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Zaplana

Avanzo sin reservas mi creencia (mi fe, si se quiere) en las intenciones que Eduardo Zaplana no tiene. El president no pretende convertirnos en una sociedad de consumo y beneficencia. Moderadamente rica y mendiga a la vez. Ciudadanos bien comidos (no digo bien nutridos porque eso es responsabilidad individual) y que le han echado un vistazo a Praga o a Budapest, cuando ya París está demasiado visto y cae muy cerca. Y estos mismos ciudadanos que bailarán inquietamente en la cuerda floja de la incertidumbre. Porque vendrán las recesiones y los despidos estarán tirados de precio; o seguirán azotando malos vientos con nombres preciosos: carcinoma, ictus, AVC, infarto. Y entonces todos los centros de la Seguridad Social estarán en manos privadas, y habrá que hipotecar la vivienda y los restos del alma. O ir a parar, con suerte, a un hospital para pobres, donde uno se muere, pero sin dejarle una hipoteca a la familia.No está Zaplana por ese modelo ferozmente neoliberal y se equivocará el lector que vea en mis palabras un asomo de ironía. Verdad es que ciertas medidas, como la introducción de la empresa privada en los hospitales públicos -caso, por ejemplo, de las resonancias magnéticas- hacen fruncir más de un ceño y algunos no las comprendemos y nos gustaría oír una explicación convincente. Si como yo creo la mencionada intromisión no responde a una filosofía, sino que se trata más bien del error de un ex consejero o grupo de gestión pública, el president quedaría como los ángeles si se decidiera a cortar públicamente por lo sano. Pues enjuagues y cambalaches se dan en profusión en las mejores familias. Siempre habrá roldanes y miren: pueden beneficiar al gobierno de turno si éste no tiene más culpa que no haber afinado los mecanismos de control. Se destituye al facineroso, se favorece la acción de la justicia y se pide perdón a la ciudadanía por el fallo de los mentados mecanismos, que por supuesto serán revisados. El censo no sólo perdona: recompensa. En el caso del PSOE, lo que nos hizo pensar en la existencia de una septicemia es que no se procediera así; pues saber lo aquí apuntado lo sabe el peor psicólogo del mundo, que, dicho sea de paso, yo sé quién es, pero me callo precavidamente el nombre.

No. Zaplana no quiere crear una sociedad en la que un gran número de los ciudadanos sean pudientes para unas cosas y pobres de solemnidad para otras. Lo que le ocurre al president, conjeturo, es lo que a muchos gobernantes europeos, incluidos ciertos socialdemócratas tipo Blair. Contagiados por el ¿mito? De la eficacia (de la "eficiencia racional", como dicen peyorativamente los humanistas) se deslizan poco a poco por una pendiente amable que esconde el precipicio. Alientas las pensiones mixtas, incorporan la gestión privada en la Sanidad, conciertan la educación, abaratan el despido, etcétera. Así se genera con buena fe un tipo de mentalidad social en la que naufraga la noción de solidaridad colectiva.

En Europa era una tradición, a la que los españoles nos adaptamos rápidamente, el talante solidario. Pocos se cuestionaban -y casi nadie beligerantemente- el "uno para todos y todos para uno". Naturalmente, existía y existe el tuyo y el mío; y sólo dejará de existir con permiso de la genética y de sus dueños. Pero el tuyo y el mío se dejaba sentir -sórdidamente, no necesito aclararlo- en el trato entre más o menos importantes colectivos y, sobre todo, en el individual. En la tierra de Alvar González los campesinos se abrían los cráneos a garrotazos por un mojón colocado un palmo más aquí o más allá. Casos homologables son más la regla que la excepción en todas partes, que no sólo en las castellanas tierras esteparias de Antonio Machado, que en gloria estará si hay tal cosa. (¿Es que no nos dejarán ser nada ni después de muertos?).

Pero a escala Estado-sociedad ya hace tiempo que en la Europa avanzada este conflicto del tuyo-mío ha perdido sus aristas más cortantes. Aún no le han vuelto a crecer, pero estamos en la antesala del peligro. No obstante, todavía no pasamos del refunfuñeo. "Yo trabajo", se oye decir, "para pagarle la pensión a dos o tres que acaso ni siquiera han dado golpe en todos los días de sus vidas". Lamentos así se oyen, pero nos percatamos de que no pasan de ser la propensión general a la queja. No existe un resentimiento explosivo por el uso solidario de los impuestos que todos pagamos. Este sencillo hecho es la espina dorsal de la cultura creada por el Estado del Bienestar europeo.

Me agradaría saber que el presidente Zaplana tiene en cuenta este intangible: el grado de solidaridad creado por el Estado del Bienestar. Hay, por ejemplo, bastante de simbólico en la adhesión y afecto de los valencianos al Hospital La Fe. Es todo un emblema de la fusión del tuyo-mío, el reencuentro de la ciudadanía consigo misma. Tanta belleza se puede perder en manos de terceras vías que, indefectiblemente, irán configurando otro tipo de talante social. En la relación Estado-sociedad, ganará magnitud la conciencia de que lo mío es mío y no tengo por qué hacer partícipe a otro y que cada palo aguante su vela y que hay cigarras y hay hormigas. En el imaginario colectivo de quienes disponen de hospital y de pensión siempre serán vagos y nada más que vagos quienes no disponen ni de una cosa ni de la otra. De modo que más que ciudadanos habrá clientes para esto y para lo otro; y todos seremos lobos esteparios. El Estado será más consejo de administración que custodio de la justicia, que igualador y distribuidor. Yo sé que usted no quiere eso, señor Zaplana.

Soy consciente de que el Estado de Bienestar europeo intenta adaptarse a las nuevas fuerzas económicas, si bien no comprendo demasiado la razón. A mí me suena más a rendición incondicional que a otra cosa. Las cifras no justifican tanto terror, pues nunca han sido mejores -ni en Europa, ni en España ni en la Comunidad Valenciana- a pesar de que la vieja economía y el Estado del Bienestar se mantienen casi intactos. Francia, el país más renuente a la intromisión de lo privado en lo público, es también el país que mejor marcha. Está creciendo a un ritmo del 3,7%, creará medio millón de empleos este año y las cuentas del Estado arrojan un balance excedentario. Todo lo que se necesita, según declara con razón Jospin, es efectuar unos retoques para hacer frente a las amenazas más funestas de la globalización. Si bien reconociendo que para ello hará falta una acción común transnacional.

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Es Francia, no en el Reino Unido, quien debe inspirarnos una vez más. Como el señor Aznar queda más lejos, se lo digo a mi president Zaplana. De quien espero no vea intenciones hostiles ni torticeras en este artículo. Antes al contrario, son amistosas y espero que así las interprete. Vivan lo público y lo privado juntos, pero no revueltos.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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