribe en Die Prese; de otra es entrevistado el alcalde de Viena, Michael Haüpl.Es verdad que, a través del informe de los tres sabios, se ha constatado, como dice Unterberger, que en Austria las cosas son perfectamente equiparables al resto de Europa, pero pienso que al comentarista le hace falta viajar más en tranvía y darse cuenta de que la xenofobia es un sentimiento casi natural en la mitad de la población austriaca. No sé si eso es también la media europea. Más realista me parece el alcalde Haüpl cuando admite esta tendencia en su entrevista.
Como austriaco que soy, y como emigrante que también soy, puedo asegurar que este país, donde vivo desde hace más de ocho años, me ha acogido muy bien. Pero, asimismo, no puedo negar que exista esta maldita tendencia racista. No
es un sentimiento que guarden todos los austriacos, no; aquí hay personas maravillosas; de hecho, Austria ha sido una nación líder en materia de asilo y ayuda a los necesitados. Y, por esta misma contradicción, siempre se pregunta uno si el comportamiento del señor Haider y los miembros de su partido en el Gobierno habría sido diferente si no hubiera habido protestas internas e internacionales y las famosas sanciones. Esa duda siempre la tengo.
Es natural que el pueblo austriaco tenga rechazo por las sanciones y calificativos de los que ha sido objeto, pero también tiene ese mismo pueblo la obligación moral y sincera de analizar y reflexionar sobre su conducta.- .
