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EUROCOPA 2000

¿Hay alguien en casa?

Ni Camacho ni la Federación quisieron ofrecer explicación oficial alguna sobre la actuación de la selección española

Santiago Segurola

Cada dos años, la selección regresa a casa mucho más pronto de lo que se suponía antes de cada Mundial o Eurocopa. En algunos casos se ha hablado de fracaso, en otros de decepción. Esta vez se ha visto el verdadero puesto del equipo en la escala del fútbol. La derrota ante Francia admite opiniones encontradas, pero básicamente la distancia con el campeón del mundo no admite dudas. No hay un jugador en nuestro país como Zidane, y son varios los internacionales que sufren de veras en la comparación con los franceses. España alcanzó su techo frente a un rival que estaba por encima en la escala del fútbol. Esta observación evita pensar en un fracaso de España, situada en un segundo orden cuando se trata de la selección. Desde 1984 no se han alcanzado las semifinales de ningún gran torneo, dato que no puede pasar desapercibido en un país que coloca regularmente a sus clubes entre los mejores de Europa. Lo mismo ocurre con las selecciones juveniles, capaces de conseguir lo que no logra el buque insignia. A pesar de la resignación con la que se ha acogido la eliminación de España, en el ambiente hay un debate sobre las causas que procuran el irrelevante papel de la selección en el fútbol mundial. El debate está abierto, pero no serán los dirigentes de nuestro fútbol los que aporten alguna reflexión.No hay nada más nocivo que el silencio total de la Federación, y del seleccionador Camacho, después de la eliminación. Dos horas después del partido con Francia se produjo una desbandada que explica muchas cosas de la percepción -o de la inexistente percepción- que se tiene del equipo nacional entre nuestros dirigentes. España acaba de disputar una de las dos principales competiciones del mundo. Ese simple dato obliga a sacar conclusiones, a responder preguntas, a buscar perspectivas nuevas para el futuro, a asumir la Eurocopa como un examen sobre el estado de nuestro fútbol. ¿Qué respuesta hemos encontrado por parte de los principales responsables de la Federación? Ninguna. ¿Qué explicación oficial ha ofrecido Camacho sobre el rendimiento del equipo? Ninguna. ¿Qué se puede esperar en el futuro de un equipo que cierra el chiringuito sin que nadie se detenga a meditar sobre sus constantes vitales? Nada.

El fracaso de la Eurocopa no esté determinado por la posición que ha alcanzado España, o por las dudas que ha generado su juego. El fracaso es de otro orden. Es de dejadez. O de falta de ideas. O de una perspectiva amplia de lo que significa la selección. Antes de que España fuera eliminada de la Eurocopa, otras selecciones de prestigio habían quedado fuera de combate. Y en todas ellas se escuchó una explicación, se tomaron decisiones, se prometió una búsqueda de soluciones. Lo primero que hizo Keegan cuando pisó suelo inglés fue ofrecer una conferencia de prensa. Allí hizo balance de lo que había sucedido en la Eurocopa. Desde lo puramente futbolístico hasta las consecuencias de lo extrafutbolístico: la actuación de los hooligans, por ejemplo. Lo mismo sucedió con Erich Ribbeck en Alemania. Convocó a la prensa, y a través de los periodistas comunicó su dimisión al pueblo llano (Ayer se conoció, por cierto, que su sustituto será finalmente Christoph Daum, entrenador del Bayer Leverkusen).

En estos países, y en cualquiera que tenga a la selección como bandera del fútbol nacional, los dirigentes asumen su responsabilidad a pecho descubierto. Para lo bueno y para lo malo. Y hasta para lo puramente formal. En el caso español, ayer se observó una orfandad patética. Cerrado por vacaciones, se dijo. No hubo un solo comentario oficial sobre el papel que ha cumplido la selección y sobre las consecuencias que se han obtenido. No vale decir que España nunca ha ganado nada. Hay que decir porqué. Y hay que decirlo en tiempo y forma. O sea, ayer. Mientras no se asista a un liderazgo real en nuestro fútbol -gente capaz de interpretar lo que sucede a su alrededor- , la selección estará obligada a cumplir el papel secundario que le corresponde desde hace décadas. Donde no hay reflexión ni explicaciones, no pueden esperarse ideas brillantes. O, por lo menos, alguna idea. Lo que ahora se observa es una sensación absoluta de abandono que sólo puede conectarse con la falta de responsabilidad. La gente quería ayer alguna respuesta. No obtuvo ninguna. En un día importante, no había nadie en casa.

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